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LIMOSNA, AYUNO Y ORACIÓN

LIMOSNA, AYUNO Y ORACIÓN 

La Cuaresma y cada Viernes, son tiempos de penitencia a lo largo del año litúrgico en memoria de la muerte del Señor. Los cristianos pueden tener expresiones muy variadas de penitencia interior pero la Escritura y los Padres de la Iglesia, insisten sobre todo en tres formas: el ayuno, la oración, la limosna. Un ejemplo es el de Tobías que, unos setecientos años a.C. en 12,8-9 del libro que lleva su nombre dice: “Más vale la oración sincera y la limosna hecha con rectitud que la riqueza lograda con injusticia. Más vale dar limosna que amontonar oro. La limosna libra de la muerte y purifica del pecado. Los que dan limosna vivirán largos años” 

  • Las expresiones de penitencia interior limosna, ayuno y oración, son un medio para obtener el perdón de los pecados y ayudan a reconciliarse con Dios y con el prójimo. Jesús confirma esas formas de piedad y ordenó llevarlas a cabo en secreto, como leemos en Mt 6,6 y 18. También dice en Lc 11,41: “Den limosna de corazón, y entonces quedarán limpios”. Pero debemos entender que la limosna es la entrega de una parte, más o menos importante, de los propios recursos en favor de los pobres para aliviar su indigencia.” No se trata entonces, de dar la menor cantidad posible para acallar nuestra conciencia creyendo que así estamos cumpliendo con la norma, sino, como dijo Jesús en Lc 12,31,33 y 34: “Busquen más bien el Reino. Vendan lo que tienen y repártanlo en limosnas. Acumulen aquello que no pierde valor, tesoros inagotables en el cielo, donde el ladrón no puede entrar ni la polilla destruir. Porque donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón.”

Esto significa que debemos compartir los bienes que el Señor nos ha permitido tener.

  • El ayuno, es la forma física de fortalecer nuestro espíritu para combatir las tentaciones, ejemplo de ello es Jesús, que se preparó con un ayuno de cuarenta días con sus noches para comenzar su ministerio. 

El ayuno es una disciplina o ejercicio espiritual que por lo general se relaciona con la oración. 

Trata de la abstinencia voluntaria de ciertos alimentos, aunque el término ayuno se puede usar en el sentido general de abstenerse de actividades normales o de placer con el fin de permitir más tiempo para la oración. Por ejemplo, negarse sueño o recreo, pues el propósito del ayuno es apartarse para tener comunión con Dios y buscarlo formalmente, ya que complementa y fortalece el deseo y la fe.      

San Juan Clímaco, alrededor del año 600, en su obra “La escala del paraíso”, en el bloque que se centra en vicios concretos y en las virtudes que servirán para combatirlos, dice sobre el ayuno: 

“Vigilemos sobre nosotros mismos para no abusar creyendo que seguimos la vía estrecha, mientras que tomamos la vía ancha y espaciosa. Los signos que demuestran que seguimos una vía estrecha son: mortificarse en la comida; vigilar en pie noches enteras; no beber agua más que moderadamente, no tomar pan más que con moderación; sorber la bebida purificadora de las humillaciones; soportar los sarcasmos, las burlas, las ironías; restringir la voluntad propia; soportar las contrariedades; no murmurar lo más mínimo ante los ultrajes; no tener en cuenta los insultos; tolerar animosamente las injusticias; no indignarse por las calumnias; no montar en cólera cuando nos humillen; ser humildes cuando nos condenen. Dichosos los que sigan esta vía, porque ” de ellos es el reino de los cielos“» 

Estas prácticas encaminadas a la liberación del espíritu, comunes a la tradición de origen monástico en el Oriente cristiano, supone dos caras de la practica “como método espiritual que purifica la parte afectiva del alma”, pues trata de la liberación de los vicios que deseamos suprimir; y también trata de purificarnos para lograr la conquista progresiva de las virtudes

Estas dos caras de la acción virtuosa del ayuno consideran siempre a un hombre espiritual que se encuentra en busca de un progreso personal y guiado por la gracia de Dios, provoca el aumento de la fe, de la esperanza y de la caridad, virtudes que constituyen la substancia de la vida espiritual. 

El ayuno es pues un método, una lucha, pero siempre con vistas a seguir a Cristo a través de la abnegación, de la renuncia y de la aceptación del sufrimiento. Dice San Pablo: “¿No saben que, en las carreras del estadio, todos corren, pero solamente uno consigue el premio? Corran de tal manera que lo logren. Los atletas se abstienen de todo con el fin de obtener una corona corruptible, mientras que nosotros aspiramos a una incorruptible. Yo, pues, corro, pero no sin rumbo; lucho, no como quien da golpes al aire, sino que disciplino mi cuerpo y lo domino, no sea que, después de enseñar a los demás, quede yo descalificado.” 1 Cor 9,24-27 Entendemos con esto que no basta con dedicar un poco de tiempo al ayuno, como a la oración. Se require que lo hagamos con perseverancia para que logremos alcanzar el objetivo y el objetivo último del ayuno, es el acontecimiento pascual, la Pasión, Muerte, Resurrección y Ascensión a los cielos de Jesucristo, que se convierte en punto de partida absoluto de toda la práctica y ejercicio, para alcanzar la perfección espiritual.

  • En cuanto a la oración, nuestra comunicación con Dios, que debemos incrementar en cuaresma, vamos a conocer las formas escenciales de la oración cristiana, que dicho sea de paso, están contenidas y expresadas en la Eucaristía, la Misa, la “ofrenda pura del Cuerpo de Cristo”. Esas formas escenciales de oración y son seis, de bendición y adoración, de petición y de intercesión, de acción de gracias y de alabanza.

Y digo que debemos conocer porque no podemos enfocar nuestra oración solamente en pedir ya que como dije es la manera en la que nos comunicamos con Dios y debemos por tanto, considerer que se trata de nuestro creador, que nos ama y nos provee de cuanto necesitamos, incluyendo nuestra salvación eterna.

Veamos entonces la primera forma, la oración de bendición. Esta es nuestra respuesta a los dones de Dios. Podemos bendecir a Aquél que es la fuente de toda bendición porque Dios nos ha bendecido primero. Esta oración expresa el fondo de la oración cristiana; en ella, Dios y el hombre se citan y se unen. Se expresa, de dos formas fundamentales: o bien la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre, o desciende del Padre.

 Que la oración asciende llevada por el Espíritu Santo, por medio de Cristo hacia el Padre, significa que nosotros le bendecimos por haber sido bendecidos, como dice San Pablo en Ef 1,3: “Bendito sea Dios, Padre de Nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales en los cielos.” San Pedro también nos muestra un ejemplo de la oración que asciende en 1Pe 1,3 en donde se lee: “Alabemos al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que por su gran misericordia nos ha hecho nacer de nuevo por la resurrección de Jesucristo.”; 

También la oración de bendición implora la gracia del Espíritu Santo que, por medio de Cristo, desciende del Padre, es decir, es él quien nos bendice; como dice San Pablo en 2 Co 13-13: “Que la gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la participación del Espíritu Santo estén con todos ustedes”.  Y en Ro 15, 13: “Que Dios, que da esperanza, los llene de alegría y paz a ustedes que tienen fe en él, y les dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo”.

La segunda forma es la oración de adoración que podemos definirla como la primera actitud del hombre que se reconoce criatura ante su Creador y por ello exalta la grandeza del Señor que nos ha hecho. Ejemplo de ella es ,el Sal 95,1-6 que dice: “Vengan, cantemos al Señor con alegría; cantemos a nuestro protector y Salvador. Entremos a su presencia con gratitud, y cantemos himnos en su honor. Porque el Señor es Dios grande, el gran Rey de todos los dioses. Él tiene en su mano las regiones más profundas de la tierra; suyas son las más altas montañas. El mar le pertenece, pues él lo formó; ¡con sus propias manos formó la tierra seca! Vengan, adoremos de rodillas; arrodillémonos delante del Señor, pues él nos hizo. 

La oración de adoración también exalta la omnipotencia del Salvador que nos libera del mal al humillar nuestro espíritu ante el “Rey de la gloria” y guardar silencio respetuoso en presencia de Dios “siempre mayor” como dijo S. Agustín. 

Pero algo más que debemos tomar en cuenta es que la adoración de Dios, tres veces santo y soberanamente amable, nos llena de humildad pero también da seguridad a nuestras súplicas.

En cuanto a la tercera forma, la oración de petición o súplica, el vocabulario del nuevo testamento está lleno de matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar, e incluso “luchar en la oración” como dice San Pablo en Ro 15,30: “Pero les ruego, hermanos, en nombre de Cristo Jesús nuestro Señor y del amor, fruto del Espíritu, que recen a Dios por mí. Luchen conmigo rogando por mí”; y en Col 4,12: “Reciban saludos de su compatriota Epafras; es un buen servidor de Cristo Jesús que siempre está orando fervientemente por ustedes para que sean perfectos y produzcan todos los frutos que Dios desea”. 

Pero su forma más habitual, por ser la más espontánea, es la petición, mediante la cual mostramos la conciencia de nuestra relación con Dios, ya que por ser criaturas, no somos ni nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni nuestro fin último; pero también, por ser pecadores, sabemos, como cristianos, que nos apartamos de nuestro Padre, por lo que, al pedir perdón, la oración de petición ya es un retorno a El

Al reconocer a Jesús como el Hijo de Dios que se sacrificó para salvarnos y darnos una nueva vida, participamos en el amor salvador de Dios y comprendemos que toda necesidad puede convertirse en objeto de petición. Y Cristo, que lo aceptó todo para rescatarlo todo, es glorificado por las peticiones que ofrecemos al Padre en su Nombre, como Él dijo, según leemos en Jn 14,13: “Todo lo que pidan en mi Nombre lo haré, de manera que el Padre sea glorificado en su Hijo”. 

Con esta seguridad, Santiago y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión, como leemos en Stg 1,5: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios, y él se la dará; pues Dios da a todos sin limitación y sin hacer reproche alguno.” y San Pablo dice en Fil 4,6 dice: “No se aflijan por nada, sino preséntenselo todo a Dios en oración; pídanle, y denle gracias también”. 

Entonces, la oración de petición, tiene por objeto el perdón, la búsqueda del Reino y cualquier necesidad.

La cuarta forma es la oración de intercesión, que es una forma de oración de petición que nos configura muy de cerca con la oración de Jesús, el único intercesor ante el Padre en favor de todos los hombres, de los pecadores en particular, como dice San Pablo en Ro 8,34: “¿Quién podrá condenarlos? Cristo Jesús es quien murió; todavía más, quien resucitó y está a la derecha de Dios rogando por nosotros. 

San Juan también trató el tema cuando escribe en 1Jn 2,1: “Hijitos míos, les escribo estas cosas para que no cometan pecado. Aunque si alguno comete pecado, tenemos ante el Padre un defensor que es Jesucristo, y él es justo.”; 

Y leemos también al respecto en Heb 7,24-25, ahí dice: “Como Jesús no muere, su oficio sacerdotal no pasa a ningún otro. Por eso puede salvar para siempre a los que se acercan a Dios por medio de él, pues vive para siempre, para rogar a Dios por ellos.

Las primeras comunidades cristianas vivieron intensamente esta forma de oración como vemos en Hch 12,5 que dice: “Pedro estaba en la cárcel, bien vigilado, pero los de la iglesia seguían orando a Dios por él con mucho fervor”. 

El Apóstol Pablo hace participar a la Iglesia de Éfeso en su ministerio del Evangelio cuando les escribe: “No dejen ustedes de orar: rueguen y pidan a Dios siempre, guiados por el Espíritu. Manténganse alerta, sin desanimarse, y oren por todo el pueblo santo. Oren también por mí, para que Dios me dé las palabras que debo decir, y para que pueda hablar con valor y dar así a conocer el designio secreto de Dios, contenido en el evangelio. Dios me ha enviado como embajador de este mensaje, por el cual estoy preso ahora. Oren para que yo hable de él sin temor alguno”; Ef 6,18-20

 Pero, conociendo el poder de la oración, no solo pide que intercedan por él, sino que él también intercede por esas comunidades como vemos en Col 1,3:Siempre que oramos por ustedes damos gracias a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo”; y en Fil 1,3-4: “Cada vez que me acuerdo de ustedes doy gracias a mi Dios; y cuando oro, siempre pido con alegría por todos ustedes;”. 

La intercesión de los cristianos no conoce fronteras, entonces podemos interceder “por todos los hombres” como dice San Pablo en 1Ti 2,1-2, “por los perseguidores”, según Ro 12,14, y “por la salvación de los que rechazan el Evangelio” como dice en Ro 10,1. En resumen, la oración de intercesión consiste en una petición en favor de otro, incluso por los enemigos.

En cuanto a quinta forma, la oración de acción de gracias, ésta caracteriza la oración de la Iglesia que, al celebrar la Eucaristía, manifiesta y se convierte cada vez más, pues Cristo liberó a la creación del pecado y de la muerte para consagrarla de nuevo y devolverla al Padre, para su gloria. 

La acción de gracias de los miembros de la Iglesia, participa de la de Cristo, como menciona Lc 10,21: “Jesús se llenó de alegría en el Espíritu Santo y dijo: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien.” 

Al igual que en la oración de petición, todo acontecimiento y toda necesidad pueden convertirse en ofrenda de acción de gracias

Las cartas de San Pablo comienzan y terminan frecuentemente con una acción de gracias, por ejemplo en Col 4,2: “Manténganse constantes en la oración, siempre alerta y dando gracias a Dios.” Y el Señor Jesús siempre está presente en ella, como vemos en 1Ts 5,18: “Den gracias a Dios por todo, porque esto es lo que él quiere de ustedes como creyentes en Cristo Jesús.” 

Toda alegría, todo acontecimiento pero también toda pena, y toda necesidad son motivo de oración de gracias, la cual, participando de la oración de Cristo, debe llenarnos la vida entera, por ello “Demos gracias a Dios por todo”.

Y llegamos a la sexta forma de oración la oración de alabanza, que no debe faltar en nuestra oración pues es la que de manera más directa reconoce que Dios es Dios; es una oración totalmente desinterezada que exalta a Dios por sí mismo y le da gloria por lo que Él es

Si alabamos, participamos en la bienaventuranza de los corazones puros que aman a Dios por fe antes de verle en la Gloria. Mediante la alabanza, el Espíritu Santo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios y por ello glorificamos al Padre

La alabanza integra todas las formas de oración y las lleva hacia Dios que es su fuente y su término, su principio y su fin, como dice 1Co 8,6: “Dios, el Padre, en quien todo tiene su origen y para quien nosotros existimos”. 

Recuerda lo expresado sobre la limosna, el ayuno y la oración y esta Cuaresma realiza estas expresiones de penitencia interior consciente no de hacerlo solo porque es una recomendación de la Iglesia, o porque lo ordena la Sagrada Escritura, sino porque cada una de ellas te llevará a crecer espiritualmente y a tener una mejor relación con Dios. 

Que así sea para gloria de Dios y para tu bendición.

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