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DE LA ENCARNACIÓN AL SACRIFICIO EN LA CRUZ

“DE LA ENCARNACIÓN AL SACRIFICIO EN LA CRUZ”

Primera parte

Qué dicen las profecías sobre Jesús.

El Gn 3, 15; nos dice que, tras el pecado de Adán y Eva, Dios no abandonó al hombre sino que les prometió un Salvador; y como dice el Catecismo, en el numero 410: “Tras la caída, el hombre no fue abandonado por Dios. Al contrario, Dios lo llama y le anuncia de modo misterioso la victoria sobre el mal y el levantamiento de su caída. Este pasaje del Génesis ha sido llamado “Protoevangelio”, por ser el primer anuncio del Mesías redentor, anuncio de un combate entre la serpiente y la Mujer y de la victoria final de un descendiente de ésta.” 

Recordemos que, tras el pecado original y la promesa del Redentor, Dios tomó la iniciativa y estableció una Alianza con los hombres en varias ocasiones, con Noé tras del diluvio como narra el Gn 9-10 y después en el Gn 15-17, la alianza fue con Abraham, a quien prometió una gran descendencia y hacer de ella un gran pueblo, dándole una nueva tierra en donde serían bendecidas todas las naciones. La Alianza se renovó después con Isaac como leemos en Gn 26,2-5 y con Jacob como dice el Gn 28,12-15 y 35,9-12. Pero la Alianza alcanza su expresión más completa con Moisés como dice el Ex 6,2-8 y 19-34. Momento importante en la historia de las relaciones entre Dios e Israel fue la profecía de Natán que en 2 Sam 7,7-15, anuncia que el Mesías será de la descendencia de David y que reinará sobre todos los pueblos, no sólo sobre Israel. 

Del Mesías se dirá en otros textos proféticos que su nacimiento tendría lugar en Belén como leemos en el libro de Mi 5, 1: “Pero tú, Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti sacaré el que ha de ser jefe de Israel: su origen es antiguo, de tiempo inmemorial.” También los libros de Is 11,1 y Jr 23,5 dicen que pertenecería a la estirpe de David: “El Señor afirma: «Vendrá un día en que hare que David tenga un descendiente legítimo, un rey que reine con sabiduría y que actúe con justicia y rectitud en el país»”. 

En Is 7,14 leemos que se le pondría por nombre «Enmanuel», esto es, Dios con nosotros: “Pues el Señor mismo les va a dar una señal: La joven está encinta y va a tener un hijo, al que pondrá por nombre Emanuel.”; el mismo profeta en 9,5 dice que se le llamará «Admirable en sus planes, Dios fuerte e invencible, Padre eterno, Príncipe de la Paz». Quiero recalcar que Isaías en esta cita dice que al Emanuel se le llamará Padre eterno, con lo que nos da a conocer que el Hijo y el Padre son el mismo Dios.

Junto a estos textos que describen al Mesías como rey y descendiente de David, hay otros que relatan, también de modo profético, la misión redentora del Mesías, llamándolo Siervo de Yahvé y siervo de dolores, que asumirá en su cuerpo la reconciliación y la paz como dice el Padre, por medio del profeta Is 42,1-7“Aquí está mi siervo, a quien sostengo, mi elegido, en quien me deleito”. Que como recordamos son las mismas palabras que dijo el Padre cuando Jesús era bautizado y en la transfiguración. Y sigue la profecía de Isaías:  “He puesto en él mi espiritu para que traiga la justicia a todas las naciones. No gritará, no levantará la voz, no hará oir su voz en las calles, no acabará de romper la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Verdaderamente traerá la justicia. No descansará ni su ánimo se quebrará, hasta que establezca la justicia en la tierra. Los países del mar estarán atentos a sus enseñanzas.” 

Dios, el Señor, que creó el cielo y lo extendió, que formó la tierra y lo que crece en ella, que da vida y aliento a los hombres que la habitan, dice a su siervo: “Yo, el Señor, te llamé y te tomé por la mano, para que seas instrumento de salvación; yo te formé, pues quiero que seas señal de mi alianza con el pueblo, luz de las naciones.  Quiero que des vista a los ciegos y saques a los presos de la cárcel, del calabozo donde viven en la oscuridad.” 

Más Adelante en 49, 5-6 dice: “El Señor, que me formó desde el seno de mi madre para que fuera su siervo, para hacer que Israel, el pueblo de Jacob, se vuelva y se una a él, dice así: “No basta que seas mi siervo solo para restablecer las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; yo haré que seas la luz de las naciones, para que lleves mi salvación hasta las partes más lejanas de la tierra.”  Y en 50, 4-9 se lee lo que se atribuye como palabras de Jesús: “El Señor me ha instruido para que yo consuele a los cansados con palabras de aliento. Todas las mañanas me hace estar atento para que escuche dócilmente.  El Señor me ha dado entendimiento, y yo no me he resistido ni le he vuelto las espaldas.  Ofrecí mis espaldas para que me azotaran y dejé que me arrancaran la barba. No retiré la cara de los que me insultaban y escupían. El Señor es quien me ayuda: por eso no me hieren los insultos; por eso me mantengo firme como una roca, pues sé que no quedaré en ridículo”. 

Y refiriéndose al Espíritu Santo y al Padre dice: “A mi lado está mi defensor: ¿Alguien tiene algo en mi contra? ¡Vayamos juntos ante el juez! ¿Alguien se cree con derecho a acusarme? ¡Que venga y me lo diga! El Señor es quien me ayuda; ¿quién podrá condenarme? Todos mis enemigos desaparecerán como vestido comido por la polilla.”  Vemos entonces que Isaías ya hace referencia a Dios trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Más adelante, Isaías continúa describiendo proféticamente los sufrimientos y el triunfo del Siervo del Señor, haciendo referencia a la cruz como leemos en 52,13-53,12:Mi siervo tendrá éxito, será levantado y puesto muy alto. Así como muchos se asombraron de él, al ver su semblante, tan desfigurado que había perdido toda apariencia humana, así también muchas naciones se quedarán admiradas; los reyes, al verlo, no podrán decir palabra, porque verán y entenderán algo que nunca habían oído. 

¿Quién va a creer lo que hemos oído? ¿A quién ha revelado el Señor su poder? 

El Señor quiso que su siervo creciera como planta tierna que hunde sus raíces en la tierra seca. No tenía belleza ni esplendor, su aspecto no tenía nada atrayente; los hombres lo despreciaban y lo rechazaban. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta. 

Y sin embargo él estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores. Nosotros pensamos que Dios lo había herido, que lo había castigado y humillado. Pero fue traspasado a causa de nuestra rebeldía, fue atormentado a causa de nuestras maldades; el castigo que sufrió nos trajo la paz, por sus heridas alcanzamos la salud. 

Todos nosotros nos perdimos como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, pero el Señor cargó sobre él la maldad de todos nosotros. Fue maltratado, pero se sometió humildemente, y ni siquiera abrió la boca; lo llevaron como cordero al matadero, y él se quedó callado, sin abrir la boca, como una oveja cuando la trasquilan. 

Se lo llevaron injustamente, y no hubo quien lo defendiera; nadie se preocupó de su destino. Lo arrancaron de esta tierra, le dieron muerte por los pecados de mi pueblo. Lo enterraron al lado de hombres malvados, lo sepultaron con gente perversa, aunque nunca cometió ningún crimen ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso oprimirlo con el sufrimiento. Y puesto que él se entregó en sacrificio por el pecado, tendrá larga vida y llegará a ver a sus descendientes; por medio de él tendrán éxito los planes del Señor”. Se refiere al Plan de Salvación de Dios para la humanidad y a continuación escribe sobre su resurrección cuando dice:

“Después de tanta aflicción verá la luz, y quedará satisfecho al saberlo; el justo siervo del Señor liberará a muchos, pues cargará con la maldad de ellos. Por eso Dios le dará un lugar entre los grandes, y con los poderosos participará del triunfo, porque se entregó a la muerte y fue contado entre los malvados, cuando en realidad cargó con los pecados de muchos e intercedió por los pecadores.” 

En este contexto es importante el texto de Daniel sobre el Hijo del hombre, que misteriosamente a través de la humildad y el abajamiento supera la condición humana y restaura el reino mesiánico en su fase definitiva. Dice en 7, 13-14: “Vi que venía entre las nubes alguien parecido a un hijo de hombre, el cual fue a donde estaba el  Anciano; y le hicieron acercarse a él. Y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían. Su poder será siempre el mismo, y su reino jamás será destruido.”

En Ef 2, 14-18 San Pablo escribió: “Cristo es nuestra paz. Él hizo de judíos y de no judíos un solo pueblo, destruyó el muro que los separaba y anuló en su propio cuerpo la enemistad que existía. Puso fin a la ley que consistía en mandatos y reglamentos, y en sí mismo creó de las dos partes un solo hombre nuevo. Así hizo la paz. Él puso fin, en sí mismo, a la enemistad que existía entre los dos pueblos, y con su muerte en la cruz los reconcilió con Dios, haciendo de ellos un solo cuerpo. 

Cristo vino a traer buenas noticias de paz a todos, tanto a ustedes que estaban lejos de Dios como a los que estaban cerca. Pues por medio de Cristo, los unos y los otros podemos acercarnos al Padre por un mismo Espíritu”.

Eso significa que Cristo es el único Mediador perfecto entre Dios y los hombres. La expresión más profunda sobre la mediación de Cristo se encuentra en la primera carta a Timoteo: «Hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo como rescate por todos» 1 Tm 2, 5. Se presentan aquí la persona y la acción del Mediador. Y en la carta a los Hebreos se presenta a Cristo como el mediador de una Nueva Alianza, como dice en Hb 8, 6: “Nuestro Sumo Sacerdote, que ha recibido un ministerio sacerdotal mucho mejor, es mediador de una alianza mejor, basada en mejores promesas.; y en 9, 15: Jesucristo es mediador de una nueva alianza y un nuevo testamento, pues con su muerte libra a los hombres de los pecados cometidos bajo la primera alianza, y hace posible que los que Dios ha llamado reciban la herencia eterna que él les ha prometido. 

Jesucristo es mediador porque es perfecto Dios y perfecto hombre, pero es mediador en y por su humanidad. Esos textos del Nuevo Testamento presentan a Cristo como profeta y revelador, como sumo sacerdote y como Señor de toda la creación. No se trata de tres ministerios distintos, sino de tres aspectos diversos de la función salvífica del único mediador. Cristo es el profeta anunciado en el Dt 18, 18:Yo haré que se levante de en medio de sus hermanos un profeta, lo mismo que hice contigo. Yo pondré mis palabras en su boca y él les dirá todo lo que yo mande”. La gente tenía a Jesús por profeta como cuentan Mt 16, 14; Mc 6, 14-16 (unos decían: “Juan el Bautista ha resucitado, y por eso tiene este poder milagroso.” Otros decían: “Es el profeta Elías.” Y otros: “Es un profeta, como los antiguos profetas.”); Lc 24, 19

Pero Cristo es más que profeta: Él es el Maestro, es decir, aquel que enseña por propia autoridad, con una autoridad desconocida hasta entonces que dejaba sorprendidos a quienes le escuchaban. Y es que el carácter supremo de las enseñanzas de Jesús se fundamenta en el hecho de que es Dios y hombre. Jesús no sólo enseña la verdad, sino que Él es la Verdad hecha visible en la carne. La enseñanza de Cristo es definitiva, también en el sentido de que, con ella, la Revelación de Dios a los hombres en la historia, ha tenido su último cumplimiento. 

Cristo también es sacerdote, por lo que la mediación de Jesucristo es una mediación sacerdotal. En la carta a los Hebreos, que tiene como tema central el sacerdocio de Cristo, Él es presentado como el Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza, «Dios lo nombró Sumo Sacerdote de la misma clase que Melquisedec.» Hb 5, 10, «santo, inocente, inmaculado» (Hb 7, 26), «que, “mediante una sola ofrenda ha llevado a la perfección para siempre a los santificados” (Hb 10, 14), es decir, mediante el único sacrificio en la Cruz» (Catecismo, 1544). Del mismo modo que el sacrificio de Cristo es único por la unidad que existe entre el sacerdote y la víctima, que es​​ de valor infinito, así también su sacerdocio es único. 

 Y Cristo es Rey. Lo es no sólo en cuanto Dios, sino también en cuanto hombre. La soberanía de Cristo es un aspecto fundamental de su mediación salvífica, es decir, Cristo salva porque tiene el poder efectivo para hacerlo. La fe de la Iglesia afirma la realeza de Cristo y profesa en el Credo que «su reino no tendrá fin», repitiendo así lo que el arcángel Gabriel dijo a María: “Será un gran hombre, al que llamarán Hijo del Dios altísimo, y Dios el Señor lo hará Rey, como a su antepasado David, para que reine por siempre sobre el pueblo de Jacob. Su reinado no tendrá fin.” Lc 1, 32-33.

La dignidad real de Cristo ya había sido anunciada en el Antiguo Testamento en Is 11, 1-9: en donde podemos identificar los dones de Jesús:  “De ese tronco que es Jesé, sale un retoño; un retoño brota de sus raíces. El espíritu del Señor estará continuamente sobre él, y le dará sabiduría, inteligencia, prudencia, fuerza, conocimiento y temor del Señor. Él no juzgará por la sola apariencia, ni dará su sentencia fundándose en rumores. Juzgará con justicia a los débiles y defenderá los derechos de los pobres del país. Sus palabras serán como una vara para castigar al violento, y con el soplo de su boca hará morir al malvado. Siempre irá revestido de justicia y verdad. Entonces el lobo y el cordero vivirán en paz, el tigre y el cabrito descansarán juntos, el becerro y el león crecerán uno al lado del otro, y se dejarán guiar por un niño pequeño.”

Este pasaje se refiere a un tiempo en el que el descendiente del rey David establecerá un gobierno de justicia, que traerá paz y armonía a toda la creación. La sección se abre y se cierra con la imagen de un tronco que es Jesé, el padre del rey David y cabeza de su linaje, y de un retoño, Jesús, que brotará de ese tronco como su descendiente ideal. 

También es profetizado en Dn 7, 14, en donde se lee: “Y le fue dado el poder, la gloria y el reino, y gente de todas las naciones y lenguas le servían. Su poder será siempre el mismo, y su reino jamás será destruido.”

 Cristo, sin embargo, no habló mucho de su realeza, pues entre los judíos de su tiempo estaba muy difundida una concepción material y terrena del Reino mesiánico. Aunque sí lo reconoció en un momento particularmente solemne, cuando contestando a una pregunta de Pilato, respondió: «Sí, tú lo dices. Yo soy Rey» Jn 18, 37

La realeza de Cristo no es metafórica, es real y comporta el poder de legislar y de juzgar. Es una realeza que se fundamenta en el hecho de que es el Verbo encarnado y en que es nuestro Redentor. Su reino es espiritual y eterno. Es un reino de santidad y de justicia, de amor, de verdad y de paz. Cristo ejerce su realeza atrayendo a Él a todos los hombres por su muerte y resurrección Cristo Rey y Señor del universo se hizo servidor de todos «no vino a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos» 

Y esto significa que todos los fieles «participamos de las tres funciones de Cristo: Sacerdote, profeta y rey, por lo tanto, tenemos las responsabilidades de misión y de servicio que se derivan de ellas». 

Toda la vida de Cristo es redentora. Por lo que todo cuanto se refiere a la vida de Cristo, no habla más que de los misterios de la Encarnación (concepción y nacimiento) y de la Pascua (pasión, crucifixión, muerte, sepultura, descenso a los infiernos, resurrección y ascensión). 

Toda la vida de Cristo es redentora y cualquier acto humano suyo posee un valor trascendente de salvación. Incluso en los actos más sencillos y aparentemente menos importantes de Jesús hay un eficaz ejercicio de su mediación entre Dios y los hombres, pues son siempre acciones del Verbo encarnado. Es el Redentor del mundo; y, antes de hablar, ama con obras, porque sabe que la salvación que ofrece debe pasar por el corazón del hombre. 

Los años de la vida oculta de Cristo no son una simple preparación para su ministerio público, sino auténticos actos redentores, orientados hacia la consumación del Misterio Pascual. Tiene gran relevancia teológica el hecho de que Jesús compartió durante la mayor parte de su vida la condición de la inmensa mayoría de los hombres: la vida cotidiana de familia y de trabajo en Nazaret, y eso es una lección de vida familiar y de trabajo. 

Cristo también realiza nuestra redención durante los muchos años de trabajo, de su vida oculta, dando así todo su sentido divino en la historia de la salvación a nuestra labor cotidiana del cristiano, y de millones de hombres de buena voluntad, pues «Jesús, creciendo y viviendo como uno de nosotros, nos revela que la existencia humana y el quehacer corriente y ordinario, tiene un sentido divino». 

Decía san Josemaría Escribá relacionado con esto: Se trata de trabajar mucho, con perfección humana y con perfección cristiana. Es preciso además trabajar bien porque Dios quiere que nos ocupemos del mundo que Él mismo creó (Gn 1, 27; 2, 15), para llevar todo lo creado hacia Él (Jn 12, 32).

En primer lugar, se trata de trabajar con perfección humana, es decir, con excelencia, cuidando los detalles, con orden, intensidad, constancia, competencia y espíritu de servicio y de colaboración con los demás; en una palabra, con profesionalidad.

Además, se debe buscar la perfección cristiana, poniendo a Dios en primer lugar, pues la vocación profesional es parte esencial de la vocación divina de cada hombre. Trabajando por amor a Dios y con deseo de servir a sus hermanos, el cristiano pone en ejercicio las virtudes humanas y sobre todo la caridad, de manera que no sólo se santifica él mismo, sino que santifica el propio trabajo, que pasa a ser así auténtico medio de santidad.

Y el fin que tenemos en última instancia es nuestra santificación para agradar a Dios; y esto lo lograremos con nuestra vida de entrega a Dios a través de la entrega en servicio a los demás, como dice el Papa Francisco en el número 25 de su Exhortación Apostólica Gaudete et Exsultate sobre la Santidad en el mundo contemporáneo. Dice ahí: “Como no puedes entender a Cristo sin el reino que él vino a traer, tu propia misión es inseparable de la construcción de ese reino. Jesús dijo «Busca sobre todo el reino de Dios y su justicia» Mt 6,33. Esto significa que no podemos tratar de ser santos para salvarnos solos, debemos, como miembros del cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, tratar de que todos conozcan la salvación por Jesús, eso es ampliar el Reino de Dios aquí en la tierra. Y continúa el Papa: Tu identificación con Cristo y sus deseos, implica el empeño por construir, con él, ese reino de amor, justicia y paz para todos. Y Cristo quiere vivirlo contigo, acompañándote en todos los esfuerzos o renuncias que implique, y también en las alegrías y en la fecundidad que resulten de esos esfuerzos o renuncias. Por lo tanto, te santificarás solamente si te entregas en cuerpo y alma para dar lo mejor de ti en ese empeño. En el mismo documento, en el número 141 dice el Papa:  La santificación es un camino comunitario. Vivir o trabajar con otros es sin duda un camino de desarrollo espiritual. 

Vivamos entonces intensamente para alcanzar nuestra santificación, honrar a Dios y dar testimonio a los demás de Cristo, nuestro Salvador

Fin de la primera parte

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