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ADVIENTO, TIEMPO PARA PREPARARNOS

ADVIENTO, TIEMPO PARA PREPARARNOS

El Adviento del latínadventus Redemptoris, que significa ‘venida del Redentor, es el primer período del año litúrgico católico, y es el tiempo de preparación espiritual para la celebración del nacimiento de Cristo. Su duración suele ser de 22 a 28 días, dado que lo integran necesariamente los cuatro domingos más próximos a la festividad de la Natividad (celebración litúrgica de la Navidad)

Los fieles cristianos consideran al Adviento como un tiempo de oración y de reflexión caracterizado por la espera vigilante (es decir, tiempo de esperanza y de vigilia), de arrepentimiento, de perdón y de alegría. Si bien el Adviento precede inmediatamente al tiempo de Navidad, desde el punto de vista espiritual tiene por finalidad la preparación del creyente para la segunda venida de Cristo y el encuentro definitivo con Dios.

Iniciamos el Adviento el último domingo de noviembre, y con él un nuevo Año Litúrgico, que es el nombre que recibe, en la Iglesia Católica, la organización de los diversos tiempos y solemnidades que se llevan a cabo, como forma de celebrar la historia de la salvación de la humanidad. Durante el Año Litúrgico, que dura treinta y cuatro semanas, se nos presentan los misterios de la vida, muerte y resurrección de Cristo así como las celebraciones de los santos que nos propone la Iglesia.

Con este proceso se trata de vivir, no sólo recordar, la historia de la salvación lo cual se hace a través de fiestas y celebraciones, en las que se celebran y actualizan las etapas más importantes del plan de salvación. Es como camino, “un camino de fe”, para recorrer y vivir el amor divino que nos adentra en el misterio de la salvación y nos invita a profundizar en él.

Este tiempo de Adviento sirve para ponernos en acción, en movimiento, con las lecturas de las misas de cada día. Como notamos con la primera lectura, que en su mayoría han sido tomados del profeta Isaías, y el evangelio con el que tiene una estrecha relación.

La primera lectura nos habla del futuro, de lo que Dios quiere hacer, y cada día se nos presentan diferentes promesas de Dios que nos dicen cómo va a obrar; luego el evangelio, escogido de distintos evangelistas, va relacionado con esa primera lectura y nos muestra que lo que ha prometido en la primera lectura, se cumplió. Y es así para que aprendamos a tener esperanza, pues aunque esta virtud es un regalo de Dios, a nosotros nos corresponde prepararnos para recibirla, en la medida en que nos percatamos y aceptamos que podemos confiar en Dios, porque hemos estado escuchando que lo que promete, lo cumple. Por ello, en las lecturas del Adviento, en la medida en la que vamos escuchando una y otra vez las promesas de Dios y el cumplimiento de cada una de esas promesas, nos abrimos al don de la esperanza a la llegada de Cristo, pues en la última semana de este período de Adviento, se nos recuerda de manera detallada su llegada y al darnos cuenta que Ya vino y que es fiel, crece en nosotros la confianza y la esperanza, y ese es el dinamismo del Adviento.

El tiempo de Adviento es pues, un período privilegiado para los cristianos ya que con esa dinámica, también se nos invita a recordar el pasado, –tanto las promesas que nos trasladan los Profetas en el Antiguo Testamento, como la primera venida de Jesús- y también nos impulsa a vivir el presente y a prepararnos para el futuro. Ésta es la triple finalidad del Adviento: recordar el pasado, vivir el presente y prepararnos para el futuro.

El Adviento primero nos lleva a Recordar el pasado: pues nos invita a celebrar y contemplar el nacimiento de Jesús en Belén, su primera venida, en carne, lleno de humildad y pobreza, en cumplimiento de las promesas dadas por los profetas. Jesús vino como uno de nosotros; como hombre entre los hombres para enseñarnos a vivir como él. Por ello San Pablo dice en  Filipenses 2,5-8.  Tengan unos con otros la manera de pensar propia de quien está unido a Cristo Jesús el cual: Aunque existía con el mismo ser de Dios, no se aferró a su igualdad con él, sino que renunció a lo que era suyo y tomó naturaleza de siervo. Haciéndose como todos los hombres y presentándose como un hombre cualquiera, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz”. 

Y nos dejó un ejemplo de sencillez, de humildad y de santidad, a pesar de que vivió y sufrió como nosotros, como dice San Pablo en Hebreos 4,15: “Pues nuestro Sumo Sacerdote puede compadecerse de nuestra debilidad, porque él también estuvo sometido a las mismas pruebas que nosotros; solo que él jamás pecó.  

El Adviento también nos lleva a cada uno de nosotros a recordar el pasado, no con el afán de sentir pena , verguenza o tristeza, sino para mantener presente de dónde nos rescató el Señor y ser agradecidos por todo lo que ha hecho por nosotros, porque como dice el Sal 100,3 y 5.El nos hizo y somos suyos; ¡somos pueblo suyo y ovejas de su prado. – Porque el Señor es bueno; su amor es eterno y su fidelidad no tiene fin. 

El Adviento también nos invita a Vivir el presente pues debemos manifestar la presencia de Jesucristo en nosotros a través de nuestro testimonio, mostrando que se puede celebrar con alegría y sencillez sin caer en excesos o en afanes.  “Cuando alguien hable, sean sus palabras como palabras de Dios. Cuando alguien preste algún servicio, préstelo con las fuerzas que Dios le da. Todo lo que hagan, háganlo para que Dios sea alabado por medio de Jesucristo, a quien pertenece la gloria y el poder para siempre. Amén”. 1 Pedro 4,11.

Y aprovechando que en esta época los corazones se ponen sensibles, debemos ser los instrumentos de Dios para mostrar su amor y misericordia, llevando la paz y el gozo del Señor a quienes no lo conocen y a quienes se han alejado de Él. Como dijo Jesús en el Sermón del Monte “Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse.  Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo. Mateo 5,14-16.

Y el Adviento también nos invita a Preparar el futuro pues debemos prepararnos para la Parusía, la segunda venida de Jesucristo, porque Él prometió que regresará, pero ya no como siervo, sino como Rey, “rodeado de su gloria, acompañado de todos su ángeles y se sentará en su trono de gloria” Mateo 25,31.

Confiados en que cumple sus promesas, podemos estar seguros que Cristo vendrá de nuevo con poder y majestad a llenar todo corazón con su amor, con su paz, con el gozo de su presencia, a secar toda lágrima de dolor y de infelicidad. Recordar esto nos dará consuelo en las circunstancias difíciles de nuestra vida.

Adviento también nos recuerda que debemos vivir atentos y vigilantes, ya que nadie sabe cuándo será la llegada del Señor, ya sea en su segunda venida o en el momento de nuestra muerte. Marcos 13,33-37  nos traslada lo que al respecto dijo Jesús:Manténganse ustedes despiertos y vigilantes, porque no saben cuándo llegará el momento.  Deben hacer como en el caso de un hombre que, estando a punto de irse a otro país, encargó a sus criados que le cuidaran la casa. A cada cual le dejó un trabajo, y ordenó al portero que vigilara. Manténganse ustedes despiertos, porque no saben cuándo va a llegar el señor de la casa, si al anochecer, a la medianoche, al canto del gallo o a la mañana; no sea que venga de repente y los encuentre durmiendo. Lo que les digo a ustedes se lo digo a todos: ¡Manténganse despiertos!”  

Estar alertas a la venida del Señor implica, cuidarnos con esmero por medio de la oración personal, de la lectura, estudio y meditación de la Palabra de Dios, congregándonos en Misa  con regularidad para mantenernos llenos de la presencia del Espíritu Santo, congregándonos también en un grupo de oración y estudio bíblico, sirviendo a los demás con amor y entrega, y cumpliendo nuestras responsabilidades con esmero y dedicación. Si vivimos así, la llegada del Señor no nos tomará desprevenidos como dice en el evangelio de San Lucas 12,43-44. Dichoso el criado a quien su amo, cuando llega, lo encuentra cumpliendo con su deber.  De veras les digo que el amo lo pondrá como encargado de todos sus bienes.

Pensar en la muerte también nos ayudará a vivir sensatamente, a vivir cada día buscando agradar a Dios. Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestra mente alcance sabiduría, dice el Salmo 90,12

En Adviento también debemos prepararnos a través de la revisión y la proyección:

  • Prepararnos a través de la Revisión significa que hemos de aprovechar este tiempo para examinar nuestra conducta: “qué tan buenos hemos sido hasta ahora y lo que vamos a hacer para mejorar.” Es importante saber hacer un alto para reflexionar acerca de nuestra vida espiritual y nuestra relación con Dios y con el prójimo, con el propósito de arrepentirnos de nuestras faltas y errores, y pedir perdón para luego, con la dirección divina, recomenzar.
  • Y prepararnos a través de la Proyección, quiere decir que el Adviento también nos invita a hacer un plan para crecer en santidad. Todos los días podemos y debemos ser mejores, porque hemos sido llamados a “ser santos” como lo es nuestro Padre Celestial, y ésta debe ser la meta de nuestra vida. Por lo que es recomendable analizar qué es lo que más trabajo nos cuesta y hacer propósitos concretos para evitar caer de nuevo en los mismos errores, e irlos venciendo uno por uno.

Nuestros pensamientos, afectos, palabras y obras deben estar siempre orientados hacia el Señor, para que cuando venga nos encuentre irreprochables, como desea San Pablo al pueblo de Dios, según dice en su 1ª carta a los Tesalonicenses 3,13: Que el Señor los haga firmes en sus corazones, santos e irreprochables delante de Dios nuestro Padre cuando regrese nuestro Señor Jesús con todo su pueblo santo.

Que nuestro Señor nos encuentre luchando por nuestra santidad. Esto significa que no basta con querer ir al cielo, debemos vivir de manera coherente con ese deseo.  Jesús dijo: “No todo el que me diga “Señor, Señor, entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial”. Mt 7,21

Ya que en esta época estaremos “influenciados” por la publicidad para comprar todo tipo de cosas y vamos a ser invitados a muchas fiestas, cuidemos nuestra mente y nuestro corazón para evitar que nos olvidemos del verdadero sentido del Adviento. Leemos en Proverbios 4,23Por encima de todo guarda tu corazón, porque de él brota la vida, esforcémonos entonces por vivir este tiempo litúrgico profundamente. De esta forma disfrutaremos la Navidad del Señor con el Señor de la Navidad.

Para ayudarnos a vivir de acuerdo con lo que en adviento se nos propone, podemos realizar la tradición de la corona de Adviento, que consiste en colocar en las iglesias y en los hogares una corona con cuatro velas, que simbolizan, los cuatro domingos del Adviento, una por cada domingo de Adviento. A cada una de esas cuatro velas se le asigna una virtud que hay que mejorar en esa semana, por ejemplo: la primera, el amor; la segunda, la paz; la tercera, la tolerancia y la cuarta, la fe. Cuando la familia o la comunidad se reúne en torno a la corona de Adviento se lee la Biblia y se hace alguna meditación que nos lleve a profundizar en la virtud que se ha propuesto mejorar.

La corona de Adviento es un conjunto de ramas verdes, de preferencia de especies que siempre permanecen verdes, como el pino y el ciprés, y en cualquier caso sin flores debido a la austeridad propia del Adviento, estas ramas son trenzadas en círculo, y se les que se colocan cuatro velas ubicados en la periferia. La primera vela se enciende en el primer domingo de Adviento, junto con la lectura de un pasaje bíblico o la realización de plegarias. Sucesivamente se encienden las velas restantes, una nueva cada uno de los siguientes domingos, hasta que en el domingo previo a la Navidad se encienden las cuatro velas. A menudo, se coloca en el centro una quinta vela de color blanco, que se enciende en Nochebuena o en Navidad. ​ Esta costumbre se lleva a cabo tanto en reuniones familiares como en servicios litúrgicos.

Cada elemento de la corona tiene su simbolismo que preexistía al cristianismo. El círculo es un símbolo del ciclo eterno de las estaciones, las especies perennifolias simbolizan la inmortalidad, y la luz se identifica con el espíritu y la fuerza de la vida que persiste, aún en medio de los días cortos y del frío que gobierna usualmente el Hemisferio Norte en el tiempo de Adviento. En la simbología cristiana, a partir del Evangelio de Juan, la luz significa Cristo, a quien Juan 8,12 presenta como la «luz del mundo» que pronto llegará.

Llegará a nuestro mundo convulso y desorientado y hambriento de paz, de calor, de caridad y de un trozo de pan; a nuestras familias divididas o en armonía; a nuestros corazones inquietos como el de san Agustín de Hipona, corazón que sólo descansó en Dios; llegará a todos los parlamentos, congresos , cámaras y, para dar sentido y moralidad a las leyes que ahí se nacen. Llegará al rico, como al pobre; al enfermo en el hospital, como también a ese salón de fiestas, dónde él viene a purificarlas y orientarlas. Llegará al mundo de los niños, para cuidarles su inocencia y pureza, al mundo de los jóvenes, para sostenerles en sus luchas duras y enseñarles lo que es el verdadero amor. Llegará a los adultos para decirles que es posible la alegría y el entusiasmo en medio del trabajo agotador y exhausto de cada día. Llegará a cada familia para llevarles el calor del amor, reflejo del amor trinitario; al mundo de los ancianos para sostenerles con la caricia de la sonrisa. Llegará al mundo de los gobernantes para decirles que su autoridad proviene de Dios, que deben buscar el bien común y que deberán dar cuenta de ella. Llegará a donde lo quieran recibir.

¿Cuándo llegará? Si estamos atentos, podemos percatarnos que no hay minuto en que no percibamos la venida de Cristo a nuestra vida. Basta que estemos con los ojos de la fe bien abiertos, con el corazón despierto y preparado por la honestidad, y con las manos siempre tendidas para el abrazo de ese Cristo que sabe venir de mil maneras. Por tanto, podemos decir que nuestra vida debe ser vivida en actitud de adviento: porque Él llegará.

¿Cómo prepararnos? Nos ayudará en este tiempo leer al profeta Isaías, meditar en san Juan Bautista que encontramos al inicio de los evangelios y contemplar a María. Isaías con su nostalgia del Mesías nos prepara para la última venida de Cristo. San Juan Bautista nos prepara para esas venidas intermedias de Cristo en cada acontecimiento diario y sobre todo en la Eucaristía. Y María nos hará vivir, rememorar en la fe ese primer adviento que Ella vivió con tanta esperanza, amor y silencio, para poder abrazar a ese Niño Jesús sencillo, envuelto en pañales y recostado en un pesebre.

Adviento,es tiempo de gracia y bendición porque llega Dios. Y Dios es todo. Dios no quita nada. Dios da todo lo que hace hermosa a una vida. Abrámosle la puerta y Él entrará y cenará con nosotros y nosotros con Él. Y nos hará partícipes de su amor y felicidad.

Recordemos entonces que Adviento es tiempo de recordar el pasado, vivir el presente y prepararnos para el futuro. Por lo que debemos  estar atentos, cuidarnos con esmero y orar, leer, estudiar y meditar la Sagrada Escritura, así como mantenernos llenos de la presencia del Espíritu Santo, acudiendo a los Sacramentos de la Reconciliación o Confesión y a la Eucaristía o Comunión y congregarnos en un grupo de oración o estudio bíblico, servir a los demás con amor y entrega empezando con nuestra familia, y también cumpliendo nuestras responsabilidades con gozo, con esmero y dedicación ya que nuestros actos serán el testimonio que los demás verán, pues como decía San Francisco de Asís, “Lo que haces puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy”.

Que así sea.

Historia de la celebración del Adviento

La liturgia del Adviento cristiano comenzó a moldearse en Galia e Hispania ya a fines del siglo IV y durante el siglo V como preparación ascética para la celebración de la Navidad.1​ Aquel preludio de la celebración del nacimiento de Cristo tenía una duración de tres semanas, que se unían a la preparación de los bautismos, los cuales por entonces, eran administrados en la festividad de la Epifanía. Como señala el canon 4 del Primer Concilio de Zaragoza celebrado en el año 380 que cita: Durante veintiún días, a partir de las XVI calendas de enero (17 de diciembre), no está permitido a nadie ausentarse de la iglesia, sino que debe acudir a ella cotidianamente.

Existen noticias de que en la Galia, el doctor de la Iglesia Hilario de Poitiers (siglo IV) invitó a los fieles a prepararse al Adviento del Señor con tres semanas de prácticas ascéticas y penitenciales. ​ Ya en el siglo V se practicó como tiempo de preparación para la Navidad la cuaresma de San Martín, así llamada por iniciarse el 11 de noviembre, en la festividad de san Martín de Tours (Según indica la Patrologia Latina, una enorme colección de textos cristianos de la Antigüedad tardía y de textos medievales que contiene los escritos en latín de los Padres de la Iglesia  y otros autores eclesiásticos en 217 volúmenes que incluye más de mil años de obras latinas desde Tertuliano al papa Inocencio III en 217 volúmenes: los volúmenes 1 a 73 van de Tertuliano a Gregorio de Tours y fueron publicados entre 1844 y 1849; los volúmenes 74 a 217 van desde el papa Gregorio I a Inocencio III y fueron publicados entre 1849 y 1855.). ​ En el mismo siglo aparece la asociación del tiempo de preparación para la Navidad con notas de índole social, vinculando este período con la práctica del amor al prójimo, con énfasis en los peregrinos, viudas y pobres, como aparece en el Sermón de san Máximo de Turín, que aparece en la Patrología Latina 57:224 y dice: “En preparación para la Navidad del Señor, purifiquemos nuestra conciencia de toda mancha, llenemos sus tesoros con la abundancia de diversos dones, para que sea santo y glorioso el día en el que los peregrinos sean acogidos, las viudas sean alimentadas y los pobres sean vestidos “[…]

Hay evidencias de que en la liturgia de la Iglesia de Roma existía a mediados del siglo VI un tiempo preparativo similar, pero este preludio de la Navidad carecía de elementos ascéticos, es decir no se tenía aún la práctica y ejercicio de la perfección espiritual que lleva a una vida modesta y sobria, como el ayuno; y se centraba mucho más en la alegre espera de la celebración del nacimiento de Jesucristo como anticipo del «regreso glorioso del Señor» al fin de los tiempos. ​ Se supone que fue el papa Siricio quien instauró el Adviento. ​

La expresión latina adventus Domini («venida del Señor») se encuentra en el Sacramentario gelasiano, ​un antiguo libro litúrgico cristiano, que contiene los textos para la celebración de la Eucaristía durante todo el año litúrgico y hace referencia al Adviento como un tiempo de seis semanas preparatorio de la Navidad que todavía perduran en el rito ambrosiano. Posteriormente el papa Gregorio Magno propuso para el Adviento una extensión de cuatro semanas, duración que finalmente prevaleció.

En cuanto a los Personajes bíblicos que se mencionan en la liturgia durante el Adviento sobresalen el profeta Isaías, San Juan Bautista, la Virgen María y San José . ​

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