Skip links

LA ORACIÓN (PARA CONSEGUIR LA GRACIA DIVINA)

LA ORACIÓN (PARA CONSEGUIR LA GRACIA DIVINA)

Del tema 1080

La oración es un tema muy amplio que ya he tratado en otros programas, pero como complemento al tema La Gracia divina, hoy presentaré algunos enfoques diferentes a lo presentado en temas sobre la oración, puesto que será enfocado como uno de los tres elementos para mantener y aumentar la Gracia divina. 

Empezaré definiendo qué es Oración. Orar es levantar el pensamiento y el corazón a Dios para adorarle, darle gracias, arrepentirse y pedirle lo que necesitamos. Notemos que la definición dice levantar el pensamiento y el corazón; ambas cosas, no una sola. Aunque la definición que San Juan Crisóstomo amplía esta, pues dice que la oración es la elevación del alma a Dios. La palabra alma significa aquí el entendimiento, la voluntad, el espíritu y el corazón, que es el centro del amor, por lo que orar, dice el santo, es levantar toda el alma a Dios.

Se deduce entonces de esa definición, que el hombre no hace verdadera oración, si mientras reza con sus labios, su pensamiento no está en Dios, sino en cosas muy distintas y por consiguiente, el corazón, que sigue al pensamiento, tampoco tiene a Dios como objeto de esa oración, ni se dirige a Él con la voluntad y con afecto. 

San Agustín enseña que “cuando lees, Dios te habla y cuando haces oración, tú hablas con Dios.” Es como la conversación familiar, que supone no solo que se piense en la persona con quien se habla, sino que también que se tenga algún afecto y buena voluntad hacia ella.

Si para orar fuese suficiente pensar en Dios, también orarían los demonios, que siempre piensan en Él, pero su corazón y afecto están muy lejos de Dios.

La segunda parte de la definición nos muestra los cuatro fines de la oración: el primero: “adorar a Dios, el segundo: darle gracias, el tercero: mostrar arrepentimiento y cuarto: pedirle lo que necesitamos”.

Como se requiere pensar para orar, entonces la oración es un privilegio de los seres racionales, es decir de los hombres, y no debe confundirnos el que las Sagradas Escrituras digan que la creación entera alaba a Dios. No debemos dar a ese verbo el significado propio, sino una interpretación metafórica o poética; con la que se quiere expresar que los animales, las plantas y los elementos, con su sola existencia proclaman la grandeza del Creador.

Podemos dividir la oración de tres maneras: según los fines por la que se hace; según los medios con que se hace y según su forma

  1. Según los fines por la que se hace, en: o. de alabanza, de acción de gracias, para pedir perdón o para pedir o alcanzar favores. 
  2. Según los medios con que se hace, en mental y vocal

La oración mental es la que se hace con la mente o el pensamiento y afecto interior y se llama meditación. Puesto que la oración es conversar con Dios, podemos hablarle con el corazón, sin que la lengua exprese lo que sentimos o deseamos; porque Dios no necesita, como los hombres, de palabras para conocer los sentimientos y deseos del alma.

La oración mental se hace ejercitando la memoria, el entendimiento y la voluntad. ¿Por qué decimos esto?

Porque la memoria es la que nos recuerda el tema de la meditación, por ejemplo un misterio de la vida y la pasión de nuestro Señor, la vida de algún santo, un determinado vicio o virtud que tenemos, temas que nos llevarán a enfocarnos, corregirnos o mejorar en determinados aspectos de nuestra vida.

El entendimiento, por su lado, nos permite examinar la verdad expresada en la Biblia y los motivos que nos llevan a movernos y ordenar nuestra vida conforme esa verdad, o bien, a dolernos o avergonzarnos si no la hemos llevado de acuerdo a ella.

Y también la voluntad, porque ella nos mueve a sentimientos de dolor, de confianza, de acción de gracias, y por medio de ella, expresamos nuestros propósitos de enmienda y pedimos a Dios la gracia de cumplirlos. 

La oración vocal, es la que se hace con palabras “acompañadas con la atención de la mente y la devoción del corazón”. Esta oración se llama también plegaria y es necesaria para el culto divino público y en común.

  1. Y según la forma en la que se ora, se divide en pública y privada

 

Privada es la oración que hace una persona o una familia para sí o para otros sin intervención oficial de ministros de la Iglesia, y Pública, es la que hacen los ministros sagrados, “obispos, sacerdotes o diáconos”, en nombre de la Iglesia; como la Misa que el sacerdote dice todos los días. Son oraciones públicas, aunque el sacerdote no esté asistido por los fieles, no las hace como persona privada, sino en calidad de ministro de Dios y de la Iglesia.

Según leemos en Mat 18,19-20  Jesús dijo, “Si dos de ustedes se ponen de acuerdo aquí en la tierra para pedir algo en oración, mi Padre que está en el cielo se lo dará. Porque donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos.”  

Es tanta la necesidad que tenemos de la oración, que se puede decir que ella es la vida del alma. Así como el alimento es indispensable para conservar la vida del cuerpo, así también la oración es de absoluta necesidad para conservar la vida del alma, o sea la “gracia santificante” 

Jesucristo nos enseñó esta verdad cuando dijo Mat 17,21  : “Esta clase de demonios sólo se puede expulsar con la oración y el ayuno.” Lo cual significa que para salir victoriosos en las batallas espirituales debemos estar fortalecidos por la oración, esto lo confirmó cuando dijo: “Manténganse despiertos y oren, para que no caigan en tentación. Ustedes tienen buena voluntad, pero son débiles.” Mat 26,41  Vemos pues, que sin la oración no podremos vencer las tentaciones, o sea, no podremos vivir la vida de gracia. San Alfonso María de Ligorio, doctor de la Iglesia, lo dice de una forma contundente: “el que ora se salva; el que no ora, se condena”. 

La causa de la condenación es tener el alma muerta, privada de la gracia santificante; y ello porque faltó el auxilio de Dios que se consigue mediante la oración.

Y si no son suficientes las razones dichas para convencernos de la necesidad de la oración, podemos añadir una de gran peso: el ejemplo de Jesucristo, el Hijo de Dios que vino a la tierra para redimirnos y darnos ejemplo de vida; y uno de los ejemplos más luminosos que nos dejó, es el de la oración, como nos muestran los muchos pasajes del Evangelio donde se habla de la oración de Jesús; que a pesar de que no necesitaba orar, porque siendo Dios, todo lo posee y nada necesita, quiso hacerlo para darnos ejemplo. Leemos en el Evangelio: ● que hizo oración y ayuno durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto antes de comenzar su predicación pública,. ●que oró antes de resucitar a Lázaro, Jn 11,41-42, ●y antes de la multiplicación de los panes, Jn 6,11; ●Pasaba noches en oración Lc 6,12  “En aquellos días se fue a orar a un cerro y pasó toda la noche en oración con Dios.”Oró en el Huerto de los Olivos, Mt 26,36  Llegó Jesús con ellos a un lugar llamado Getsemaní, y dijo a sus discípulos: “Siéntense aquí, mientras yo voy más allá a orar.”Oró antes de la consagración del pan y el vino por primera vez y después de la última cena: Mt 26,27 y Jn 17,1-26. 

Volviendo a la oración, debo agregar que hay condiciones de la misma, las cuales pueden reducirse a cuatro; Atención, Humildad, Confianza y Perseverancia. Rezando con estos requisitos podemos esperar la ayuda de Dios. No basta pues, rezar de cualquier modo; debemos hacerlo como Dios quiere y como Él nos ha enseñado. Por consiguiente, si queremos gozar de los abundantes y magníficos frutos de la oración, debemos poner sumo cuidado en que nuestra oración reúna estas condiciones. 

Cuanto mejores sean nuestras disposiciones, tanto mayores serán los frutos que alcanzaremos de la oración. Veamos entonces en qué consisten esas cuatro condiciones:

Orar con atención quiere decir orar con respeto y devoción, evitando en lo posible las distracciones.

Orar con Humildad, quiere decir que debemos hacerlo con vivo reconocimiento de nuestra indignidad, impotencia y miseria, acompañando la oración con la compostura del cuerpo. Quien ora debe aceptar su propia flaqueza, su miseria, como la necesidad del socorro y auxilio de Dios en todas las cosas.

Orar con confianza, quiere decir que hemos de tener firme esperanza y seguridad de que somos oídos, si cuanto decimos, es para gloria de Dios y nuestro verdadero bien.

Y orar con perseverancia quiere decir que no debemos cansarnos de orar, aunque Dios no nos responda de inmediato, sino más bien que hemos de seguir orando con más fervor, conscientes de que si alcanzáramos en seguida lo que pedimos, dejaríamos de orar, lo cual, sería gran daño para nuestra alma.

Tengamos pues en cuenta que Dios nos ha mostrado en la Biblia, promesas y bendiciones que tiene para nosotros, las cuales alcanzaremos con nuestras oraciones.

Pidamos pues en nuestra oración, las gracias espirituales, como son por ejemplo: la gracia de Dios, nuestra salvación eterna o las virtudes. Pero también podemos y debemos pedir las gracias temporales, si son para Gloria de Dios y para bien de nuestra alma.

Y como ejemplo maravilloso de lo que debe ser nuestra oración, Jesús enseñó la oración por excelencia que dice: 

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu Nombre; venga a nosotros tu reino; hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. Danos hoy nuestro pan de cada día; perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en la tentación, y líbranos del mal. Amén.

Que no falte esta oración cada día de tu vida, pero que no sea solamente una repetición de memoria, sino que la hagas con palabras “acompañadas con la atención de la mente y la devoción del corazón”. Que así sea.

 

X