Skip links

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

 El Sacramento que hoy presentaré es la Eucaristía, que es una palabra de origen griego y significa “buena gracia” y también “acción de gracias”. Se le ha dado ese nombre porque contiene dentro de sí a Jesucristo, nuestro Señor que es la verdadera gracia y la fuente de todas las gracias; los demás sacramentos no contienen al autor de la gracia; la Eucaristía sí, pues contiene verdadera, real y sustancialmente el cuerpo, sangre, alma y divinidad de nuestro Señor Jesucristo.

Por la Eucaristía,”compartimos realmente el Cuerpo del Señor, que nos eleva hasta la comunión con él, pero también nos lleva a tener una verdadera comunión entre nosotros” ya que El espíritu Santo, que actúa en nosotros por los Sacramentos, en la Eucaristía sobre todo, Cristo muerto y resucitado integra la comunidad de los creyentes como su Cuerpo.

Unidos a Cristo por el Bautismo, los creyentes participamos ya en la vida celestial de Cristo resucitado Fil 3,20, pero esta vida permanece “escondida con Cristo en Dios” Col 3,3 “Con El nos ha resucitado y hecho sentar en los cielos con Cristo Jesús” Ef  2,6. Alimentados en la Eucaristía con su Cuerpo, nosotros pertenecemos ya al Cuerpo de Cristo. Cuando resucitemos en el último día también nos “manifestaremos con El llenos de gloria” Col 3,4.

El Reino de Dios adviene en la Ultima Cena y por la Eucaristía está entre nosotros.

La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. Eucaristía” significa, ante todo, acción de gracias, por ello la Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la gloria de Dios en nombre de toda la creación.

Los fieles renacidos en el Bautismo se fortalecen con el sacramento de la Confirmación y finalmente, son alimentados en la Eucaristía con el manjar de la vida eterna.

La Eucaristía es “fuente y cima de toda la vida cristiana” (LG 11). “Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del pan y del cáliz.

“El fruto de todos los Sacramentos pertenece a todos. Porque los Sacramentos son vínculos sagrados que nos unen a todos y nos ligan a Jesucristo. La comunión de los santos es la comunión de los sacramentos … cada uno de ellos nos une a Dios … Pero este nombre es más propio de la Eucaristía que de cualquier otro, porque ella es la que lleva esta comunión a su culminación pues realiza la unidad de los creyentes, que forman un solo cuerpo en Cristo”

Nuestra participación en la Eucaristía nos da ya un anticipo de la transfiguración de nuestro cuerpo por Cristo. Dice San Ireneo de Lyon: Así como el pan que viene de la tierra, después de haber recibido la invocación de Dios, ya no es pan ordinario, sino Eucaristía, constituida por dos cosas, una terrena y otra celestial, así nuestros cuerpos que participan en la Eucaristía ya no son corruptibles, ya que tienen la esperanza de la resurrección.”

A este sacramento, también se le dio el nombre de Eucaristía porque Jesús antes de instituirlo dio gracias al Padre celestial y porque es el medio más eficaz para dar gracias a Dios por el beneficio de la redención y de todos los dones con los que continuamente nos enriquece.

La imposibilidad de encerrar en una sola palabra la dignidad y la excelencia de este gran sacramento, ha hecho que sean muchos los nombres con los que se le designa; algunos son: Comunión, que quiere decir común unión, porque este sacramento nos une a Cristo y nos hace participantes de su carne y divinidad, nos concilia y une mutuamente por medio del mismo Cristo y nos constituye como en un solo cuerpo. El apóstol Pablo fue tal vez, el primero que empleó esa palabra cuando escribió en 1Co 10,16: La copa de bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?

Otro nombre con el que se designa a este sacramento es “Viático” que significa dinero o provisiones que se dan a una persona que hace un viaje, ya que la Eucaristía es nuestra provisión en el camino a nuestra patria eterna, y lo es especialmente para los moribundos que están por emprender el viaje a la vida eterna. También se le llama “Santísimo Sacramento, porque es el mayor y más excelente de todos los sacramentos y “Memorial” de la pasión y de la resurrección del Señor, puesto que en la Eucaristía se realiza el memorial de la Nueva Alianza, en la que Cristo se unió para siempre a la Iglesia, su esposa amada por la que se entregó.

“Pan del Cielo” oPan de Vida”es otro nombre con el que se le conoce porque contiene a Jesucristo que es vida de nuestras almas. Otro es: Banquete del Señor o “Cena del Señor”, como dice San Pablo en 1 Co 11,20; porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del “Banquete de bodas del Cordero  en la Jerusalén celestial. Ap 19,9

Los antiguos cristianos lo llamaban Fracción del Pan por la forma en que se distribuye, y Eulogia, que es una palabra griega que significa bendición por excelencia, porque tal es por su efecto, la consagración del pan y el vino.

Otro nombre es: Asamblea Eucarística (synaxis), porque es celebrada en la asamblea de los fieles, expresión visible de la Iglesia. Y otro es: Santa y divina liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también celebración de los santos misterios.

También se le llama: “Santo Sacrificio”“sacrificio de alabanza” (Hch 13,15; cf Sal 116, 13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), ofrenda pura o sacrificio puro, como dice Mal 1,11, puesto que completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza y Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador. Se le dice también el Santísimo Sacramento porque es el Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se llaman también las especies eucarísticas guardadas en el sagrario.

Y Santa Misa (que viene de missio, que significa misión) porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el envío de los fieles a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.

La Eucaristía, como los demás Sacramentos, fue anunciada con anticipación por medio de símbolos o figuras y prometida formalmente por Jesucristo un año antes de instituirla según dice San Juan que relata las palabras de Jesús en Cafarnaúm, palabras con las que Cristo se designa a sí mismo como el pan de vida, bajado del cielo preparando así la institución de la Eucaristía. Dice en Jn 6,35: “Jesús dijo: Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.

Por ello, en el divino sacrificio de la Eucaristía, “se ejerce la obra de nuestra redención”, y es también en ese sacramento, en el que Jesucristo actúa en plenitud para la transformación de los hombres”

 

La narración más antigua de la institución de la Eucaristía es la que San Pablo hace en la primera carta a los Corintios. Esta narración es parte de un contexto de reprensión por los abusos en contra de la caridad que los corintios hacían respecto a los más pobres e indigentes. En sus banquetes fraternos que seguían después de la Eucaristía y que tenían la finalidad de recordar las circunstancias históricas en las cuales la Eucaristía había sido instituida o de satisfacer las necesidades de las personas en la comunidad, se manifestaban divisiones y comportamientos faltos de caridad hacia los más pobres que no tenían nada de comer, mientras que los ricos hacían sus banquetes. San Pablo reprende a los Corintios, haciéndoles entender que ese no era el modo justo para disponerse a la Cena del Señor y para recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo, alimento de vida eterna y escuela de caridad. San Pablo narra lo que sucedió durante la Cena del Señor, recordándoles así a los corintios la razón de sus reuniones: “Lo que yo recibí del Señor, y a mi vez les he transmitido” (v.23). El binomio “recibir-transmitir”, tomado del vocabulario de la tradición rabínica, expresa la fidelidad a un dato recibido: Pablo, ha trasmitido, lo que él primero ha recibido, es decir, “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó el pan, dio gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía». De la misma manera, después de cenar, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es la Nueva Alianza que se sella con mi Sangre. Siempre que la beban, háganlo en memoria mía». Y así, siempre que coman este pan y beban esta copa, proclamarán la muerte del Señor hasta que él vuelva (vv. 23-26).

La fórmula de la consagración del pan: «Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes» (v. 24) expresa bien el aspecto de sacrificio y de redención del rito eucarístico y la presencia real de Cristo.

Con respecto a la consagración del cáliz, San Pablo usa una formula diferente a la que usa San Mateo (26,26 ss) y San Marcos (14,22 ss) diciendo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza», poniendo de esta forma el acento en la nueva alianza con la cual Cristo, con su sangre, sustituye la antigua alianza, también estipulada con sangre, entre Dios e Israel. Ya sea después de la primera fórmula, que después de la segunda, a diferencia del Evangelio de San Lucas (22,19 s), San Pablo agrega: «Hagan esto en memoria mía» (vv. 24.25). De este modo, San Pablo subraya que el rito Eucarístico es el memorial de la Ultima Cena que se diferencia del rito sacrificial del cordero del Antiguo Testamento, en el cual se recuerda la liberación de los Hebreos de Egipto. En el Antiguo Testamento el Cordero Pascual era solo el recuerdo simbólico y evocador, mientras que la celebración Eucarística realiza y reproduce el sacrificio de Cristo. Es una memoria no solo evocativa, sino creadora del hecho al cual se refiere.

Juan Pablo II afirma en la encíclica “Ecclesia de Eucharistia” que en la celebración eucarística el sacrificio redentor de Cristo “se hace presente, perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado… En efecto, «el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio»… el único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo” (n. 12). Si se tratara solo de una presencia simbólica, San Pablo no podría decir que “Por eso, el que coma el pan o beba la copa del Señor indignamente tendrá que dar cuenta del Cuerpo y de la Sangre del Señor” (1Cor 11,27).

Ahora, para que el rito eucarístico sea verdadero memorial, es necesario que quien lo cumple se haya investido en Cristo mismo de un poder especial de consagración. Las palabras pronunciadas por Jesús en la Última Cena: “Hagan esto en memoria mía”, eran dirigidas solo a los apóstoles que en aquel preciso momento fueron ordenados sacerdotes por el mismo Cristo. Es por lo tanto, el sacerdote ministerial quien «cumple el sacrificio Eucarístico en persona de Cristo y lo ofrece a Dios a nombre de todo el pueblo» (Ecclesia de Eucharistia, n. 28). En persona de Cristo significa que el sacerdote, en el momento de la consagración se identifica sacramentalmente “con el Sumo y Eterno Sacerdote, que es el autor y el principal sujeto de su propio sacrificio, en el cual en verdad no puede ser sustituido por ninguno” (Ecclesia de Eucharistia, n. 29). “El ministerio de los sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo, manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al sacrificio de la Cruz y a la Última Cena”. El Misterio eucarístico, por lo tanto, “no puede ser celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado” (Ecclesia de Eucharistia, n. 29). Demos gracias al Señor por el “don incomparable” de la Eucaristía y pidámosle que mande santos sacerdotes a la Iglesia para que se perpetúe en los siglos el sacrificio de la Eucaristía.

 

 

Dada la excelencia de este Sacramento, son muchos los símbolos del mismo, algunos son:

El árbol de la vida del paraíso terrenal, que debía preservar al hombre de la muerte y conservarlo en perpetua juventud.

El sacrificio de Melquisedec, en el cual ese sacerdote ofreció pan y vino al Señor Gn 14,18.

Otro signo es el cordero pascual que el pueblo de Israel comió de pie, con el báculo en la mano Ex 12,11.

El maná, manjar misterioso dado al pueblo hebreo en el desierto, mencionado en Ex c16, del que dice San Juan Bosco que es “figura de la Santísima Eucaristía, que da fuerzas al hombre para caminar en el desierto de este mundo en dirección a la tierra prometida que es el cielo.”

Un signo más de la Eucaristía es el pan que un ángel ofreció dos veces al profeta Elías y que le dio fuerzas para caminar durante cuarenta días hasta el monte “Hebrón” 1 Re c19.

Poco después de la multiplicación de los panes, Jesucristo anunció la Eucaristía cuando dijo: “Yo soy el pan que da vida. El que viene a mí, nunca tendrá hambre; y el que cree en mí, nunca tendrá sed.  Jn 6,35

Un año después de esta promesa, la noche anterior a su pasión y muerte, Jesucristo reunido en el cenáculo con sus apóstoles, celebró la pascua comiendo el cordero pascual, según el rito judío; y  “Mientras comían, Jesús tomó en sus manos el pan y, habiendo dado gracias a Dios, lo partió y se lo dio a los discípulos, diciendo: «Tomen y coman, esto es mi cuerpo.»  Luego tomó en sus manos una copa y, habiendo dado gracias a Dios, se la pasó a ellos, diciendo: «Beban todos ustedes de esta copa, porque esto es mi sangre, con la que se confirma la alianza, sangre que es derramada en favor de muchos para perdón de sus pecados. «Hagan esto en memoria mía.» Mt 26,26-28 y Lc 22,19.

Así tuvo lugar la institución de este admirable Sacramento en que nuestro Salvador, bajo las especies de pan y vino nos entrega su Cuerpo y su Sangre para alimento de nuestras almas, mediante la facultad de consagrar, otorgada a los sacerdotes.

La presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, se prueba 1º por las palabras de Jesucristo; 2º por la autoridad de la Iglesia y 3º por los numerosos milagros obrados por el mismo Jesucristo en confirmación de esta verdad.

Nuestro adorable Salvador, al entregarle a sus apóstoles el pan consagrado en la última cena, los incluye en su propia ofrenda y les manda perpetuarla cuando les dijo claramente: “Esto es mi cuerpo, que es entregado por ustedes. Hagan esto en memoria mía.” Lc 22,19, es como que hubiese dicho: lo que tengo en mis manos es mi cuerpo, ya no es pan como parece. Y Lc 22,20  narra que al entregarles el cáliz, dijo claramente: «Este vino es mi sangre, derramada en favor de ustedes. Con ella, Dios hace con ustedes un nuevo pacto.» Es decir: lo que está en el cáliz, ya no es vino, sino mi propia sangre, que será derramada para el perdón de los pecados.

Así Jesús instituyó a sus apóstoles como “Sacerdotes de la Nueva Alianza”  cuando dice: “Por ellos me consagro a mí mismo para que ellos sean también consagrados en la verdad”  Jn 17,19.

Y los apóstoles no tuvieron la menor duda acerca de la verdad del significado de las palabras de su divino Maestro pues ellos que lo habían visto cambiar el agua en vino, devolver la vida a los muertos, caminar sobre las aguas, calmar tempestades, sanar a multitud de enfermos y dar de comer a muchísimas personas, muy bien sabían que le era fácil convertir el pan en su cuerpo y el vino en su sangre; por esto, al oír sus palabras no solo fueron consagrados como sacerdotes, le creyeron y lo adoraron.

Dicen los Santos Padres, “Así como el barro de la tierra se convirtió, por la omnipotencia divina en el cuerpo de Adán; como la vara de Moisés se transformó en serpiente, y el agua en las bodas de Caná, se cambió en vino; así como lo que comemos, por un oculto trabajo de la naturaleza se convierte en carne y en sangre nuestra; así el pan y el vino en la Eucaristía, por las palabras del sacerdote que celebra, se cambian en el cuerpo y la sangre de Jesucristo.

La conversión del pan en el cuerpo y del vino en la sangre de Nuestro Señor Jesucristo se llama transubstanciación, palabra que significa cambio de una sustancia a otra, y es la que mejor explica el cambio maravilloso que se opera en el pan y en el vino al momento de la consagración, y es el mismo Jesucristo nuestro Señor, que es Dios todopoderoso, el que da tanta virtud a las palabras de consagración.

Así como al principio de los tiempos, con una sola palabra, “hágase”, sacó los mundos de la nada; así el mismo Dios, mediante las palabras que pronuncia el sacerdote, verifica el prodigio de la transubstanciación.

Así como la creación atribuida al Padre es principalmente obra de sabiduría y omnipotencia, la redención llevada a cabo por Jesucristo, es obra del amor, pero, donde más se manifiesta su amor, donde llega al colmo, es en la institución de la Santa Eucaristía, porque el principal efecto del amor es unir estrechamente a las personas que se aman; y esta unión en ningún sacramento es tan perfecta como en la Eucaristía por medio de la cual se establece entre Dios y el alma una unión semejante a la del cuerpo y el alimento del que se sustenta.

Si lo pensamos bien, grande fue la dicha de la Santísima Virgen, de San José, de Simeón, y otros santos, por haber llevado en sus brazos al Niño Jesús; pero es mayor unión y dicha la nuestra al recibir a Jesús, y establecer con Él contacto tan íntimo.

Si la Eucaristía es celebrada desde los orígenes, y en su substancia, no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, es porque sabemos que estamos sujetos al mandato que dio el Señor la víspera de su pasión: “hagan esto en memoria mía” 1Co 11:24-25.

La Eucaristía es el sacrificio de Cristo y también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo.  La Iglesia, que es el Cuerpo de Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente y se une a su intercesión ante el Padre por todos los hombres.

Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria que tendremos junto a él, y al recibir la Eucaristía en la comunión, se nos da como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús.

Por tanto, debemos considerar la Eucaristía como acción de gracias y alabanza al Padre, como memorial del sacrificio de Cristo y  como su presencia por el poder de su Palabra y de su Espíritu.

X