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El Espíritu Santo, con los Dones, nos guía hacia Dios.

El Espíritu Santo, con los Dones, nos guía hacia Dios.

A manera de introducción, tomaré algunos fragmentos de lo que dijo el Papa Benedicto XVI, al presidir la Misa por la Solemnidad de Pentecostés, en la Basílica de San Pedro, el 27 de mayo del año 2012. Allí afirmó que “el Espíritu Santo nos guía hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra el germen de la vida divina que está en nosotros”. Nos guía hacia las alturas de Dios, ¿Qué significa esto?

Se refirió a la vida nueva que puede disfrutar toda persona que, reconociendo el sacrificio de Jesucristo, con el que pagó por los pecados de toda la humanidad, le reconoce como su salvador y acepta que resucitó como manifestación de su poder al vencer a la muerte; como dice San Pablo en Ro 10,9-10 “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.” 

Al abrir el corazón para que Cristo entre a reinar y a dirigir su vida por el camino de justicia, de amor y de paz que Él mostró con sus enseñanzas y su testimonio de vida; no solo tu tendrás la vida que anunció Jesús en Jn 10,10b, “una vida plena, abundante”, sino que, además, como dijeron Pablo y Silas al carcelero en Hch 16,31 “Al creer en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia.”  

Esto significa que al dejarte conducir por el Espíritu del Señor, tu vida será transformada pues disfrutarás de paz, gozo y amor para compartir; entonces serás un testimonio para sus más cercanos, su familia; que al notar el cambio en tu vida, cambio para bien, querran lo mismo para ellos. Eso generará un efecto multiplicador, pues quienes ven lo que El Señor hace a través del Espíritu en las vidas de los que se vuelven a Jesús, querrán volverse a Él para recibir también ellos, la paz que sobrepasa todo entendimiento, así como la alegría y el amor que los hace entregarse a los demás en servicio gozoso. 

Durante su homilía, el Santo Padre señaló que debemos elegir entre los impulsos que provienen de la carne y aquellos que provienen del Espíritu, porque no podemos seguirlos a todos, sino que debemos tomar la decisión de cuál seguir “y esto lo podemos hacer en modo auténtico, solamente con la ayuda del Espíritu de Cristo”; porque “no podemos, ser simultáneamente egoístas y generosos, es decir no podemos seguir la tendencia de dominar a los demás y al mismo tiempo sentir la alegría de servir desinteresadamente”, dijo.

Benedicto XVI recordó que San Pablo se refiere a las obras de la carne en referencia a los pecados de egoísmo y de violencia cuando escribe en Gál 5,19-20 “Es fácil ver lo que hacen quienes siguen los malos deseos: cometen inmoralidades sexuales, hacen cosas impuras y viciosas, adoran ídolos y practican la brujería. Mantienen odios, discordias y celos. Se enojan fácilmente, causan rivalidades, divisiones y partidismos. Son envidiosos, borrachos, glotones y otras cosas parecidas.” Éstos son pensamientos y acciones que no nos hacen vivir de modo verdaderamente cristiano, pues no son forma de vivir en el amor que El Espíritu nos da. Y actuar de esa manera es ir en una dirección que nos lleva a perder la propia vida. 

El Papa Emérito criticó que con el progreso científico “orar a Dios parece algo que pasó de moda, que ya fue superado y que es inútil, porque nosotros podemos construir y realizar todo aquello que queremos”. Pero esto no es más que una actitud de soberbia, de vanidad, y al mismo tiempo, una forma absurda de dirigir nuestra vida pues no podemos pretender que conocemos el final del camino que nosotros nos trazamos; no podemos ver el futuro, por lo tanto no podemos conocer el resultado de todas nuestras acciones o decisiones, que pueden resultar totalmente opuestas a lo que queremos, como dice la sabiduría que encontramos en las Sagradas Escrituras, que dicen: “Hay caminos que parecen derechos, pero al final de ellos está la muerte”  Pro 14,12 y también se repite en el 16,25, manifestando así la importancia de lo que dicen.  

Al pretender que podemos hacer y llevar a cabo todo cuanto queramos “no nos percatamos de que estamos reviviendo la misma experiencia de Babel. Si bien, es cierto, que hemos llevado a cabo muchos avances tecnológicos multiplicado las posibilidades de comunicarnos, de obtener informaciones, de transmitir noticias, no podemos decir que haya crecido la capacidad de comprendernos, peor aún, tal vez nos comprendemos menos”.

Benedicto XVI remarcó, que “el Espíritu Santo, Espíritu de unidad y de verdad, continúa resonando en los corazones y en las mentes de los hombres e impulsándolos a encontrarse y acogerse recíprocamente”. Por ello, nos lleva a entregarnos en servicio, con amor, con el único interés de ayudar a que los demás superen sus dificultades, sin pretender recibir algo a cambio. Tal y como hacían los primeros cristianos que compartían todo lo que tenían, como dice Hch 2,44.  

“El Espíritu Santo, justamente por el hecho de que actúa así, nos introduce en toda la verdad, y nos lleva a profundizarla, a comprenderla, porque nosotros, como dice el Papa Emérito: “no crecemos en el conocimiento cerrándonos en nuestro yo, sino que lo haremos solamente siendo capaces de escuchar y de compartir, en el ‘nosotros’, con una actitud de profunda humildad interior”-.

Benedicto XVI señaló que, de esta manera, “se hace cada vez más claro por qué Babel es Babel, donde los hombres quieren hacerse Dios, y lo único que hacen es ponerse el uno contra el otro; y en cambio, por el otro extremo, Pentecostés es Pentecostés, donde los hombres se colocan en la verdad del Señor y se abren a la acción de su Espíritu que los sostiene y los une”, ya que con ese Espíritu, recibimos los dones, Temor de Dios, Fortaleza, Piedad, Consejo, Ciencia, Sabiduría y Entendimiento, como leemos en Isaías 11, 2-3, donde se asegura que en el Mesías esperado habrá una plenitud total de esos dones, que no le fueron dados con medida, como a Salomón se le dio la sabiduría o a Sansón la fortaleza, sino que sobre Jesús reposó plenamente el Espíritu de Yahvé.

Todos los dones del Espíritu Santo son perfectos, sin embargo, la tradición teológica y espiritual suele ver en ellos una escala ascendente de menor a mayor excelencia. En la base pone el temor de Dios y en la cumbre el don de sabiduría.

Notemos, antes de examinar uno a uno los diferentes dones del Espíritu Santo que menciona Isaías, que todos ellos, aunque sean hábitos infusos distintos, son participaciones en un mismo y único Espíritu, que obra en el hombre al modo divino. El apóstol Pablo expresa esto en palabras breves, pero muy exactas, cuando dice en 1Cor 12,4 «hay diversidad de dones, pero uno solo es el Espíritu». 

 Pasemos ahora a conocer algunas de las características de los diferentes dones mencionados por Isaías. 

  1. El don de temor de Dios es el don que intensifica y purifica todas las virtudes cristianas, por ello la Biblia inculca desde el principio a los hombres el santo temor de Dios: como leemos en Dt 10,12-13: «Israel, ¿qué es lo que te exige el Señor, tu Dios? Que temas al Señor, tu Dios, que sigas sus caminos y lo ames, que sirvas al Señor, tu Dios, con todo el corazón y con toda el alma, que guardes los mandamientos del Señor y sus leyes, para que seas feliz». En este texto, y en otros muchos semejantes, se aprecia cómo el temor de Dios implica en la Escritura veneración, obediencia y sobre todo amor.

Jesucristo, siendo «la manifestación de la bondad y el amor de Dios hacia los hombres» Tit 3,4,  enseña el temor reverencial que debemos al Señor, cuando dice: «No tengan miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden quitar la vida; teman más bien al que puede destruir al hombre entero en el fuego que no se apaga.» Mt 10,28. Esto significa que debemos temer ofender a Dios para no recibir el castigo eterno.

Si «El amor perfecto echa fuera el temor» como dice 1Jn 4,18, el amor y el servicio a Dios implican un temor reverencial. Dice Santo Tomás: “El don de temor es un hábito sobrenatural por el que, el cristiano, por obra del Espíritu Santo, teme sobre todas las cosas ofender a Dios, separarse de Él, y desea someterse absolutamente a la voluntad divina.” Dios, que es a un tiempo Amor absoluto y Señor total; debe ser al mismo tiempo amado y reverenciado.”

No es, por supuesto, el don de temor de Dios un temor servil, por el que se pretende guardar fidelidad al Señor única o principalmente por temor al castigo, ha de ser un temor filial, que se inspira en el amor a Dios, es decir, en el horror a ofenderle. 

El don de temor de Dios intensifica y purifica todas las virtudes cristianas y es el menor de los dones del Espíritu Santo pues como dice Pro 1,7: «el principio de la sabiduría es el temor del Señor». Pero aun siendo el menor, posee una fuerza maravillosa para purificar e impulsar todas las virtudes cristianas.

  1. El don de Fortaleza. Dice San Pablo: «Y ahora, hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo.» (Ef 6,10 y 11). 

En el Antiguo Testamento, se capta a Dios como una fuerza inmensa e invencible, como una Roca, y al mismo tiempo como Aquél que es capaz de comunicar a sus fieles una fortaleza inexpugnable, como dice el Sal 18,2-3: «Yo te amo, Señor, tú eres mi fortaleza, Señor, mi roca, mi alcázar, mi libertador; Dios mío, peña mía, refugio mío, escudo mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte». Y los que tienen fe en Dios, pasarán por muchas pruebas, pero siempre serán fortalecidos por la infinita fuerza del Espíritu.

Así fue en el Antiguo Testamento, y más aún en el Nuevo. Los discípulos de Cristo necesitaron, en efecto, ser fortalecidos por el Espíritu Santo, pues al no ser del mundo, sufrieron la persecución del mundo. Como dice San Pablo en 2Tim 3,12: «todo el que se proponga vivir como buen cristiano será perseguido.». Está claramente anunciado por el Señor cuando dijo “Dichosos ustedes, cuando la gente los insulte y los maltrate, y cuando por causa mía los ataquen con toda clase de mentiras.” Mt 5,11. Por tanto, en medio de los mundanos, los cristianos no pueden ser fieles a Cristo si no son especialmente fortalecidos por su Espíritu. Pues quienes vencen son «los que guardan los preceptos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús», pero su victoria sobre el mundo tiene necesariamente, como la de Cristo, la forma del martirio, cruz y muerte.

Si grande ha de ser en el cristiano la fortaleza espiritual para vencer la debilidad de su propia carne y las persecuciones del mundo, aún más ha de serlo para vencer las tentaciones directas del Demonio, pues como dice Ef 6,12, «Porque no estamos luchando contra poderes humanos, sino contra malignas fuerzas espirituales del cielo, las cuales tienen mando, autoridad y dominio sobre el mundo de tinieblas que nos rodea.». 

Por todo esto, los cristianos, para nosotros mismos y nuestros hermanos, hemos de pedir continuamente la fortaleza del Espíritu Santo, como recomendaban los apóstoles «Hermanos, busquen su fuerza en el Señor, en su poder irresistible. Protéjanse con toda la armadura que Dios les ha dado, para que puedan estar firmes contra los engaños del diablo.» Ef 6,10-11. «Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resístanle, firmes en la fe, sabiendo que en todas partes del mundo los hermanos de ustedes están sufriendo las mismas cosas.» 1Pe 5,8-9.

El don de fortaleza fortalece al cristiano para que, por obra del Espíritu Santo, pueda ejercitar sus virtudes heroicamente y logre así superar con invencible confianza todas las adversidades de este tiempo de prueba y de lucha, que es su vida en la tierra. Cuando el Espíritu Santo lo activa en nosotros, nos vemos asistidos por la misma fuerza de Dios, y superamos con facilidad y seguridad toda clase de pruebas.

  1. El don de Piedad, es el que  lleva a perfección el abandono confiado en la providencia amorosa del Padre. 

Cuando San Pablo en Rm 1,30-31 describe a los hombres carnales y mundanos, emplea más de veinte calificativos muy severos, entre ellos «rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados». Efectivamente, «la dureza de corazón» hace despiadados a los hombres que no han sido renovados en Cristo por el Espíritu Santo y estos son capaces de ver con absoluta frialdad todos los males, tanto en las personas más próximas, como en el mundo en general. No tienen piedad. Por el contrario, el Espíritu Santo nos hace ver a Dios como Padre, a nosotros mismos como hijos suyos, y a los hombres como hermanos: «Pues por la fe en Cristo Jesús todos ustedes son hijos de Dios» Gál 3,26. Entonces, nos toca vivir consecuentemente nuestra condición filial, y ser «imitadores de Dios, como hijos suyos queridos» como dice Pablo en Ef 5,1. Esta piedad filial nos hará vivir abandonados con toda confianza en la providencia de nuestro Padre: Él conoce nuestras necesidades, y cuida de nosotros. No debemos, pues, inquietarnos por nada. 

La piedad, el tercero de los dones del Espíritu Santo en la escala ascendente, perfecciona en modo sobrehumano el ejercicio de muchas virtudes, especialmente de la justicia y de la caridad: nos lleva a sentirnos verdaderamente hijos de Dios, nos hace celosos para promover su gloria, nos inclina a la benignidad con los hermanos, a la fraternidad, a la paciencia, a la castidad, al perdón de las ofensas, y a un servicio gratuito y sin límites. 

  1. El don de Consejo es el que permite al cristiano discernir la verdad y el bien.  Los lugares de la Biblia, que se refieren al don de consejo, son aplicables en buena medida también a los dones de ciencia, entendimiento y sabiduría. Todos ellos son dones intelectuales, por los que el Espíritu Santo comunica al entendimiento de los fieles una lucidez sobrenatural de modo divino.  Dice el Señor por Isaías: «no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros caminos» (55,8). En efecto, la lógica de Dios supera de tal modo la lógica del hombre que a éste le parece aquélla «escándalo y locura», y solamente para el hombre iluminado por el Espíritu es «fuerza y sabiduría de Dios» 

Unicamente son fuerza y sabiduría de Dios para aquellos que son llamados, como dice San Pablo «Para avergonzar a los sabios, Dios ha escogido a los que el mundo tiene por tontos; y para avergonzar a los fuertes, ha escogido a los que el mundo tiene por débiles.» 1Co 1,27.

Siendo, pues, tan inmensa la distancia entre el pensamiento de Dios y el de los hombres, se comprende bien que en la Biblia, se hallen innumerables elogios del don de consejo, y la imagen del hombre santo, grato a Dios, es la del hombre lleno de discernimiento y de prudencia, mientras que la figura del pecador es la del hombre necio e insensato, como afirma Pro 16,22: «Tener buen juicio, es tener una fuente de vida». 

Por tanto, el buen juicio, que permite orientar la propia vida por el misterioso camino de Dios, sin desvío ni engaño alguno, debe ser buscado como un bien supremo. Por ello, el padre aconseja al hijo: «sigue el consejo de los prudentes y no desprecies ningún buen consejo» Tob 4,18. El buen consejo ha de ser buscado en la biblia: «lámpara es tu Palabra para mis pasos, luz en mi sendero» dice en el Sal 118,105, pero también ha de ser pedido a Dios humildemente, pues sólo por la oración conseguirá el hombre el buen juicio, siempre y en todas las cosas. Por tanto, pidámoslo incesantemente a nuestro Señor.

Pero el buen consejo es imposible si el corazón está sucio por el pecado. Será, pues, el fuego del Espíritu Santo el que purifique y queme toda basura en nuestro corazón, y el que lo ilumine plenamente con la luz del consejo divino. Sólo así, por el don espiritual de consejo, podremos ser «prudentes como serpientes y sencillos como palomas» Mt 10,16.

Necesitamos el don precioso del consejo para la perfección espiritual, pues solamente así podremos, ser perfectamente prudentes siempre y en todo lugar.

  1. El don de Ciencia perfecciona la virtud de la fe, dando a ésta una luminosidad de conocimiento al modo divino. Si el Espíritu Santo por el don de ciencia produce una lucidez sobrehumana para ver las cosas del mundo según Dios, es indudable que en Jesucristo se da en forma perfecta, pues Él conoce a los hombres, a todos, a cada uno, en lo más secreto de sus almas. También como hombres nuevos, iluminados por el Espíritu Santo con el don de ciencia, conocmos profundamente las realidades temporales, y las vemos con lucidez sobrenatural, pues las miramos por los ojos de Cristo, ya que, como dice Pablo «nosotros tenemos la mente de Cristo» 1Cor 2,16 

Por el don de ciencia, el cristiano descubre la hermosura del mundo visible, su dignidad majestuosa, que es reflejo de Dios y anticipo de las realidades definitivas, y al mismo tiempo, descubre su condición de creatura, transitoria y efímera. 

El don de ciencia, nos hace sentir nuestra condición de «peregrinos y forasteros» en el mundo presente. Este don, da al cristiano una facilidad simple y segura para conocer de verdad el mundo presente y todas sus mentiras. Solamente así puede el cristiano participar plenamente del señorío de Cristo sobre el mundo, y «vivir en el mundo sin ser del mundo».

El don de ciencia es un hábito sobrenatural, infundido por Dios, para que, por obra del Espíritu Santo, juzgue rectamente, con lucidez sobrehumana, acerca de todas las cosas creadas, refiriéndolas siempre a su fin sobrenatural. Pues perfecciona la virtud de la fe, dando a ésta una luminosidad de conocimiento al modo divino. Y hoy más que nunca, todos los cristianos, necesitamos del don de ciencia para que nuestras mentes, dóciles a Dios, queden absolutamente libres de los condicionamientos del mundo en que viven

  1. El don de Entendimiento «tiene por objeto captar y penetrar las verdades reveladas por una profunda intuición sobrenatural, pero sin emitir juicio sobre ellas» y Jesús, desde niño, lo poseía perfectamente. Dice el evangelio de San Lucas: “A los doce años, en el Templo, producía la mayor admiración entre los doctores de la ley, pues «cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y de sus respuestas» y este don de entendimiento se acrecentó en él con los años pues «crecía en edad, sabiduría y gracia ante Dios y ante los hombres» y agrega «todos le aprobaban y se maravillaban de las palabras llenas de gracia que salían de su boca» Cuando en la sinagoga de Nazaret, explica las Escrituras en referencia a él”. 

Dice San Pablo: en Cristo Jesús, «ustedes han sido enriquecidos abundantemente con toda palabra y con todo conocimiento.» Y así hemos de estar «llenos de bondad, repletos de todo conocimiento, preparados para aconsejarse unos a otros.» En efecto, «El mismo Dios que mandó que la luz brotara de la oscuridad, es el que ha hecho brotar su luz en nuestro corazón, para que podamos iluminar a otros, dándoles a conocer la gloria de Dios, como brilla en el rostro de Cristo.» 

El entendimiento de las verdades divinas reveladas se consigue sobre todo en la oración de súplica, pero requiere, además, meditación y estudio, y hacer como María, que «guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón» 

San Pablo pide con frecuencia este don del Espíritu Santo para los fieles que él ha evangelizado y convertido: «no dejamos de orar por ustedes y de pedir a Dios que los haga conocer plenamente su voluntad y les dé toda clase de sabiduría y entendimiento espiritual. Así podrán portarse como deben hacerlo los que son del Señor, haciendo siempre lo que a él le agrada, dando frutos de toda clase de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios.» Col 1,9-10. 

Necesitamos pues, el don de entendimiento para que el conocimiento sobrenatural de las verdades reveladas venga a ser en el creyente, alto, profundo e intuitivo, al modo divino, para que supere así el modo humano de la fe.

  1. El don de Sabiduría es el don por el que el creyente experimenta al mismo Dios, en quien cree por la virtud teologal de la fe. Es el más excelso de todos los dones, pues da un conocimiento altísimo del mismo Dios. Por eso la eterna Sabiduría del Padre, cuando se encarna, llena el alma de Jesús con un grado extraordinario del don de sabiduría. Él asegura conocer al Padre, cuando dice: «Yo le conozco porque procedo de Él, y Él me ha enviado» Jn 7,29. Más aún, Jesús conoce al Padre en una forma única, y tiene poder de comunicar a los hombres esa sabiduría suprema, pues «nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo» Mt 11,27. 

Entonces, dejémonos conducir por el Santo Espíritu para que nos guíe hacia las alturas de Dios, para que podamos vivir ya en esta tierra la vida divina que está en nosotros, por esto debemos pedirle que nos ilumine y nos guíe a vencer la fascinación de seguir nuestras verdades, y a acoger la verdad de Cristo transmitida en la Iglesia. El relato de Pentecostés en el Evangelio de san Lucas nos dice que Jesús, antes de subir al cielo, pidió a los Apóstoles que permanecieran juntos para prepararse a recibir el don del Espíritu Santo. Y ellos se reunieron en oración con María en el Cenáculo a la espera del acontecimiento prometido, y la promesa se cumplió Hch 1, 14. Reunidos con María, como en su nacimiento, los cristianos, las piedras vivas de la Iglesia también hoy clamamos: «¡Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en nosotros el fuego de tu amor!». Que así sea.

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