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DIOS NOS ENSEÑA CÓMO SER FELICES

DIOS NOS ENSEÑA CÓMO SER FELICES

para FARO DE LUZ 1169

Jesús conoce nuestro corazón y nuestras intenciones, por lo que, si deseas acercarte al Señor, y lo buscas de corazón, puedes estar Seguro que Él te está esperando y como el Padre misericordioso de la Parábola del Hijo Pródigo, te recibirá con abrazos y besos. Dios mismo nos anima a buscarlo cuando dice en Dt 4,29 “Buscarás a Yahveh, tu Dios, y lo hallarás si lo buscas con todo tu corazón y con toda tu alma.”

Y el Señor no solo no juzga, nos ama y no cambia, como dice en Mal 3, 6-12 “Yo soy el Señor. No he cambiado. Y por eso ustedes, no han sido aniquilados, a pesar de que ustedes se han apartado de mis preceptos, de mis mandamientos, como se apartaron sus antepasados, y no han querido obedecerlos. 

Y agrega su invitación cuando dice: “Yo, el Señor todopoderoso, les digo: ¡Vuélvanse a mí, y yo me volveré a ustedes!” 

En donde te encuentres, búscalo y al encontrarlo ríndete a Él, deja tu orgullo y soberbia al pensar que tú puedes diseñar tu camino, pues, como dice Pro 14,12Hay caminos que parecen derechos, pero al final de ellos está la muerte”. 

Entonces, reconoce a Jesús, como tu Salvador y tu Señor. Y con Él en tu corazón cumplirás sus mandamientos y vivirás según su voluntad, por amor y no por obligación

Entonces, muestra tu amor a Dios mostrándolo a los demás, a través de las obras de amor, como dijo Jesús en el Sermón del Monte, “con las Bienaventuranzas”, Que consisten en la alegría y en la perfecta visión de lo que Dios quiere y espera de nosotros, además, con ellas el Señor nos anima al decirnos que al hacerlo seremos bienaventurados, felices.

Después de cuarenta días de ayuno y oración en el desierto, Jesús, preparado para iniciar su ministerio, se dirigió a Galilea y proclamó «Vuélvanse a Dios, porque el reino de los cielos está cerca» y «recorría toda Galilea, enseñando en la sinagoga de cada lugar. Anunciaba la buena noticia del reino y curaba a la gente de todas sus enfermedades y dolencias. Se hablaba de Jesús en toda la región de Siria, y le traían a cuantos sufrían de diferentes males, enfermedades y dolores, y a los endemoniados, a los epilépticos y a los paralíticos. Y Jesús los sanaba. Mucha gente de Galilea, de los pueblos de Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la región al oriente del Jordán seguía a Jesús Mat 4,23-24  

Y en el capítulo siguiente, San Mateo narra en los versículos 3-12: «Nuestro Señor Jesús tomando la palabra comenzó a enseñarles, diciendo: Lo que realmente cuenta ante Dios»  Y a continuación, empieza su enseñanza de motivación con las Bienaventuranzas, que empiezan donde acaba el Decálogo, y dice:

  • «Felices los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.»

Se refiere a quienes sienten la necesidad de Dios, y lo buscan. Son las personas a quienes su carencia de bienes terrenales, o los que teniendo muchos bienes, se les convierten en riqueza de bienes espirituales, en humildad y esperanza, en libertad ante Dios

No son tontos o ineptos, sino pobres «en el espíritu», su pobreza tiene un lado espiritual pues trasladan su posición en la sociedad terrena a sus relaciones con Dios, no confían en sus bienes y todo lo esperan de Él. Por consiguiente, toda su vida, la terrena y la espiritual, es pobre. A estos pobres espirituales les promete el reino de Dios. Sólo ellos pueden entrar al reino de Dios, porque no traen nada consigo, sino que todo lo esperan de Él. Con esta primera bienaventuranza, Jesús Pide a los menos favorecidos que cierren su corazón a toda codicia y ordena a los privilegiados, que se desprendan de lo superfluo en beneficio de quienes no tienen lo suficiente y les invita a superar esta medida obligatoria, pues un cristiano no practica la virtud de caridad por el mero hecho de socorrer a los demás, es una manifestación de amor a sus hermanos, al privarse él mismo de algo.

Continuó el Señor diciendo: ●«Felices los que sufren, porque recibirán consuelo.» 

Se refiera a quienes sufren y presentan a Dios su sufrimiento, confiando en la respuesta del Padre. 

La palabra griega que traducimos por “mansedumbre” se aplica a los poseedores de diversas cualidades, que van desde la mansedumbre al aguante. En todo caso “los mansos” no son los blandos ni los indefinidos. La mansedumbre aquí, implica firmeza de carácter. No se trata de indiferencia y apatía, como tampoco de rendirse ante los razonamientos o las pretensiones ajenas para evitar incidentes. La mansedumbre es una virtud y, por tanto, un acto de fortaleza. No nos equivoquemos sobre su exterioridad tranquila y a veces sonriente, pues no se adquiere más que por severidad para consigo mismo.

Esa bienaventuranza significa que nosotros como sus discípulos no debemos ser personas con ojos tristes y rostros melancólicos; que aún cuando suframos, no debemos de llevar la cabeza gacha, lejos de ello debemos compartir el sufrimiento de Cristo en su pasión, aceptar el dolor y abrir el alma oprimida a Dios. Y Él nos consolará.

Sigue Jesús: ●«Felices los pacientes, los mansos, los humildes, porque recibirán la tierra en herencia.» Es como una continuación de la anterior, pues quienes tienen esperanza en la respuesta de Dios y se contentan con todo, se conforman con la voluntad de Dios y están llenos de esperanza en la benevolencia divina. No oprimen ni explotan, ni pretenden venganza, ni obtener sus objetivos violentamente. 

A quien confía en Dios, hasta los malos días le traen su pequeña alegría: la energía sonriente en la adversidad o, al menos, la canción que acompasa el trabajo, el ímpetu interior que resiste al peligro y al duelo. Los hombres se entristecen porque no comprenden o porque no aceptan. Pero el cristiano se abandona al Padre que sabe y que decide.

Otra bienaventuranza es: ●«Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.» Estos, son quienes tienen fe y confían en la respuesta de Dios. El hambre del cuerpo sólo es una faceta del hambre humana. Aunque el cuerpo esté saciado, queda otra hambre y sed, que puede ser igualmente atormentadora, pero todavía mucho más intensa, es el hambre del espíritu y del corazón, de ser tal como Dios nos ha creado y nos quiere tener. Aquí habla de esta hambre. Pero la segunda parte, cuando menciona la justicia, hay que entenderla en el sentido que es la que hace perfecto al hombre ante Dios, por lo tanto, se refiere a quien anhela cumplir íntegramente y sin reserva la voluntad de Dios, esto significa quienes buscan su santificación. Aquí entonces, lo que debemos hacer es tener el deseo de dirigir nuestra vida hacia Dios.

La santidad se caracteriza, en resumen, por la unión con Jesucristo. Unión de vida, de gracia, de gloria, que es obra exclusiva de Dios. Unión de pensamiento, de abalanza, de amor y de obediencia. El hambre de santidad es, pues, el deseo de ser uno solo con Dios, un deseo de siempre ajustar nuestros pensamientos con los suyos, de identificar nuestra voluntad con la suya, de parecernos a Él en nuestras acciones. 

Y continuó el Señor: ●«Felices los compasivos, los misericordiosos, porque serán tratados con misericordia.» Compasivos son quienes ven al prójimo con misericordia y lo ayudan en sus necesidades. A éstos, los declara bienaventurados, porque obran el bien, colocan la misericordia por encima de todo, no tratan con hostilidad al prójimo, sino que alivian sus necesidades y curan sus heridas, porque la misericordia, como el perdón, es un acto de justicia para con nosotros mismos, pues si no perdonamos ahogaremos en nosotros mismos toda bondad ya que solo se olvida cuando se perdona. Triunfaremos sobre las ofensas negándonos a sentirnos ofendidos, al perdonar, al tener misericordia, al ser compasivos. Ese es un poder con el que decidimos actuar, es la manera de Dios, que destruye el mal. Y al actuar así, nosotros seremos también tratados por Dios con misericordia

Jesús siguió diciendo: ●«Felices los de corazón limpio, porque verán a Dios.» Hb 12,14, leemos: “Sin santidad nadie verá a Dios”, y San Pablo dice, en 1Ti 6,16: «Ningún hombre lo vio ni puede verlo» No todos verán a Dios, sino solamente los limpios de corazón. El corazón se ensucia, se vuelve impuro con los pecados, por tanto, todo el hombre. Pero son limpios de corazón aquellos de quienes procede el bien, los pensamientos de amor y de misericordia, quienes anhelan a Dios y su justicia.  El cristiano limpio de corazón, es el que actúa en cualquier circunstancia como cristiano. Es fiel a su palabra, llega hasta el límite de sus convicciones, sin dejarse llevar por ningún compromiso. Sus actitudes, sus decisiones, sus trabajos lo “definen” como cristiano. Esta integridad, que va contra la costumbre de establecer nuestra conducta sobre las ideas o los ejemplos de la mayoría, debe encontrarse en todos los discípulos de Cristo. 

Continuó Jesús: ●«Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.» 

En nuestro mundo y en la sociedad humana hay discordias y peleas. Se ha roto la unidad, se ha trastornado la paz. La paz es un bien sobresaliente, un bien divino como la justicia y la verdad, es una prenda de la salvación, que el hombre debe procurar. Nuestra aspiración tiende a una paz en la que Dios esté incluido y los hombres estén de acuerdo entre sí y con Dios. 

Bienaventurados los que con un pequeño gesto, con una palabra conciliadora, que procede de un corazón lleno de Dios, traen la paz, reconcilian a los adversarios, apagan el odio y unen lo que está separado. El que irradia la paz de Dios, no necesita muchas palabras: será camino y puente para que muchos encuentren esa paz. 

Las Bienaventuranzas anteriores no nos han dado una espada para que cortemos las pasiones humanas. Si nos hemos liberado de las ataduras del dinero y del orgullo, si nos hemos fortalecido en el sufrimiento y extirpamos la mediocridad, la dureza y la hipocresía, entonces la paz de Cristo se puede desarrollar en nosotros e irradiarse a nuestro alrededor.

«Hasta donde dependa de ustedes, hagan cuanto puedan por vivir en paz con todos». Dice San Pablo en Ro 12, 18. Pero, los temores, las posibilidades de un fracaso, no nos excusan de intentarlo todo, de atrevernos a todo para hacer reinar la paz en el mundo; pues solo bajo esta condición mereceremos ser llamados hijos de Dios.

El Señor nos dejó preparados para ello cuando dijo en: Jn 14,27 «Les dejo la paz, mi paz les doy. Una paz que el mundo no les puede dar. No se inquieten ni tengan miedo.» Se trata de un estado, que no sólo incluye la ausencia de la guerra y de la enemistad personal, sino que comprende además la prosperidad, la alegría, el éxito en la vida, las circunstancias felices y la salud, entendida en sentido religioso. Y es la paz que los ángeles cantaban al momento del Nacimiento de Jesús, que decían: «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad» Lc 2,14.

Continuó Jesús con su enseñanza y dijo: ●«Felices los que son perseguidos por hacer lo que es justo, porque de ellos es el Reino de los Cielos.» 

Se trata de la entrega a Dios y la perfecta pureza y orden en la vida, a imitación de Jesús. Incluso la mayor honradez puede convertirse en motivo de enemistad. Ej. Juan el Bautista fue encarcelado por su integridad, y por ella fue muerto. Jesús mismo lo experimentó, y puede aplicarse a los que son sus discípulos. 

Todos los que por causa de esa justicia han sufrido la vergüenza y la persecución, recibirán el reino de Dios. Aunque en su vida terrena exteriormente no se pueda ver nada de su gloria, esa promesa se mantiene firme y está asegurada, porque es palabra del Señor. Entonces, los seguidores de Jesús no debemos contentarnos con enseñar y practicar la justicia, lo cual implica ya, serios esfuerzos, sino que debemos comprometernos a defenderla y a sufrir por ella.

Esta exhortación de Cristo es para los hombres de todos los tiempos, a todos los que quieren seguirlo, pero nos prepara para el combate, cuyo desenlace es seguro, pues, Jesús dijo, “Yo he vencido al mundo” según leemos en Jn 16,33. Sintámonos, pues, dichosos, a pesar de la fatiga, del recelo y de los tratos ofensivos, pues tenemos la seguridad de la victoria, y Jesús nos garantiza que alcanzaremos el Reino de los Cielos.

Y termina diciendo: ●«Felices ustedes, cuando por causa mía los insulten, los persigan y les levanten toda clase de calumnias. Alégrense y salten de contento, porque será grande la recompensa que recibirán en el cielo, pues así persiguieron a los profetas anteriores a ustedes».

Esta última bienaventuranza es la más extensa. Se refiere a quien sufre persecución por causa de Jesús y de la justicia. Entonces, debemos prepararnos no solamente para el futuro que está ante nosotros con incertidumbre, sino también considerando el pasado, es decir lo sucedido a Cristo y sus seguidores. 

Toda la predicación de Jesús estuvo orientada hacia la vida nueva y eterna prometida a los que creyeran en Él. Y nuestra fe no descansa sobre teorías, sino sobre hechos históricos. Y el hecho fundamental es su resurrección. Los apóstoles, ante las repetidas apariciones del Salvador, a ellos y a otros, se rindieron a la evidencia, y desde entonces proclamaron hasta su muerte aquello de lo cual habían sido testigos. Nosotros lo hemos visto con nuestros ojos, tocado con nuestras manos; nosotros hemos vivido y comido con Él, después de su resurrección de entre los muertos”. En vano se usó de amenazas para que se callaran, pero ellos respondían: “No podemos dejar de decir lo que hemos visto y oído”

La resurrección de Jesús fue la prueba de su divinidad, por tanto, de la verdad de su doctrina; y nos da la certeza de nuestra propia resurrección. Así como las primicias son el testimonio de la futura cosecha, la victoria de los cristianos se haya contenida en la victoria de Jesús. 

Por eso los apóstoles se regocijaban porque habían sido dignos de padecer burlas, insultos y desprecios, cárcel y hasta ser condenados a muerte, por el nombre de Jesús. Reconociendo la máxima expresión de amor de Jesucristo, “morir en la cruz para liberarnos de las cadenas del pecado, para pagar así con el castigo que merecíamos por haber ofendido al Padre al ir en contra de sus mandamientos”, alegrémonos también nosotros viviendo según sus enseñanzas, aun cuando debamos padecer burlas, insultos, desprecios y todo lo que padecieron, quienes ahora ocupan un lugar a su lado en el Reino de los Cielos, pues al hacerlo, también nosotros, como muestra de nuestro agradecimiento y amor a nuestro Salvador y Señor, estaremos ganándonos ese derecho.  

Pero debemos recorder lo que San Pablo dice en Ro 4,7, donde  nos presenta la mayor bienaventuranza o felicidad que podamos alcanzar, y también la que podemos presentar a los demás, cuando dice: «Bienaventurados aquellos cuyas maldades les han sido perdonadas, y cuyos pecados han sido cubiertos.»  Con esto se refiere a todos los que han abierto su corazón para recibir a Jesús reconociéndolo como Salvador y Señor, porque dice en Ro10,9-10 «Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.»  

Por lo tanto, debemos estar conscientes de lo que representa que el Señor nos haya dado libertad al romper las cadenas de pecado que nos tenían atrapados y nos haya hecho libres y con su sacrificio en la cruz, y por su sangre derramada, nos limpió de nuestros pecados, por lo que podemos entonces, llegar a la presencia de Dios pues “Sin santidad nadie verá a Dios”. Hb 12,14

Y San Juan nos traslada otra bienaventuranza para todos los que han obedecido y han vivido de acuerdo a las enseñanzas del Señor cuando escribe en el Ap 14,13: «Y oí una voz del cielo que decía: “Bienaventurados los muertos que de aquí en adelante mueren en el Señor.” Sí, dice el Espíritu, para que descansen de sus trabajos, porque sus obras van con ellos”»

¿A qué obras se refiere? A las Obras de Misericordia, que son las acciones caritativas mediante las cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales.

Pero ese, es tema que te invito a escuchar la próxima semana.

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