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CONVIRTÁMONOS Y SIRVAMOS A DIOS Y A LOS DEMÁS

CONVIRTÁMONOS Y SIRVAMOS A DIOS Y A LOS DEMÁS

Dios quiere que nos volvamos a El, que nos convirtamos, para bendición nuestra, para que seamos felices. Entonces, ya que Dios Padre, está siempre haciendo lo necesario para que así sea, debemos hacer la parte que nos corresponde. Y las Sagradas Escrituras nos enseñan qué debemos hacer y cómo lograrlo.

Cristo en el desierto después de cuarenta días de ayuno, enfrentó al tentador, a Satanás, y lo venció precisamente porque estaba fortalecido espiritualmente por el ayuno y la oración, pero sobre todo por su firme convicción de obedecer a Dios Padre. 

Al analizar las tentaciones con las cuales Satanás atacó a Jesús, nos daremos cuenta que van mas allá de la forma obvia que presentan las Escrituras, porque si bien nos hablan de la tentación de comida, justamente en el momento en el que Jesús tenía hambre y cansancio, no se trata solamente de hambre de comida; como podemos ver aquí, se nos presentan otros elementos con los que somos tentados: hambre de amor, de consuelo, de compañía, de descanso, de cobijo, de solidaridad, es decir, hambre de cualquier cosa que sintamos. 

Satanás vendrá a presionarnos en nuestros momentos de necesidad, de debilidad, en los momentos de hambre de lo que sea que necesitemos. Entonces, debemos mantenernos atentos, despiertos, como dice 1Pe5,8-9Sean prudentes y manténganse despiertos, porque su enemigo el diablo, como un león rugiente, anda buscando a quien devorar. Resístanle, firmes en la fe, sabiendo que en todas partes del mundo los hermanos de ustedes están sufriendo las mismas cosas.”  Es decir todos somos tentados, pero también, todos podemos mantenernos despiertos para resistir y rechazar la tentación.

Satanás insistió, e intentó eliminar su lealtad y nobleza, su humildad, su modestia y devoción, cuando pretendió hacerlo caer a través del orgullo, la vanidad, la soberbia y la vanagloria, al decirle que si se tiraba de lo alto del templo, los ángeles lo sostendrían, dejando así de manifiesto ante todos, que era alguien muy especial. Con esto queda claro que el Diablo nos presentará “los beneficios” de hacer algo que no es “tan malo”, por lo que debemos estar atentos pues en realidad puede ser una irreverencia, una insolencia, una profanación, en contra del honor de Dios. No podemos deshonrar a Dios poniéndolo a prueba, argumentando que porque nos ama dejará pasar que nos tomemos ciertas libertades con alguna “pequeñez”. En este caso, Jesús en contra de la tentación luchó con las Escrituras, es decir, con el conocimiento de la voluntad de Dios Padre, por lo que debemos imitarlo leyendo, estudiando y meditando, las Sagradas Escrituras, como dijo Moisés: «Yo les he enseñado las leyes y los decretos que el Señor mi Dios me ordenó, para que los pongan en práctica en el país que van a ocupar.» (aplicándolo a nosotros, las leyes y decretos de Dios son para que los pongamos en práctica en donde vivamos). Y continúa diciendo Moisés «Cúmplanlos y practíquenlos, porque de esta manera los pueblos reconocerán que en ustedes hay sabiduría y entendimiento, ya que cuando conozcan estas leyes no podrán menos que decir: ‘¡Qué sabia y entendida es esta gran nación!’» Deu 4,5-6  Esto significa que las leyes y los decretos de Dios nos harán sabios y entendidos.

Siguiendo con el relato de las tentaciones a Jesús, Satanás finalmente trató de hacerlo blasfemar, de despreciar y deshonrar a Dios cuando lo invitó a postrarse ante él a cambio de riquezas, de bienestar, prosperidad y lujos, de poder y privilegios, cuando en realidad, lo que hubiera resultado, de haber caído en la trampa, era lo opuesto. Eso es lo que debemos tener en cuenta, cuando nos toque enfrentarnos a las tentaciones que llegarán a nosotros, disfrazadas de beneficios o de bendiciones. Por esto, dice San Pablo, «No hemos dejado de orar por ustedes y de pedir a Dios que los haga conocer plenamente su voluntad y les dé toda clase de sabiduría y entendimiento espiritual. Así podrán portarse como deben hacerlo los que son del Señor, haciendo siempre lo que a él le agrada, dando frutos de toda clase de buenas obras y creciendo en el conocimiento de Dios Col 1,9-10

Jesús, con su ejemplo, nos mostró el camino para derrotar las tentaciones: la oración, el ayuno, el conocimiento de la voluntad de Dios que se encuentra en las Sagradas Escrituras y la obediencia a Dios. Por ello, para obedecer a Dios, debemos conocer su voluntad que conoceremos en las Sagradas Escrituras.

Debemos pues dedicarle tiempo a la relación con Dios, por medio de la Oración y la lectura de la Biblia. Orar por la mañana para darle gracias al Padre por la vida y para ponernos a Su servicio; escuchando atentamente lo que El dirá a nuestro corazón y lo que nos mostrará a través de las Sagradas Escrituras, en donde conoceremos Su voluntad, y sus mandamientos para que podamos obedecerle. También debemos ayunar para fortalecer nuestro espíritu, mantenernos firmes en la voluntad de Dios y para aprender a morir a nosotros mismos y podamos así, apartarnos de las tentaciones, acercarnos más al Padre y convertirnos cada día, es decir, dejar el pecado para volvernos a Dios. 

La predicación inicial de nuestro Señor, la resume San Marcos, en el 1,15 de su evangelio de la siguiente manera: «dijo Jesús: Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está cerca, arrepiéntanse, conviértanse y crean en el evangelio.» Como notamos, la parte fundamental de su predicación era una llamada al arrepentimiento, a la conversión, a volvernos a Dios

Pero no debemos pensar que la conversión es algo que vamos a lograr solos o fácilmente. Si bien, es una labor que debemos llevar a cabo nosotros, debemos pedir a Dios, con insistencia, la gracia y el don de la fe para que la llevemos a cabo. 

Porque, como Jesús, también nosotros tenemos que subir al monte del calvario y morir. Y se requiere fe para estar seguros que Jesús estará con nosotros a cada paso, al morir a las situaciones del pecado que nos alejan de Dios, al morir a nuestro orgullo, a la vanidad, a querer ser más que los demás, a la autosuficiencia, al deseo de figurar y otras muchas realidades existenciales de pecado. Y muriendo a nosotros mismos, a nuestra carne, venceremos las tentaciones y agradaremos a Dios.

En 2ªCo 5,20b San Pablo al decirnos: «En nombre de Cristo les rogamos que se reconcilien con Dios.»   nos exhorta a no dejar pasar esta invitación para volvernos a Dios. Estar cerca de Él, hace que renunciemos voluntariamente y por amor, a la vida de pecado; al adulterio, la fornicación, la pornografía, la soberbia, la gula, la lujuria, las drogas, el alcohol, y todo lo que nos aleja de Él; porque Él quiere transformar toda nuestra realidad, personal, familiar, social y cultural, para que alcancemos la plenitud de vida. Entonces llevaremos nuestra vida con entusiasmo y alegría; y con nuestro testimonio de vida nueva, mostraremos a Jesús y manifestaremos que la vida en Cristo sana, fortalece y humaniza, nos llena de su amor y nos da paz y gozo. Y así se percibirá que Jesucristo es nuestro salvador en todo el sentido de la palabra.

Un sabio decía: «De joven oraba pidiéndole a Dios “Señor dame la fuerza para cambiar el mundo”; conforme fui creciendo, me di cuenta que no podía cambiar el mundo, entonces le pedí, “Señor dame la fuerza para cambiar a mis familiares y amigos”; pero ahora, ya anciano, le pido: “Señor dame la fuerza para cambiarme a mi mismo”.» 

Con este ejemplo vemos que primero debemos convertirnos nosotros, estar dispuestos, tu y yo, a cambiar para agradar a Dios. No nos enfoquemos en lo que los demás deben cambiar. Tenemos que convertirnos nosotros, tenemos que volvernos a Dios. Y en esto, juega un lugar muy importante el examen de conciencia. Porque con facilidad vemos solamente nuestro punto de vista, y nos vemos a nosotros mismos como buenos, infalibles, amorosos, serviciales, trabajadores y tolerantes. Debemos examinar nuestra conciencia, examinar nuestra vida, pero de cara a Dios.  Analizar a los ojos de Dios cómo está nuestra vida, para descubrir qué tenemos que hacer, “qué tenemos que cambiar” y Él nos mostrará que no somos todo lo que creemos ser.

David manifestó en el Salmo 25: “…SEÑOR, muéstrame tus caminos, guíame por tus sendas. Guíame en tu verdad y enséñame… Mira mi aflicción y mis trabajos, y perdona todos mis pecados. Guarda mi alma y líbrame; …que la integridad y la rectitud me preserven, porque en ti espero.” También nosotros pidamos al Señor que nos muestre qué tenemos que cambiar, en qué se tiene que centrar nuestra conversión, de qué pecado tenemos que alejarnos, y qué debemos hacer para acercarnos más a Él. 

No nos podemos hacer los tontos, porque todos sabemos en qué fallamos, de todas formas debemos preguntarle al Señor, para después, luchar para cambiar aquello que nos señale hacemos mal. 

Al realizar nuestro examen de conciencia, sabremos algo de lo que no está bien; entonces, hagamos nuestra lista de lo que vamos a cambiar, de lo que tendremos que enfrentar, es decir, hagamos nuestra lista de propósitos de conversión. Podemos decir: tengo propósitos de alejamiento del pecado y de acercamiento a Dios, porque cada uno tiene que saber concretamente contra qué debemos luchar, porque si no, nuestra conversión se queda en puros deseos, y no la vamos a concretar. 

Jesús decía: «Se ha cumplido el tiempo, el reino de Dios está cerca, arrepiéntanse y crean en el evangelio, conviértanse.» Y cada día estamos más cerca del encuentro definitivo con Dios. Por eso, aprovechemos el tiempo para convertirnos, para dejar el pecado y volvernos a Dios, correspondiendo a su amor.

Decía el Papa San Juan Pablo II: «Es necesario responder a Cristo con prontitud, con una conversión personal más decidida». Con prontitud, no con pereza, no con dejadez, no con desgano, no con lentitud. Es necesario responder a la llamada de Cristo con prisa, y hacerlo con una conversión decidida. Esa es la respuesta que el Señor espera de cada uno de nosotros. 

También decía el Papa: “El encuentro con Jesús vivo mueve a la conversión.” Esto significa, que si estamos encontrándonos cada día con Jesús, cada día lucharemos por convertirnos más, por alejarnos del pecado y acercarnos más a Jesús. 

Si cada día lo encontramos en la oración, en la lectura de Su palabra, en los sacramentos, esos encuentros con el Señor, nos llevarán a la conversión.

Cuando se habla de conversión en el Nuevo Testamento, se utiliza la palabra griega «metanoia» que significa “cambio de mentalidad”, eso es la conversión. Es un cambio de mentalidad profundo, no solamente aparente o superficial. La conversión es un cambio profundo.

Debemos pues, revisar nuestra propia vida a la luz del evangelio porque la conversión nos lleva a una vida nueva, en la que no hay separación entre la fe y las obras, o como decía el Papa San Juan Pablo II “que no haya divorcio entre fe y vida”.  

Superar la división entre fe y vida es indispensable para que se pueda hablar seriamente de conversión. Porque si la fe va por un lado y la vida va por otro, no podemos decir que estamos convertidos, porque sería mentir. Hablar de conversión quiere decir que la fe impregnará toda la vida, y la iluminará; la llenará, la guiará y la transformará. 

Para ser un auténtico discípulo del Señor, el cristiano debe ser testigo de su fe, pues el testigo no da solamente testimonio con sus palabras, sino con su vida. Y eso es lo que tenemos que hacer, que nuestra vida exprese nuestra fe. Recordemos las palabras del Señor Jesús: «No todo el que me diga Señor, Señor, entrará al reino de los cielos, sino solamente los que hagan la voluntad de mi Padre”, en otras palabras, entrará el que lleve una vida de fe, el que obedezca los mandamientos y siga las enseñanzas de Jesús. 

Pero debemos considerar que la conversión no se alcanza totalmente en esta vida, es un empeño que abarca toda la vida y que se lleva a cabo todos los días. Lo que significa que cada uno de los días de nuestra vida tiene que ser un día de conversión, tiene que haber lucha diaria para convertirnos; lucha contra nuestra carne, contra el mundo y contra Satanás, debemos luchar por nuestra conversión. Y digo que es una lucha porque las tentaciones vendrán a nosotros tratando de imponerse y para vencerlas deberemos luchar con la certeza de que tenemos de nuestro lado todas las herramientas que Dios nos ha mostrado y además su compañía y dirección, por ello debemos mantenernos cerca de Él y seguir sus instrucciones. Así que concretemos esa lucha haciendo una lista de propósitos de conversión y ocupémonos de luchar cada día en alcanzar esos objetivos. Cada día, todos los días, porque no es un logro que se alcance en dos o tres días; debemos luchar perseverantemente, hasta dominar lo que nos acerca al pecado y nos aleja de Dios.

Así que no podemos considerar que con hacer una oración basta. Debemos reconocer a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, Sí, pero también debemos morir a nosotros mismos, a nuestras debilidades, poner todo de nuestra parte y permitirle a Dios que dirija nuestra vida por sus caminos de justicia, de paz y de amor. Debemos obedecerle y vivir de tal manera que seamos capaces de mostrar a nuestro prójimo, con nuestra conducta, el mensaje de salvación con claridad y también transmitir fielmente lo que las Sagradas Escrituras dicen, para que cada persona a nuestro alrededor llegue a tener su encuentro personal con Jesucristo y después mantenga una relación estrecha con Dios Padre.

Así que para llevar a cabo permanentemente nuestra conversión enfoquémonos en esos tres, cuatro o cinco propósitos; escríbelos y tenlos al alcance para leerlos cada día para motivarte a luchar. Así, por amor a Jesús y con la gracia de Dios, alcanzarás tus metas. Esforcémonos entonces para lograr una conversión profunda, sincera y verdadera. 

Al haber comprendido la necesidad de nuestra conversión diaria, debemos también entender que la lucha para no caer en la tentación se fundamenta en cuatro elementos: la oración, el ayuno, la lectura de las Sagradas Escrituras y obedecer al Padre.

La oración para mantener una relación estrecha con Dios, el ayuno para doblegar la carne, nuestro enemigo más peligroso porque es con el que tenemos que luchar siempre pues es el que llevamos encima; ayunar también para fortalecer nuestro espíritu, para estar atentos a la voz del Señor y leer las Sagradas Escrituras para conocer la voluntad de Dios y sus mandamientos, para entonces obedecer, porque así no nos desviaremos por los caminos que nos presenta Satanás o el mundo y seremos instrumentos de Dios para que otras personas le conozcan y conozcan también su voluntad y las bendiciones que pueden alcanzar.

Si lo que buscamos es la presencia de Dios en nuestra vida, recordemos que donde hay obediencia y hay caridad, es decir, amor hecho obras, hay presencia de Dios. Porque la caridad expulsa de nuestro corazón al príncipe de este mundo, así como la luz expulsa la oscuridad. 

Si en nosotros hay un corazón lleno del amor de Dios, no hay que temerle a los engaños del demonio ni a las tentaciones, porque por ese amor venceremos las tentaciones.

La caridad es el testimonio de los cristianos, así que nuestro amor por los demás, debe ser un amor que busca que la presencia de Dios esté en ellos y esto nos producirá alegría, pues «hay más dicha en dar que en recibir». Hch 20,35

Es un hecho científicamente comprobado que: «Ayudar a que la gente sea un poco más feliz, puede iniciar un proceso que llevará a tener relaciones más sólidas, una esperanza renovada y en general, un aumento de felicidad». Esto significa que “lo que damos, produce más gozo en nuestra vida, que lo que recibimos”. Como leemos en Pro11,24-25: «Hay gente desprendida que recibe más de lo que da, y gente tacaña que acaba en la pobreza.» // y continúa diciendo «El que es generoso, prospera; el que da, también recibe».

 La felicidad viene a nosotros, cuando proporcionamos el bien a los demás, cuando damos lo que Dios nos ha dado. La fuente de esa actitud se halla en nuestra relación con Jesús y el Espíritu Santo, pues de él proviene el fruto de la generosidad, la felicidad y el amor. Nos lo dice San Pablo en Gál 5,22-23 «Lo que el Espíritu produce es amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, humildad y dominio propio».

¿Cómo está tu relación con Dios?, ¿Qué vas a dar hoy? 

Vuélvete a Dios, acércate a El y llénate de El; entonces tendrás mucho que darle a Él y a los demás, porque no se trata solamente de nuestro cambio, debemos ser también, con nuestra conducta, agentes de cambio en los demás. Que así sea para honrar y glorificar a Dios.

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