Skip links

¡ALEGRÉMONOS, CRISTO ESTÁ VIVO!

¡ALEGRÉMONOS, CRISTO ESTÁ VIVO!

¡Alegrémonos, Cristo resucitó; está vivo! Ese es el fundamento de nuestra fe, “Cristo resucitó.  San Pablo en 1 Corintios 15,14 dice: Si Cristo no resucitó, el mensaje que predicamos no vale para nada, ni tampoco vale para nada la fe que ustedes tienen”.  Por esa razón, la Resurrección del Señor es la fiesta más importante del cristianismo, porque sin ella todo lo demás carecería de sentido.

El Papa Francisco dijo: “No sean nunca hombres y mujeres tristes: un cristiano jamás puede serlo.  Nunca se dejen vencer por el desánimo.  Nuestra alegría no es algo que nace de tener muchas cosas, sino de haber encontrado a una Persona, Jesús; de saber que con Él, nunca estamos solos”. Y qué razón tiene, pues Jesús lo dijo como leemos en Mateo 28,20b: “Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”. Y las promesas de Jesucristo siempre se cumplen, por ello, si creemos que Cristo está vivo, que venció a la muerte y al pecado, que está a nuestro lado en todo momento; de nuestro interior brotará una alegría que se manifestará en nuestra forma de vivir cada día y de afrontar las dificultades y problemas, que dependerá de comprender que Dios nos ama, al punto de entregar a Su propio Hijo para que muriera en nuestro lugar, como dice San Juan en el 3,16 de su evangelio: “Pues Dios amó tanto al mundo (a mí, a tí), que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna”.  Y resucitó para mostrar que tiene poder sobre la muerte y también para darnos la salvación y la vida eterna que menciona san Juan

Por eso, así como San Pablo escribió a la iglesia de Éfeso, hoy también clamo por ti, y “Pido al Padre, que de su gloriosa riqueza les dé a ustedes, interiormente, poder y fuerza por medio del Espíritu de Dios, y que Cristo viva en sus corazones por la fe.  Así ustedes, firmes y con raíces profundas en el amor, podrán comprender, con todos los creyentes, cuán ancho, largo, profundo y alto es el amor de Cristo.  Pido, pues, que conozcan ese amor, que es mucho más grande que todo cuanto podamos conocer, para que así estén completamente llenos de Dios”. Efesios 3,16-19.  Notamos en ese texto, que el entusiasmo y el gozo que muestra San Pablo, del amor de Dios, lo tenía a pesar de que en el momento en que lo escribió, como dice en el verso 1, se encontraba preso por causa de Cristo.

También, estando preso, escribió a los Filipenses 4,4: Alégrense siempre en el Señor.  Repito: ¡Alégrense!… El Señor está cerca”. Aquí, el apóstol de los gentiles, explica que estaba alegre en medio de los problemas y dificultades porque sabía que no estaba solo, que Jesús estaba con él animándolo y consolándolo.  Esto nos debe ayudar a entender que el origen de nuestras tristezas es nuestro alejamiento de Dios, ya sea por el pecado o por nuestra tibieza, es decir, por no estar entregados plenamente a Jesucristo, nuestro Salvador.

Debemos entender que cuando para encontrar la felicidad buscamos otros caminos fuera de la voluntad de Dios, terminaremos decepcionados y tristes, pues fuera de Él no hay alegría verdadera ni duradera, como dice Proverbios 14,12: “Hay caminos que parecen derechos, pero al final de ellos está la muerte”. También en el Eclesiastés 2,11 leemos al respecto, dice “Me puse luego a considerar mis propias obras y el trabajo que me había costado realizarlas, y me di cuenta de que todo era vana ilusión, un querer atrapar el viento, y de que no hay nada de provecho en este mundo”.

Debemos estar atentos, ya que un alma triste está a merced de muchas tentaciones. Lucas 22,45-46 dice que Jesús, “Cuando se levantó de la oración, fue a donde estaban los discípulos, y los encontró dormidos, vencidos por la tristeza.  Les dijo: ¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren, para que no caigan en tentación”.  La tristeza nace de la dejadez y apatía, de la falta de sacrificio, de la búsqueda de comodidades, del egoísmo, de pensar sólo en nosotros, olvidando a los demás; pero sobre todo, del descuido de nuestra relación con Dios.  Así, para poder dar a conocer a los demás a Cristo Resucitado, es imprescindible hacernos a un lado y enfocarnos en las necesidades de nuestro prójimo para ayudarlos a cubrirlas y hacerlo con alegría. Mateo 6,31-33: “Así que no se preocupen, preguntándose: ¿Qué vamos a comer? O ¿Qué vamos a beber? O ¿Con qué vamos a vestirnos?  Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan.  Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas”. El Señor, Al decir “recibirán también todas estas cosas”, se refería a la comida, bebida y vestido, es decir, a lo necesario para vivir una vida digna de hijos de Dios. Así que obedece y verás cómo se hace realidad esa promesa. Y eso será motivo de alegría y de agradecimiento.

En la Última Cena, el Señor no ocultó a Sus apóstoles las dificultades que les esperaban; y les prometió que su tristeza se tornaría en gozo, les dijo: “Les aseguro que ustedes llorarán y estarán tristes, mientras que la gente del mundo se alegrará. Sin embargo, aunque ustedes estén tristes, su tristeza se convertirá en alegría”.  Juan 16,20. ¿Cómo no se iban a alegrar después de estar tristes por lo que padeció su Señor, cuando lo vieron resucitado y compartiendo con ellos? Por ello, con alegría, se dedicaron a enseñar lo que Jesucristo les había transmitido y se entregaron a servir con amor a los demás, como hizo su maestro.

Porque quien ama a Dios y a su prójimo, se olvida de sí mismo, y al entregarse a hacer el bien, descubre la fuente de la verdadera alegría.  Irradiar la luz de Cristo resucitado a través de la alegría de vivir, debe ser parte de nuestro testimonio, pues muchas personas pueden encontrar a Jesucristo en nuestra actitud optimista y confiada, en nuestra sonrisa, en nuestra cordialidad, como dice Jesús en Mateo 5,16: Procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo”. Esto significa que debemos mostrar la luz de Jesús que llevamos dentro.

Para ilustrar esto, voy a contarles una historia:

“Una niña se encontraba entre un grupo de personas que eran guiadas en una excursión por una gran catedral. Mientras el guía daba explicaciones sobre las diversas partes de la estructura: la mampara, el coro, la nave principal y el altar, la atención de la pequeña estaba enfocada en un vitral, una vidriera de colores con imágenes de personas.

Estuvo por largo tiempo observando en silencio la ventana. Al elevar la vista hacia las figuras que formaban el vitral, su rostro fue bañado por un arco iris de colores cuando el sol de la tarde inundó la inmensa catedral, iluminando la imagen que veía, entonces la niña preguntó al guía:

¿Quiénes son las personas que están en ese vitral tan hermoso?

-Esos son los santos- le respondió.

Esa noche, mientras la niña se alistaba para acostarse, le dijo a su madre: -Sé quiénes son los santos.

-¿Lo sabes? -respondió la madre. ¿Me podrías decir quiénes son?

Sin vacilar, la niña respondió: ¡Son las personas que dejan que la luz brille a través de ellas!

 

Con su inocencia la niña percibió una gran verdad que expresó de forma sencilla.

Considerando esta respuesta de la niña respondámonos ¿Estamos permitiendo que la luz de Cristo resucitado brille a través de nosotros? ¿La estamos mostrando a los demás?  Porque Jesús nos invita a deshacernos de los problemas, indecisiones y tristezas, sacar de nuestra vida nuestros desalientos y dudas, nuestras dudas y desconfianzas; para que, sin obstáculos, Su luz pase a través de nosotros, y con gozo, lo mostremos a los demás.

Porque la oscuridad más terrible no es la que nos rodea, sino la que está dentro de nosotros; y la luz más bella no es la que nos ilumina desde afuera, sino la que se asoma en nuestros ojos desde adentro, desde nuestro corazón, cuando lo entregamos para que sea el trono de Jesús.

Hemos sido llamados a compartir la luz y la alegría de la resurrección de Jesús en un mundo lleno de tinieblas, a ser rayos de luz que atraviesen todo pesimismo, oscuridad y desaliento, llevando así la esperanza de la resurrección a este mundo que se encuentra perdido en las tinieblas del pecado. Y podemos hacerlo pues “Conocemos lo que es el amor porque Jesucristo dio su vida por nosotros; así también, nosotros debemos dar la vida por nuestros hermanos”.  1 Jn 3,16

Sintámonos dichosos y privilegiados por recibir el más grande amor y dejemos que nuestra fe en Cristo Resucitado transforme nuestra vida, nos libere de todo temor y nos de una firme esperanza.  Seamos portadores de verdadera alegría y de la luz de Jesús, y exhibámosla a todos por donde quiera que vayamos como dice el Papa Francisco: “Mostremos la alegría de ser hijos de Dios, mostremos la alegría de la libertad que nos da el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad, la libertad de la esclavitud del mal, del pecado y de la muerte!”. Podemos hacerlo, porque Cristo, nuestro Salvador, resucitó y ese es el motivo de nuestra alegría.

Dice también el Papa Francisco: “Mostremos la alegría de la fe, la alegría de haber encontrado a Jesús, la alegría que sólo nos da Jesús, la alegría que nos da paz: no la que da el mundo, la que da Jesús. Esta es nuestra fe. Pidamos al Señor que nos haga crecer en esta fe, esta fe que nos hace fuertes, que nos hace alegres, esta fe que comienza siempre con el encuentro con Jesús resucitado y prosigue siempre en la vida con los pequeños encuentros cotidianos con Jesús” a través de la oración.

Y si aun no has tenido tu encuentro con Jesús, te invito a que hagas la siguiente oración:

Señor Jesús, sé que eres Dios, el Hijo de Dios Padre, que por obra del Espíritu Santo te encarnaste de la Virgen María y que padeciste y moriste por mí y que al tercer día resucitaste, que subiste al cielo y estás sentado a la derecha del Padre. Hoy vengo ante ti arrepentido de haberte ofendido a pedirte que reines en mi corazón y que tu Espíritu Santo dirija mi vida de hoy en adelante. Reconozco mi necesidad, por eso abro mi corazón y me entrego a ti, y testifico que Tú eres mi Señor y Salvador. Concédeme la gracia de acudir al Sacramento de la Confesión para reconciliarme contigo y al Sacramento de la Eucaristía para fortalecerme espiritualmente, y así, con alegría, te muestre a los demás. Amén.

Entonces, con nuestra alegría mostremos al Señor Jesús, que no solo padeció y murió colgado de una cruz para liberarnos del castigo que merecíamos por haber ofendido al Padre y nos limpió del pecado con su bendita sangre, sino que además, para mostrar que era cierto todo cuanto dijo, derrotó a la muerte, pues al tercer día resucitó, lo que significa que también nosotros vamos a resucitar; y eso es motivo para que vivamos siempre alegres, como dice San Pablo en Fil 4,4-5 Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres y tengan buen trato con todos.” Eso significa que aún en medio de las dificultades, de los problemas, de la enfermedad, de los rechazos y de las tribulaciones, debemos estar alegres, pero esa alegría no es solo para nosotros, debemos transmitirla a los demás y mostrarles a Jesús nuestro motivo del gozo, al servirles “con amor”, como hizo Jesús.

También debemos dar gracias a Dios por lo que vendrá después, como dice San Pablo Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.Ro 8,28. Recordemos que el propósito de Dios para nosotros es que nos salvemos y disfrutemos con Él por la eternidad. Por lo tanto, mientras estemos en la tierra debemos estar alegres, pues sabemos que Dios, permite que tengamos problemas, para trabajar en nuestras vidas y fortalecernos espiritualmente para mantenernos firmes ante los ataques del enemigo y glorifiquemos con ello a nuestro Padre celestial. Que así sea.

X