AL RESUCITAR, JESÚS NOS DIO LA CERTEZA DE VIDA ETERNA
Durante la Cuaresma y la Semana Santa, meditamos en la pasión de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, confirmando que su sacrificio lo llevó hasta la muerte por amor a cada uno de nosotros. Pero, no debemos quedarnos con la imagen de Cristo crucificado, porque con Su Resurrección, la última etapa de su obra salvífica, nos muestra que Él venció hasta la muerte, como leemos en los 4 Evangelios (Mt 28.1–10; Mc 16.1–8; Lc 24.1–12 Jn 20:1) San Pablo dice: “La Resurrección es la base de nuestra fe, porque si se cumplieron todas las profecías y promesas de las Sagradas Escrituras, se cumplirá también que tendremos vida nueva y eterna, y que resucitaremos con Cristo”. Eso basta para que no nos quedemos con la idea de que Cristo murió, porque su resurrección nos da esperanza en la vida que Él nos ofreció, por lo que podemos alegrarnos.
La resurrección de Cristo, fortaleció la fe de sus discípulos, que, ante su pasión y muerte, habían reaccionado con temor y duda, pues evidenció, que su predicación sobre el Reino de Dios encarnado en Él, sobre que es el Hijo de Dios y sobre la salvación a través de su muerte, era ciertamente Palabra de Dios dirigida a todos.
Por ello, en el Credo, nuestra profesión de fe, en donde se encuentran las principales verdades de nuestra fe, están resumidas en cuatro puntos, todas las partes de este acto salvífico, que son: 1° que Jesucristo murió, 2° que fue sepultado, 3° que resucitó y 4° que se apareció a los suyos.
Sobre el primer punto. La muerte de Jesús fue confirmada por la autoridad romana, que lo verificó con la apertura del costado, garantizando así que había muerto, por lo que no hubo necesidad de romperle los huesos de las piernas, para evitar que siguiera respirando.
El 2° punto que menciona el Credo es que fue sepultado. Según la ley judía, ningún crucificado podía ser sepultado en una tumba familiar, porque se le consideraba impuro según la ley, que dice: “Si un hombre es condenado a morir colgado de un árbol, su cuerpo no deberá dejarse allí toda la noche, sino que tendrá que ser enterrado el mismo día, porque el que muere colgado de un árbol es maldito de Dios y ustedes no deben convertir en impura la tierra que el Señor su Dios les va a dar en propiedad.” Dt 21,22 y 23. Y esto explica el “sepulcro nuevo” donde fue puesto el cadáver de Cristo, que menciona Lc 23,53.
El 3er punto la resurrección. Leemos en 1 Cor 15,4, «Fue sepultado y resucitó al tercer día, como lo anunciaban las Escrituras», indica dos cosas, que esa acción es obra del Padre, y que, no es que Jesús «vuelva a vivir» de la misma manera que Lázaro o la hija de Jairo, sino que, para JESÚS, la vida nueva en cuerpo glorioso, es una acción permanente, es decir, que no tendrá fin, porque él derrotó a la muerte por lo que no tiene poder sobre él. (Ro 6,9)
Y por último, el Credo deja entrever las apariciones cuando dice “Y subió al cielo”. Las Sagradas Escrituras confirman que Jesús “se dejó ver” por Pedro y luego por los doce (1 Co 15,5) y algunas mujeres, y los autores sagrados testifican que “vieron resucitado a Jesús, el que había muerto crucificado.” Es importante comprender que quienes afirman ese hecho y estuvieron decididos a morir por defender su fe en Jesús resucitado, son garantía para nuestra fe en la resurrección.
En cuanto a esos testimonios, tenemos los de los dos discípulos de Emaús, que les cuentan a los apóstoles “que Jesús se les apareció en el camino,” luego, también a los apóstoles se les aparece, a pesar de que estaban encerrados, como cuenta Lc en 24,36, en donde dice: «Jesús se puso en medio de ellos y los saludó diciendo: Paz a ustedes.»
Estos y otros testimonios de esos hombres y mujeres que vieron, hablaron y comieron con Jesús resucitado, son fundamentales para nuestra fe, pues creemos no solamente lo que los apóstoles vieron, sino lo que ellos creyeron y esto es “que la vida del resucitado nos es dada a todos como promesa de nuestra propia resurrección.”
Además, el cambio de vida de los discípulos confirma la verdad del hecho pascual pues esa experiencia los llevó a renunciar a todo por atestiguar que Jesús había vuelto realmente a la vida y que ellos lo habían visto. Esos testimonios confirmados por su martirio, solo pueden manifestar la realidad que ellos vivieron.
Pablo también está convencido, porque él mismo lo vio cuando estuvo tres años en el desierto de Arabia, como afirma él mismo en 1Cor 9,1, en donde leemos: “No me negarán ustedes que yo tengo la libertad y los derechos de un apóstol, pues he visto a Jesús nuestro Señor”. Y precisamente por ese acontecimiento, él también se juega la vida, y dice, con toda convicción: «Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, y vana también nuestra fe.» 1 Cor 15,14
Por ello, la resurrección da sentido a la vida y nos da fuerzas para seguir adelante al saber que el pecado y la muerte ya han sido vencidos y que ahora nosotros, aunque sabemos que vamos a morir, sabemos también con la certeza que nos da la fe, que vamos a resucitar, pues por nuestro Bautismo recibimos los dones del Espíritu Santo que nos ayudan a vivir de tal manera que alcancemos los eternos y nos dan esperanza en la resurrección para que no vivamos esta vida con tristeza y angustia de no saber nada sobre el futuro.
San Pablo no solamente nos fortalece el espíritu haciéndonos saber que seremos resucitados, también nos hace ver nuestra responsabilidad cuando dice en su carta a los Ro 7,4 y 8,11: “Así también, ustedes, hermanos míos, al incorporarse a Cristo han muerto con él a la ley, para quedar unidos a aquel que después de morir resucitó. De este modo, podremos dar una cosecha agradable a Dios” – “Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Jesús vive en ustedes, el mismo que resucitó a Cristo dará nueva vida a sus cuerpos mortales por medio del Espíritu de Dios que vive en ustedes.”
Notamos aquí, que la Santísima Trinidad: Cristo que murió y Resucitó, El Padre que lo resucitó y el Espíritu Santo que vive en nosotros, trabajan en unidad, por amor a nosotros y para que demos frutos para Dios; por lo que debemos estar conscientes de ello y hacer todo para agradar a Dios, esto es obedecer los Mandamientos y seguir las enseñanzas de Jesús.
Entonces, como ya hemos resucitado con Cristo al aceptar su sacrificio por nosotros, busquemos los bienes del cielo, donde está Cristo sentado a la derecha del Padre y pongamos todo nuestro corazón en alcanzar el Reino de Dios y su Justicia y no en los bienes de la tierra, como dijo Jesús en Mt 6,3 “Pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios.”
En cuanto a la celebración de la Pascua, ésta inició con Moisés y la liberación del pueblo hebreo esclavizado por los egipcios. Hagamos nuestra esa historia, entendiendo que, cuando en la Biblia se menciona al pueblo hebreo, se trata de nuestra imagen; que el faraón, simboliza el pecado que nos tiene esclavizados; y Moisés es imagen de Jesucristo, pues ambos fueron designados por Dios para liberar a su pueblo, Moisés para liberarlo de la esclavitud física y Jesucristo de la esclavitud espiritual, del pecado.
Pascua es una palabra derivada del hebreo pesach que significa paso, entonces, la primera Pascua, es el paso salvífico del Señor Yahveh, aquella noche en que el pueblo hebreo salió de Egipto, dirigido por Moisés, como leemos en el Ex 12, 5 – 7, 12 y 13, que hace referencia a Jesús, y los invito a leer detenidamente, y hacer comparación con lo sucedido con Jesús en su pasión y por qué ese sacrificio significó el perdón de nuestros pecados y nuestra salvación eterna, pues dice, “Deberán comer un carnero sin quebrarle un solo hueso, el animal deberá ser macho y sin defecto. Lo matarán al atardecer. Tomarán luego la sangre del animal y la untarán por todo el marco de la puerta de la casa donde coman el animal. Esa noche yo pasaré por todo Egipto, y heriré de muerte al hijo mayor de cada familia egipcia y a las primeras crías de sus animales, y dictaré sentencia contra todos los dioses de Egipto. Yo, el Señor, lo he dicho. ‘La sangre les servirá para que ustedes señalen las casas donde se encuentren. Y así, cuando yo hiera de muerte a los egipcios, ninguno de ustedes morirá, pues veré la sangre y pasaré de largo.” Este texto es la base por la que decimos con toda Certeza que la sangre de Cristo, el cordero perfecto, nos libra de todo mal.
La segunda Pascua, es la celebración que consistía en recordar, cada año, el paso de Yahveh por Egipto eliminando a los primogénitos, recuerdo enriquecido con las innumerables intervenciones salvíficas realizadas por Dios en favor de su pueblo, y el pueblo judío la celebraba anualmente en recuerdo de la liberación de la esclavitud, como ordenó el Señor en el Ex 12,42: “Esa noche el Señor estuvo vigilante para sacarlos de Egipto. Esa es la noche del Señor, la noche en que, en su honor, los israelitas también deberán estar vigilantes, generación tras generación.” Ésta segunda pascua fue la que Jesús, celebró con sus discípulos en lo que conocemos como “la Última cena del Señor”.
La tercera Pascua; es la Pascua de Cristo, que consistió en su “paso de este mundo al Padre” a través de la pasión y muerte; y de la muerte a la vida por su resurrección, como dice Jn 13,1. Dice San Agustín: “Pasión y resurrección del Señor: he aquí la verdadera Pascua”.
Y la cuarta Pascua es la Pascua de la Iglesia, la que celebramos cada año, pero también cada día, en la celebración de la Misa, que renueva la Pascua de Cristo. Por eso la importancia de nuestra participación en la Misa, en memoria de nuestro paso de esclavos del pecado, a la libertad.
La Victoria de Cristo no consiste solamente en que murió para darnos libertad y vida abundante como había ofrecido en Jn 10,10b: «Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia», Y en Jn 11,25, cuando dijo «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque hubiera muerto, vivirá»; que es una forma de decirnos que vivamos en paz y gozosos.
Jesús resucitó para mostrarnos su poder incluso sobre la muerte y para que, creyendo en su resurrección, creamos también en la vida nueva que nos dio; una vida plena, en la que estamos capacitados y fortalecidos para alcanzar la santidad.
Y para ayudarnos a alcanzar esa meta, no solo resucitó, ¡se quedó con nosotros! para que vayamos a Él y nos entreguemos cada vez que lo tomamos en la Comunión, porque cuando comulgamos, nos da su gracia, para que podamos mantenernos firmes en la búsqueda de nuestra santidad, que es nuestra prioridad aquí en la tierra, pues como dice Hb 12,14: “Procuren llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor.”
En su resurrección, el poder del amor vence y supera todos los males, porque la Muerte de Jesucristo, fue la muerte de la muerte, pues al resucitar la venció, y por Su resurrección nos da una nueva vida. Vida que renovamos y fortalecemos cada vez que comulgamos. Eso es manifestación de su amor y motivo de nuestro gozo.
Así como Él derrotó a la muerte, con Él, podemos vencer las tentaciones, porque, así como nos dio vida nueva, también nos da el poder del amor, para vencer y llegar a ser santos, y esto, es también manifestación de su amor y motivo de nuestro gozo.
La resurrección transformó el cuerpo mortal de Jesús en un cuerpo “espiritual”, como principio de una vida nueva, que también nosotros vamos a disfrutar.
Pero debemos entender que la resurrección no es la recuperación del cuerpo abandonado por el alma ni la continuación de la vida anterior a la muerte, es una transformación que no resulta de un proceso evolutivo, sino que seremos transformados por la gracia de Dios, como dice San Pablo en 1Co 15,52. Es el principio de una vida nueva, porque la resurrección implica una transformación, ya que con su inagotable fuerza creadora, Dios resucitará a los hombres con otro cuerpo distinto que es imposible describir.
Los creyentes y seguidores de Jesús, al ser perdonados, limpios y cambiados a nuevas criaturas, como Cristo en su cuerpo glorioso; debemos presentarlo a nuestro prójimo, al vivir de una manera diferente, con fe, amor y esperanza, en paz, con gozo; siendo misericordiosos y conciliadores, sirviendo al prójimo con amor, y buscando siempre la santidad, esto es, obedeciendo a Dios y vivir según las enseñanzas y ejemplo de Jesús, nuestro Señor y Salvador.
Debemos recordar siempre, que Dios está con nosotros, que nos ama, que nos sana física y espiritualmente y que nos invita a vivir reconciliados con Él y con los demás; por eso nos llama a ser sus mensajeros del amor, de la misericordia y de la paz, sus instrumentos de bendición. Por ello debemos confirmar cada día nuestra entrega total como seguidores de Jesús y vivir según sus enseñanzas. Enseñanzas que encontramos en las Sagradas Escrituras y en la sana doctrina de la Iglesia, guardada durante casi veinte siglos y nos hace ver que podemos ser instrumentos de Dios, para que el mundo mejore con los valores que Dios nos enseña, para Su gloria, y bendición nuestra y de nuestro prójimo; y vivamos en paz y armonía, sirviendo con amor, como Cristo.
Teniendo esto en cuenta, podemos ser instrumentos de Dios y estar dispuestos a servir como tales, haciendo cuanto nos corresponda para enseñar, con nuestra vida, esos valores divinos.
Entonces, tomados de Su mano y caminando con los hermanos, apoyémonos y sirvámonos con amor, según lo que hemos aprendido. Mantengámonos firmes en la voluntad de Dios, la cual debemos conocer en la lectura, estudio y meditación de las Sagradas Escrituras, y en nuestra oración diaria, porque en la oración establecemos comunicación con Dios, le damos gracias y lo alabamos, lo bendecimos y lo glorificamos; hablamos con él de nuestras cosas y escuchamos sus instrucciones y conocemos lo que desea de nosotros.
También participemos en los Sacramentos. Nuestro Señor los dejó para que nos mantuviéramos espiritualmente sanos y fuertes: en el Sacramento de la Reconciliación donde nos encontraremos con Jesucristo mismo que, por medio del sacerdote, perdonará y limpiará los pecados que confesemos y nos fortalecerá con su gracia para no pecar más; y en el Sacramento de la Eucaristía o Comunión, en donde “hecho pan” se nos entrega, para que, al comulgar, Él nos tome nos guíe y ayude a continuar nuestro viaje para hacer crecer Su Reino en la tierra.
A los discípulos de Emaús, el Señor Jesús resucitado, les mostró que los amaba, que seguía con ellos, que nunca los abandonaría. Y a nosotros también nos dice que tampoco nos desamparará, que nunca abandonará a quienes acepten su invitación a vivir con Él y seguir sus enseñanzas. Esto significa que debemos vivir según sus enseñanzas y ejemplo: “amando, con esperanza, con fe, con gozo, con el poder de cambiar vidas mostrándolo a los demás, dando testimonio de su presencia en nuestro corazón, para gloria de su nombre y bendición nuestra y de todos los que nos rodean.
Aceptemos de corazón el mensaje de la Pascua, que es Cristo resucitado, y con gozo, alabemos y cantemos alabanzas a nuestro Señor y Salvador que nos redimió y nos da la certeza de nuestra resurrección.
Mostremos a todos nuestra fe viviendo felices por la seguridad que tenemos de que las promesas del Señor se cumplirán porque nos ama, pero debemos hacer nuestra parte, obedecerle.
Jesús, el Señor de la Vida, murió, pero hoy Reina vivo para hacernos libres y limpiarnos de nuestros pecados. ¡Jesucristo resucitó!, ¡verdaderamente Resucitó! Cristo, nuestra esperanza, ¡Resucitó!
Celebremos la Pascua, cada día. Celebremos que Jesús resucitó, y celebremos la vida nueva que nos dio. Que así sea.