PREPARÉMONOS PARA VIVIR UNA SANTA NAVIDAD
Todos podemos darnos cuenta que la festividad del Nacimiento de Jesús, de ser una celebración espiritual que nos recuerda el día en que Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, se ha convertido en algo puramente comercial y en ocasión para realizar convivios que, con frecuencia, se vuelven reuniones en donde se da rienda suelta a los vicios de la carne y se come y se bebe en exceso, lo cual provoca problemas y división en las familias y no pocas veces, hasta tragedias.
Para el mundo la Navidad representa: una época en la que, para satisfacer el orgullo al querer dar buenos obsequios, gastamos de más y nos endeudamos. En lugar de ser un tiempo de paz en el que nos preparamos para conmemorar el nacimiento del Hijo de Dios que se hizo hombre para salvarnos al cumplir con el plan de redención del Padre, se convirtió en un tiempo de afán por tratar de cumplir con los compromisos familiares, de trabajo y de amistades, lo cual genera bullicio y carreras, y se trata de evadir y olvidar los problemas, aunque sea solo mientras duran las fiestas. Además de que, para muchos niños, la Navidad está desvirtuada, pues tiene más que ver con Santa Claus, los duendes y frosty, que con el Niño Jesús, san José y la Virgen María.
En muchos hogares el tradicional “nacimiento” ha sido relegado a un segundo plano, o incluso sustituido por el árbol navideño, que tiene su origen en una tradición de los pueblos druidas, quienes le rendían culto al árbol de roble, pero, cuando fueron evangelizados, tomaron la tradición del árbol, y cambiándole el significado, lo adaptaron para celebrar el nacimiento de Cristo.
En el año 740, San Bonifacio, el evangelizador de Alemania e Inglaterra, reemplazó el roble por un pino, como símbolo de amor eterno de Dios y de vida eterna, por su característica de mantenerse verde durante todo el año, y la forma triangular del árbol, simboliza a la Santísima Trinidad. El árbol fue adornado con manzanas como símbolo de la tentación cristiana y velas, simbolizando la luz del mundo y la gracia divina; adornos, que ahora se sustituyen por bombas y foquitos de colores.
En cuanto a los nacimientos, esa hermosa tradición que sirve para evangelizar, San Francisco de Asís, es reconocido como el autor del primer nacimiento de la historia, alrededor de 1223 en Greccio, Italia. Tres años antes de su muerte, Francisco se dispuso a celebrar en una gruta de Greccio (Grechio), con la mayor solemnidad posible, la memoria del nacimiento del niño Jesús, a fin de avivar la devoción de los fieles. Él buscaba una forma de escenificar el nacimiento de Jesús, y lo hizo en la gruta con la participación de los pobladores del lugar, a quienes organizó para realizar, por vez primera, la representación viviente del gran acontecimiento, pues deseaba «celebrar con todo realismo el recuerdo del niño tal y como nació en Belén. Quería ver con sus ojos todas las penalidades que tuvo que soportar en su niñez, cómo fue recostado en el pesebre y cómo durmió sobre heno entre el buey y el asno».
En Guatemala la tradición de los nacimientos surgió con la llegada de los españoles pues era una práctica propia de Europa, esto debido a que el misterio de la natividad era un pilar importante del espíritu cristiano de la época del renacimiento y los colonizadores trajeron esta tradición al Nuevo Mundo, para evangelizar a las poblaciones indígenas, tradición que ha perdurado en la comunidad católica.
El Lic. Haroldo Rodas, en su publicación “Las creaciones alrededor del Santo Hermano Pedro de San José de Betancur, en Tradiciones de Guatemala”, sostiene que el uso en las procesiones y posadas de “caparazones de tortugas, chinchines y pitos de barro, instrumentos todos de origen prehispánico”, se puede atribuir al Santo Hermano Pedro de San José de Betancur. De esa unión de dos tradiciones que propició, nació el famoso “tututícutu” con instrumentos prehispánicos, uno de muchísimos detalles festivos que hoy conforman la típica Navidad guatemalteca, heredada del Santo desde el siglo XVII.
Meditemos ahora en el fruto que produce en el corazón lo mencionado en relación con la forma en la que se ha convertido la Navidad. Lo primero son las Tensiones y el stress por tantas carreras, lo que puede desembocar hasta en un accidente o que nos enfermemos.
Es importante también, considerar los problemas económicos que se generan por gastar de más y por abusar de nuestro crédito, Además de los problemas de salud por los excesos de comida y bebida.
También, como ya mencionamos, se da la desunión y las discusiones dentro de las familias por los desacuerdos e inconformidades de sus miembros, así como por los abusos de alcohol y comidas.
Al final, esas situaciones dejan un vacío en el corazón, ya que nada de lo que se haga conforme a lo que el mundo ofrece, puede satisfacernos plenamente, como dice 1Jn 2,15-17: “No amen al mundo, ni lo que hay en el mundo. Si alguno ama al mundo, no ama al Padre; porque nada de lo que el mundo ofrece viene del Padre, sino del mundo mismo. Y esto es lo que el mundo ofrece: los malos deseos de la naturaleza humana, el deseo de poseer lo que agrada a los ojos y el orgullo de las riquezas. Pero el mundo se va acabando, con todos sus malos deseos; en cambio, el que hace la voluntad de Dios vive para siempre.”
Y ahora, en tiempo de pandemia, también debemos tomar en consideración, que desatender las recomendaciones sobre el distanciamiento social, como del uso de mascarillas y del desinfectante, puede provocar otra ola de contagios que puede afectarnos directamente.
Para continuar nuestro camino de preparación para vivir una Santa Navidad, hagamos un recordatorio de cómo fue la primera Navidad, que se caracterizó por el silencio, la sencillez y la humildad de los protagonistas, contrario a lo que el mundo nos presenta, para distraernos y alejarnos de su verdadero significado.
La narración de esos hechos la encontramos en Lc 2,4,7 en donde leemos: “Subió también José desde Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Belén, por ser él de la casa y familia de David, para empadronarse con María, su esposa, que estaba encinta. Mientras estaban allí, se le cumplieron los días del alumbramiento y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el albergue”.
Jesús, el Hijo de Dios, Rey de reyes y Señor de señores nació en medio del silencio de la noche, sin más adornos que la estrella de Belén, sin más música que el canto de los ángeles, sin más espectadores que los animales del establo y los pastores que llegaron, cuando ya había nacido, a adorarlo.
Jesús, pudiendo nacer en un palacio digno de su condición de Hijo de Dios, nació en la humildad de un establo. Pudiendo ser colocado en una cuna de oro, fue colocado en un pesebre, lugar donde se le coloca la comida a los animales.
Podemos deducir que José se ocupó de arreglar ese sitio: lo limpió y puso paja fresca, y, llegado el momento, colocó al Niño, envuelto en pañales, en el pesebre.
Jesús recién nacido hombre, llegó a este mundo en la pobreza terrenal, rechazando la riqueza y el poder de los hombres, para enseñarnos “que, nuestra mayor riqueza es nuestra familia, en la que nacimos y crecimos; que, aunque no haya sido perfecta, fue la que Dios escogió para que se cumplieran en nuestras vidas Sus planes y propósitos. Por lo que debemos estar siempre agradecidos por nuestros padres, hermanos, abuelos, por todo cuanto hicieron por nosotros, ya que el Señor tiene el poder para hacer que, al final, todo, aun lo malo, sea para nuestro bien, como dice San Pablo en Ro 8,28: “Sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de quienes lo aman, a los cuales él ha llamado de acuerdo con su propósito.”
También debemos estar agradecidos por la familia que hemos formado con nuestro cónyuge, por cada uno de nuestros hijos y nietos, que son el mayor tesoro que el Señor ha puesto en nuestras manos para que los dirijamos y les ayudemos a encontrar el camino de bendición que los conducirá a nuestro Dios y Padre. Por lo que, entonces, debemos agradecer al Señor que nos ha permitido formarlos y ayudarlos a ser personas de bien, así como el tiempo que nos ha permitido disfrutar de su compañía.
Dice el papa Francisco: “Hoy, la familia es despreciada, es maltratada, y lo que se nos pide es reconocer lo bello, auténtico y bueno que es formar una familia, ser familia hoy; lo indispensable que es esto para la vida del mundo, para el futuro de la humanidad”. Por esa razón, debemos apreciar, cuidar y defender nuestra familia y, sobre todo, orar por ella, ya que el Señor nos pedirá cuentas de qué hicimos con ese tesoro que puso en nuestras manos. Recordemos la parábola de los talentos en la que el Señor le dice a los siervos que multiplicaron los talentos que les dio: “¡Bien, siervo bueno y fiel!; en lo poco has sido fiel, al frente de lo mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor.” Mt 25,21
La forma en la que el Hijo de Dios vino al mundo, también nos enseña que, así como Él nació dentro de una familia humilde, en la que aprendió de sus padres a ganar el sustento con el trabajo de sus manos, no debemos atar nuestro corazón a las cosas materiales, que son vacías y temporales, y que nos pueden llevar al egoísmo, al orgullo, a vivir centrados en nosotros mismos, como nos dice la carta a los Heb 3,5: «No amen el dinero; conténtense con lo que tienen, porque Dios ha dicho: “Nunca te dejaré ni te abandonaré”».
Nos enseña que debemos practicar la caridad, es decir poner el amor en acción, para lo cual es necesario que estemos atentos a las necesidades de quienes nos rodean para brindarles nuestra ayuda en la medida de nuestras posibilidades, porque “hay más dicha en dar que en recibir”, como dice Hch 20,35.
Pero el que Jesús haya sido colocado en un pesebre, tiene otro significado: El pesebre simboliza nuestro corazón, que es el lugar en donde Él quiere ser colocado, y no solo en esta Navidad, sino todos los días de nuestra vida.
Esto debe llevarnos a reflexionar:
- ¿Cómo está mi corazón?
- ¿Lo estoy preparando para recibir al Mesías, al Hijo de Dios?
- ¿Qué cosas hay en él que necesitan ser limpiadas con el perdón del Señor?
- ¿Qué debo poner en mi corazón para que Él se sienta acogido?
El tiempo de Adviento es precisamente para que nos preparemos con la dirección del Espíritu Santo, quien, “al pedírselo”, nos revelará qué cosas hay en nuestro interior que no le agradan al Señor, para que busquemos Su perdón a través del Sacramento de la Reconciliación o Confesión; y Su Gracia a través de la Eucaristía o Comunión. Así, con nuestro corazón limpio, podremos recibirlo y acogerlo en un lugar digno, en donde Él se sienta a gusto y se quede a vivir con nosotros, porque Él está tocando a la puerta de nuestro corazón como dice Ap 3,20: «Mira, yo estoy llamando a la puerta; si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos.»
Si te has sentido identificado/a con las situaciones descritas, el Señor te dice hoy que nunca es tarde para cambiar, ni para comenzar de nuevo y que este tiempo de Adviento, es tiempo de esperanza, pues JESÚS, el mayor bien que anhelas, llegará pronto. Él viene a liberarte del pecado que te ha tenido esclavizado, viene a sanar tu alma y tu cuerpo, viene a vivir contigo para que nunca más te sientas solo. Ábrele tu corazón, y vive plenamente la Navidad para que Jesús permanezca en ti, todos los días de tu vida. Que así sea.