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MOSTREMOS A JESÚS EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

MOSTREMOS A JESÚS
EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA

Todos necesitamos sentirnos amados, que le importamos a alguien; todos necesitamos ser escuchados, confiar en alguien, descansar en alguien, por ello Dios nos hizo “necesitados unos de otros”, en cada etapa de nuestra vida; en la vida familiar como en la vida social, y ha querido salvar a los hombres y darles una vida nueva propagando la fe y las enseñanzas de Jesús a través de nosotros

Esta difusión del Evangelio, la buena nueva de Salvación por el sacrificio de Cristo, se deberá llevar a cabo por la labor personal de nosotros, los laicos, porque debido a las pocas vocaciones sacerdotales y religiosas de estos tiempos, nos corresponde cumplir con la misión a la que fuimos llamados por Jesús, cuando, antes de ascender al cielo, dijo: “Vayan a las gentes de todas las naciones, y háganlas mis discípulos; bautícenlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a obedecer todo lo que les he mandado a ustedes. Por mi parte, yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo.” Mt 28,19 

En la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, realizada en Aparecida Brasil, los obispos nos urgieron a llevar el evangelio a todos los sectores de nuestro continente, volviéndonos todos los bautizados que hemos tenido una experiencia real con Cristo resucitado, verdaderos discípulos y misioneros.

San Juan Pablo II, dijo que la nueva Evangelización se llevaría a cabo por los laicos o no se realizaría, y nos llamó a “remar mar adentro” y comprometernos en una “Nueva Evangelización”: “Nueva en su ardor, en sus métodos y en su expresión”, por lo que es nuestro momento de actuar, pero para cumplir nuestra misión con responsabilidad, los laicos necesitamos una sólida formación doctrinal, pastoral, espiritual y un adecuado acompañamiento, para dar testimonio de Cristo y de los valores del Reino en el ámbito de la vida social, económica, política y cultural; todo esto según las enseñanzas de las Sagradas Escrituras.

 Porque debemos recordar que todo cuanto dice la Biblia se refiere a nuestra vida, a la vida de todos, ya que es la forma en la que Dios nos hace saber su voluntad, sus normas y mandamientos, así como también muestra las bendiciones que tiene preparadas para quienes obedezcan y las maldiciones para quienes desobedezcan. De ahí la importancia de conocer su contenido, lo cual implica: leer, estudiar y meditar lo que dice, para entonces, vivir de acuerdo a lo que Dios nos dice.

La nueva evangelización debe ser eso “Nueva” no un nuevo mensaje pues solo hay un solo mensajeCristo murió para salvarnos a todos y está resucitado y vivo presente en la eucaristía de manera velada ante nuestros ojos, pero vivo y real

La nueva evangelización, más bien debe ser una nueva forma de presentarla, una nueva manera de exponer el mensaje de siempre: Que Dios ama al pecador y no quiere su muerte, sino que se convierta, que deje el pecado y viva.

La nueva evangelización debe ser el anuncio de la Buena Nueva. Jesús en la sinagoga de Nazaret, leyendo al profeta Isaías dice cómo debe ser la evangelización: “Anunciar buenas noticias a los pobres, liberar a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar un tiempo de gracia para todos.” Eso significa que la nueva evangelización, no se debe presentar solo con palabras sino con hechos, con manifestaciones de milagros, curaciones, dones, carismas y frutos del Espíritu Santo, pues como dijo San Pablo en 1 Co 4,20: “El Reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de poder.”; poder que debe manifestarse en milagros, curaciones, liberaciones y conversiones profundas, y esto requiere de nuestra participación y testimonio.

La evangelización también debe ser profética, esto significa que se debe hablar de parte de Dios, para anunciar el amor y el perdón de Dios y denunciar el pecado.

La nueva evangelización debe verificarse en el compromiso y en el servicio al hermano. De nada servirá hablar el lenguaje de los ángeles, hacer señales y prodigios…si no tenemos amor. El mandamiento nuevo que Jesús dio a sus discípulos es el mandamiento del amor, del servicio al prójimo.

La orden final de Jesús, significa que debemos dar testimonio “con nuestra vida” del poder redentor que tiene el sacrificio de Cristo, que murió en la cruz para liberarnos del castigo que todos merecemos por haber pecado; también significa que debemos enseñar su doctrina, para lo cual debemos conocer la Biblia, pero además, tener un trato diario con el Señor por medio de la oración, así lo conoceremos más, en consecuencia lo amaremos, y nos llenaremos de misericordia y generosidad, para entregarnos a los demás, como Jesús que se entregó hasta la muerte por amor a todos. 

Al entregarnos en servicio de amor a nuestro prójimo, como hizo Nuestro Señor Jesús, compartiremos con ellos: nuestro tiempo, nuestros talentos, nuestros bienes materiales, nuestra paz, nuestra alegría; así les ayudaremos a cargar sus cruces de soledad, pobreza, hambre, desempleo, enfermedad y otras cargas; esto significa que al compartir nuestra vida y nuestro testimonio de fieles seguidores de Jesús, con nuestras palabras de aliento y de amor por lo que hemos recibido de nuestro Salvador y aprendido en las Sagradas Escrituras, estaremos mostrándoles el rostro de bondad y amabilidad de Cristo y acercándolos a Él, que es la labor más importante que podemos hacer por alguien, pues es la manera en que pueden llegar a conocer a Jesús, “el Camino, la Verdad y la Vida” como él mismo se definió Jn 14,6. Al decir el camino, seguramente se refirió al camino de la salvación, pues como también dijo a continuación: “Nadie va al Padre sino por mi.”

En los primeros años del movimiento cristiano, no prevalecía ninguna identificación más específica que la de ser “discípulos de Jesús de Nazaret” o, como se menciona en Hechos, “seguidores de El Camino”

El conocimiento de Jesucristo, y la experiencia de Él, el amor perfecto, es obra del Espíritu Santo en el corazón del creyente que ha sido purificado por la fe. 

Ese amor de Dios derramado en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, como dice San Pablo en Ro 5,5, es la realidad indiscutible de la existencia cristiana. Dice también en Ga 5,22: Este amor, que produce el Espíritu Santo en los corazones que se abren a Jesús, es el camino perfecto que supera a los dones del Espíritu que menciona en 1Co 12,1-31 y produce en nosotros: bondad, rectitud y verdad y nos lleva a revestirnos de sentimientos de compasión, humildad, mansedumbre y paciencia, y es mayor aún que la fe y la esperanza; todo esto enfocado en el servicio a los demás, como mandó Jesús, “el camino que nos lleva al Padre”. 

Todo esto es producto del amor, y Juan une todas estas ideas cuando, en su primera carta, manda a amarnos unos a otros. Ahí afirma que el amor es de Dios; que quien ama permanece en Dios y Dios en ellos; y que los que se someten en obediencia amorosa, son perfeccionados en amor.

Cristo es también la revelación de la verdad, Él dijo, Jn 14,7  “Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre.”  Siendo Dios encarnado, no es solamente el camino hacia Dios, sino también el verdadero representante, la imagen, el carácter y cualidad de Dios. De la misma forma, al afirmar, según leemos en Jn 16,13: “Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá todo lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder.” quiso decir, que el Espíritu Santo es el Espíritu de verdad, es quien comunica la verdad, mantiene la verdad en los creyentes y los guía a la verdad, pero odia y castiga la mentira y la falsedad. Esto implica que en Dios no hay falsedad o engaño.

El Nuevo Testamento nos muestra que la esperanza se volvió realidad por la muerte y resurrección de Jesucristo, “porque venció a la muerte y sacó a luz “la vida y la vida eterna”.

Cristo como el Dador de la vida nueva, es uno de los diversos modos de referirse a la salvación pues el hombre inconverso, aunque físicamente vive, está muerto en el pecado; en tanto que el creyente, libre del poder opresor del pecado, la muerte y el temor, disfruta de una vida plena, que es don gratuito de Dios, pero solo por medio de la nueva creación, hecha posible por la muerte reconciliadora de Jesucristo. De ahí la gran importancia de que presentemos a todos cuantos podamos, a Cristo y la salvación que por Él podemos alcanzar.

La vida de salvación, recibida por fe, se ha de vivir para el Señor y también para los demás. Nuestra vida como creyentes es de Cristo, por lo que no solo la debemos proteger, sino manifestarla en nuestro servicio de amor desinteresado. Ese amor no se expresa necesariamente en entregar nuestra vida en martirio, sino en dar lo que constituye la vida y que mencionamos antes: amor, tiempo, energías, recursos, servicio. 

El don de vida nos da la posibilidad de una relación con Dios y de reproducir la vida humana, por ello la importancia de proteger la vida desde su concepción. 

La vida se experimenta plenamente solo dentro de la comunidad que confía en Dios y desea estar con Él, puesto que la auténtica vida, la que disfrutamos con paz y gozo, se encuentra solo al volverse a Dios y vivir en dependencia de Dios, que es la Fuente de la vida, como hace ver San Juan cuando escribe: “Sabemos que el Hijo de Dios (Jesucristo) ha venido y nos ha dado entendimiento para conocer al Dios verdadero. Vivimos unidos al que es verdadero, es decir, a su Hijo Jesucristo. Él es el Dios verdadero y la vida eterna.” 1Jn 5,20  

Sin embargo, no podemos enfocarnos únicamente en la vida eterna puesto que la vida, entiéndase nuestra existencia concreta como personas, es un don divino, tiene valor supremo, y el hombre es responsable ante su Creador por la conducta y la forma en que la administra y la protege, sobre todo la de quienes son más vulnerables, como los que se encuentran aún en el seno materno.

La declaración bíblica más clara acerca de la vida eterna es la que hizo Jesús en su oración que dice: “Padre, tú has dado a tu Hijo autoridad sobre todo hombre, para dar vida eterna a todos los que le diste. Y la vida eterna consiste en que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien tú enviaste.” Jn 17,2-3. Conocer indica aquí, no solo el aspecto teórico o intelectual, sino que lleva consigo también la fe, el amor, la aceptación y consecuentemente la obediencia a Dios Padre y a su Hijo Jesucristo, por quien conocemos al Padre como dijo Jesús: “Si ustedes me conocen a mí, también conocerán a mi Padre.” Jn 14,7

Juan escribió en 1Jn 4,7: “Queridos hermanos, debemos amarnos unos a otros, porque el amor viene de Dios. Todo el que ama es hijo de Dios y conoce a Dios.”  Esto significa que el amor, es señal de nuestra comunión con Dios

La mayor muestra de nuestro amor por los demás, es presentarles el Evangelio, las buenas nuevas de salvación, de victoria, de vida. Las buenas nuevas que abarcan el mensaje de Cristo; de lo que Dios hizo por el mundo, a través de su Hijo Jesús, es contar que el pecado ha sido derrotado y que la muerte ha sido vencida, que el Mesías, vino al mundo a anunciar la victoria de Dios y por medio de su muerte y resurrección testificó del amor e interés de Dios por el mundo como dice Jn 3,16: “Dios amó tanto al mundo, que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no muera, sino que tenga vida eterna, y reconcilió al mundo con Dios, como dice 2 Co 5,11-21. 

Por medio de la muerte obediente de Jesús y su resurrección, Dios derrotó a sus enemigos y estableció su reino en la tierra, por tanto, el evangelio proclama a Jesús como Señor, como el tema unificante, porque es Jesús quien ha revelado el evangelio de Dios a la humanidad para que todos nos unamos, como pidió Él en su oración: “Te pido que todos ellos estén unidos; que como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, también ellos estén en nosotros, para que el mundo crea que tú me enviaste.” Jn 17,21  

El evangelio es buena nueva para todo el mundo. El mundo entero es el público que debe oír el anuncio del Mesías y la victoria de Dios, porque es a través de la fe en el evangelio que el mundo entra a la bondad eterna del reino de Dios. Y aunque el mundo puede rechazar libremente el evangelio, hacerlo significa perder todo lo que Dios desea para el mundo y lo que le promete por medio de Cristo. Rechazar el evangelio significa entonces, perder la inmortalidad, la paz y la vida misma.

El evangelio es la buena nueva para la Iglesia, y su misión en el mundo es proclamar el evangelio a todos, y nosotros como piedras vivas de esa Iglesia, debemos arriesgar todo para servir a Dios de manera que el evangelio pueda llegar al mundo perdido con su poder transformador. Hagámoslo en donde estamos, con las personas que tenemos cerca, nuestra familia, nuestros amigos, vecinos, compañeros de trabajo o estudios. Todos necesitan conocer a Jesucristo y por medio de Él llegar al Padre.

Jesús dijo: “Yo les doy vida eterna”; pero es “para siempre” cuando el hombre que cree la recibe y la experimenta. En Dios, la vida eterna no tiene ni principio ni fin; mientras que para el hombre comienza cuando le entrega su vida a Jesucristo, pero no tiene fin. 

En la creación Dios implantó en el hombre vida eterna, pero al desobedecerle, se la quitó. Después se la restauró mediante el acto redentor de Jesucristo. Y ahora Cristo la ofrece gratuitamente a todos los que la reciban como dijeron Pablo y Silas al carcelero que les preguntó: “Señores, ¿qué debo hacer para salvarme?  Y ellos contestaron: ”Cree en el Señor Jesús, y obtendrás la salvación tú y tu familia.” Hch 16,30-31 Y esto es lo que debemos hacer todos, Creer en Jesús como el Hijo de Dios que vino para salvarnos, pero para ello debemos conocerlo a través de lo que dicen las Sagradas Escrituras, en los Evangelios que hablan de Él.

Porque el hombre recibe la vida eterna por medio de la experiencia de conocer a Dios por Cristo, lo cual implica conocimiento íntimo de Dios, como dijo Jesús “Sepan de una vez por todas que el Padre está en mí y que yo estoy en el Padre.” Jn 10,38.Conocer a Jesucristo es conocer al Dios verdadero. 

Debemos pues, como seguidores de Jesús, hacer todo cuanto esté en nuestras posibilidades para, como dijo San Juan Pablo II, en su Exhortación Apostólica Transmisión de la Catequesis: “La catequesis ha sido siempre considerada por la Iglesia como una de sus tareas primordiales, ya que Cristo resucitado, antes de volver al Padre, dio a los Apóstoles la última consigna: hacer discípulos a todas las gentes, enseñándoles todo lo que Él había mandado. Él nos confió de este modo la misión y el poder de anunciar a los hombres lo que Él ha hecho en nosotros, por nosotros y con nosotros, es decir contar, explicar sus palabras y sus actos, sus signos y sus mandamientos, y todo de lo que hemos sido testigos porque lo hemos visto y también lo que hemos oído acerca del Verbo de vida, lo que Él nos ha enseñado a través de los hermanos en la fe y las Sagradas Escrituras. Para cumplir esta misión nos dio el Santo Espíritu.

Realicemos entonces nuestro esfuerzo para hacer discípulos, para ayudar a los hombres a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, en su nombre, mediante la fe, ellos tengan la vida nueva, pero nuestro esfuerzo debe ir más allá porque con nuestro testimonio de vida debemos instruirlos en esta vida y construir así el Cuerpo de Cristo y ampliar el Reino de Dios aquí en la tierra. 

Ayudemos a los demás a creer que Jesús es el Hijo de Dios, a fin de que, por la fe, tengan la vida en su nombre.” Que así sea, para honrar a Dios y bendecir a aquellos a quienes demos testimonio de que Cristo vive en nosotros y con ello también nosotros recibamos bendición.

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