CUMPLAMOS LA VOLUNTAD DE DIOS
Y ALCANZAREMOS LA SANTIDAD
En el Ángelus del 9 de agosto de 2009, el Papa dijo: “Los santos muestran el verdadero rostro de Dios” Esta es una frase que debemos tener muy en cuenta, pues significa que si queremos alcanzar la santidad, con nuestra vida, debemos mostrar que Dios mora en nosotros. Y continúa el Papa explicando ese concepto, que sigue siendo actual a pesar del tiempo que pasó, dijo: “Hay filosofías, ideologías y modos de pensar y de actuar que exaltan la libertad como único principio del hombre, en alternativa a Dios, es decir, como una opción diferente a Dios, y de ese modo transforman al hombre en un dios, pero es un dios equivocado, que hace del capricho de los hombres, de la arbitrariedad, su sistema de conducta, su forma de vida.
Por otra parte, tenemos a los santos, que, practicando el Evangelio de la caridad, del amor, dan razón de su esperanza; muestran el verdadero rostro de Dios, que es Amor, y, al mismo tiempo, el auténtico rostro del hombre, creado a imagen y semejanza divina”
Debemos buscar el conocimiento y aprender de buenas fuentes lo que se nos da de buena fe y con el deseo de que tengamos elementos de juicio que nos ayuden a mejorar como personas, y no permitir que se nos lleve por una senda de consumismo y superficialidades.
Como miembros de una sociedad, debemos tratar de superarnos y colaborar en la superación de los demás, sí, pero bajo normas de respeto a la dignidad propia y del prójimo. No debemos permitir que intereses ajenos a nuestra tradición y cultura pretendan incorporarnos a la línea de pensamiento humanista al margen del conocimiento de las cosas de Dios.
No se puede tapar el sol con un dedo, por lo que aun cuando hay seguidores de tendencias desviadas de la naturaleza humana y su dignidad, ubicados en puestos de gran influencia o en instituciones de renombre, que pretenden que se considere como natural y aceptable lo que es a todas luces antinatural e inaceptable, (como el homosexualismo, el aborto y la eutanasia); debemos mantener la mente clara y buscar la dirección divina en las Sagradas Escrituras que han servido de dirección por miles de años a la humanidad con normas que siguen vigentes hoy, y hacerlo con el respaldo de la oración, para que el conocimiento así adquirido, nos ayude a mantener una vida y consecuentemente una familia y una sociedad, respetuosas, puras, dispuestas a servir a los demás y no a servirse de los demás. Por ello debemos conocer y vivir según las normas, estatutos y mandamientos de Dios, los cuales no debemos verlos como limitaciones a nuestra vida, sino como directrices que debemos seguir para ser bendecidos por Dios; porque para eso nos creó, para que disfrutáramos plenamente de la vida y con ella, de Su creación.
Entonces, consideremos la voluntad de Dios como la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, y que es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad.
El cumplimiento de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad y el Señor Jesús nos la muestra a través de su testimonio, de sus enseñanzas y de los Mandamientos. La Iglesia con sus indicaciones y enseñanzas también nos muestra el camino a la santidad, puesto que su labor es transmitir las enseñanzas de Cristo. Cómo alcanzar la santidad también nos lo muestra nuestra vocación, al servir a los demás con amor, vocación que el Señor ha puesto en nuestro corazón cuando se lo entregamos, cuando recibimos en él a Jesús como nuestro Señor y Salvador.
La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia (padres, abuelos, maestros o jefes) y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual y en el Sacramento de la Reconciliación (Sacerdotes y confesores).
Ahora bien, debemos tener en cuenta que la obediencia no tiene fundamento en las cualidades del que manda. Por ejemplo: Jesús superaba infinitamente –puesto que Él es Dios- a María y a José sus padres, pero les obedecía Lc 2, 51 Y les obedecía por amor, por cumplir con la voluntad del Padre, y tenemos que considerar que fue obediente hasta la muerte.
Ahora bien, en cuanto a la obediencia, debemos considerar que para obedecer debemos ser humildes, pues el espíritu obediente no cabe en un alma dominada por la soberbia o el orgullo.
Pero, la obediencia da paz y alegría para realizar lo mandado hasta en los más pequeños detalles. Por lo que debemos tener en cuenta que, en nuestro servicio a los demás, la obediencia se hace indispensable pues, como dijo San Juan Crisóstomo: “Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia”.
La voluntad de Dios también se manifiesta en aquellas cosas que Él permite aun cuando no resultan como esperábamos, o son totalmente contrarias a lo que deseábamos o le habíamos pedido en nuestra oración.
Pero debemos saber que es precisamente en esos momentos en los que debemos aumentar nuestra oración y fijarnos en Jesucristo, especialmente cuando los acontecimientos nos resulten muy duros y difíciles, como podrían ser la enfermedad o la muerte de un ser querido o el dolor que padecen los que más queremos, situaciones que, en esta temporada de pandemia son muy frecuentes.
Pero debemos recordar que “Dios sabe más que nosotros” y Él nos consolará de todos nuestros pesares y éstos, cuando se los ofrecemos como sacrificio, quedarán santificados.
San Pablo enseña en su carta a los Ro 8, 28: “sabemos que Dios dispone todas las cosas para bien de los que lo aman, a quienes él ha escogido y llamado.”
Recordemos que Dios espera que seamos hijos obedientes, pero hay otra condición que debemos mantener: la limpieza de corazón, y en esta época difícil debemos responder a la llamada del Señor que nos invita a mantener la pureza interior, la santidad, pues Dios solamente se manifiesta a los que tienen el corazón puro como dice Mt 6, “Bienaventurados los limpios de corazón, porque verán a Dios.”
Sin embargo, a pesar del llamado de Dios, ya sea por desconocimiento o por necedad, o porque están cegados por el mundo y sus atracciones; muchas personas se mantienen insensibles pues no ven lo esencial, tienen el corazón lleno de cosas materiales, de suciedad y miseria. Y la impureza provoca insensibilidad para la compasión ante las desgracias que padecen los demás.
En cambio, de un corazón puro nace la alegría, la búsqueda de lo divino, la confianza en Dios, el arrepentimiento sincero, la verdadera humildad que nos lleva al reconocimiento de nuestros pecados, así como amor a Dios y a los demás, por lo que nuestra tarea de cada día es guardar nuestro corazón para ser bienaventurados y felices.
Debemos tener mucho cuidado en guardar nuestro corazón porque tiende a apegarse desordenadamente a cosas y personas. Aunque algunas veces pueden ser cosas o personas buenas, pueden volverse ídolos, si llegan a ocupar el centro del corazón de las personas porque ese lugar le corresponde solamente a Dios. Por ello debemos tener cuidado con los pequeños caprichos, con las faltas de control de nuestras emociones, con la falta de carácter, o la excesiva preocupación por las cosas materiales. Esas son cosas que debemos cortar porque nos llevan a la mediocridad.
Heb 12,14 nos dice: “Procuren estar en paz con todos y llevar una vida santa; pues sin la santidad, nadie podrá ver al Señor,” por lo que para ayudarnos a salir de nuestras debilidades, además de hacer nuestra parte luchando contra ellas, debemos recurrir a la confesión frecuente y hacer un examen de conciencia diariamente. Esto ayudará a mantener nuestra alma limpia y dispuesta para acercarnos a Jesús, así como escucharle. Pero no basta con que le escuchemos, debemos obedecerle.
Si está limpio nuestro corazón, sabremos reconocer a Jesús en la intimidad de nuestra oración, en medio de nuestro trabajo o en los acontecimientos de nuestra vida diaria, pero, si falta la pureza, aunque se nos presenten los signos que Dios nos envía para conducirnos por el camino del bien y a las bendiciones, no los veremos, no nos dirán nada, o podemos interpretarlos mal.
La contemplación de Dios nos obliga a ver hacia nuestro interior, a guardar los sentidos, a realizar pequeños sacrificios que nos ayudarán a dominar nuestra carne y a fortalecernos espiritualmente. Aunque esto no significa que debemos enfocarnos solamente en los aspectos espirituales y abandonar nuestras obligaciones o dejar de lado nuestras relaciones familiares o de amistad, no. Este recogimiento interior del que hablo, es perfectamente compatible y hasta obligado tanto con nuestro trabajo, como con nuestra familia y amigos.
¿De qué serviría si nos dedicamos a buscar la santidad solamente para mantener una relación estrecha con Dios y mantenernos alejados de los demás?
Debemos actuar de acuerdo a lo que nos enseñan las Sagradas Escrituras, y ahí aprendemos que La fe se muestra con los hechos como leemos en Stg 2,14 – 20:
“Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?
Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran”, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve?
Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta. Uno podrá decir: “Tú tienes fe, y yo tengo hechos. Muéstrame tu fe sin hechos; yo, en cambio, te mostraré mi fe con mis hechos.” Tú crees que hay un solo Dios, y en esto haces bien; pero los demonios también lo creen, y tiemblan de miedo. No seas tonto, y reconoce que si la fe que uno tiene no va acompañada de hechos, es una fe inútil.”
Actuar de esa forma, no solamente ayudará en sus necesidades materiales a los demás, mostrará al Jesús que llevas dentro. Y ese es el testimonio que debemos mostrar al mundo, que por Jesús tenemos amor, paz, gozo y todos los dones que hemos recibido por medio del Espíritu Santo.
Si hacemos lo que nos corresponde y procuramos agradar a Dios obedeciendo sus normas y mandamientos, es decir, buscando en todo serle gratos, buscando nuestra santificación, sirviéndole a través del servicio a nuestro prójimo, al final de nuestra vida podremos contemplar a Dios cara a cara.
Que este tiempo difícil de pandemia nos fortalezca espiritualmente para que conservemos la pureza de corazón y podamos recibir en él a Jesús para que, con Él, cada día podamos cumplir la voluntad del Padre y lleguemos así a alcanzar la santidad. Que así sea.