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ACCIONES CONTRA DIOS

ACCIONES CONTRA DIOS

Hay personas que después de haber tenido amor por Dios y disfrutado del suyo, se apartaron de sus mandamientos y enseñanzas, y en consecuencia, se encuentran lejos de Dios, de su amor y de su Gracia, por lo que ahora viven desorientados, tristes, insatisfechos, desanimados, sin comprender por qué sienten un vacío en su interior, y tratan de llenarlo con sexo, pornografía, alcohol, drogas u otras cosas que no llenan la necesidad de sentirse amados, tranquilos, felices, satisfechos. Y es porque ese vacío se debe a la ausencia de Dios en su corazón, pero esa situación, que genera dolor y estados de ánimo negativos, puede solucionarse al volverse a Dios, pedirle perdón por medio del Sacramento de la Confesión y abrirle el corazón para que entre y nos conduzca con su Espíritu Santo.

 

Y para corregir el error de haberse apartado del amoroso Padre celestial, pero también para para dar a conocer y alertar con esta información a quienes desean mantenerse gratos a Dios, quiero compartir elementos de un artículo en el que su autor, el Padre Fernando Pascual, nos hace ver unas acciones que nos apartan de Dios y de su amor, por lo que nos enfermamos y se entorpece el funcionamiento de nuestro corazón, que está diseñado para recibir el amor de Dios y darlo a los demás a través de nuestras obras. Traslado aquí, partes del artículo, con comentarios personales y citas de las Sagradas Escrituras que consideré adecuado incluir para reforzar su contenido.

Dice el Padre Fernando: San Francisco de Sales sabía que nuestro corazón, cuando funciona bien, late, vive, suspira y trabaja para Dios. Pero también sabía que existen acciones que nos apartan de Dios, que enferman y paralizan el buen funcionamiento de nuestro corazón.

Algunas de esas acciones, son, según el santo obispo de Ginebra:

el pecado, que nos aleja de Dios; y que contiene las demás acciones que San Francisco, considera muy peligrosas y las describe para que nos pongamos en alerta contra de ellas, esas son:

el apego a las riquezas;

los placeres sensuales;

el orgullo y la vanidad;

el amor propio.

Esas acciones nos apartan de Dios porque al poner cada una de ellas en nuestro corazón como lo más importante, son como ídolos que le quitan a Dios el lugar que le corresponde, pues Él, y solo Él, debe ser el centro de nuestra vida.  

Entonces debemos corregir nuestra actitud, y volvernos a Él, al amor de nuestra alma, a Aquel por quien empezamos a existir, a quien nos busca, a quien nos ama, como dice Os 11,4 «Con lazos de ternura, con cuerdas de amor, los atraje hacia mí; los acerqué a mis mejillas como si fueran niños de pecho; me incliné a ellos para darles de comer»

Dejar nuestras malas acciones que se han vuelto ídolos, si bien requiere que nos volvamos a Dios, implica que lo reconozcamos como el único Dios, como el único ante quien nos rendimos. Para ello, debemos ir por el camino que Cristo enseñó, que es claro y bien señalizado. Ese camino es la Biblia, y su contenido es nuestra guía. Sobre todo, en los Evangelios y en lo que, de Jesús aprendieron los apóstoles y nos trasladan en las epístolas. 

Ejemplo claro de ello lo encontramos en Ro 10,9-10 en donde San Pablo nos dice, una de las enseñanzas más importantes que debemos hacer vida para entonces poder hacer vida todas las demás, dice: «Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.»  

Esto, es tan importante, que es parte de nuestra confesión de fe, el Credo en el que decimos: “Creo en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso. Desde allí ha de venir a juzgar a vivos y muertos.”

 Y aunque los Mandamientos, las normas y las enseñanzas que encontramos en la Biblia son las que nos muestran el camino que nos lleva a Dios; aún siendo un camino difícil, se puede seguir siendo perseverantes y manteniendo el deseo de remover esos enemigos de nuestro corazón, poniendo de nuestra parte una sana vigilancia, pero debemos saber que en ese proceso nunca estaremos solos, contamos siempre con la ayuda de Dios, según prometió por medio de Josué, a quien le dijo y con él a nosotros: «Lo único que te pido es que tengas mucho valor y firmeza, y que cumplas toda la ley que mi siervo Moisés te dio. Cúmplela al pie de la letra para que te vaya bien en todo lo que hagas.  Repite siempre lo que dice el libro de la ley de Dios, y medita en él de día y de noche, para que hagas siempre lo que éste ordena. Así todo lo que hagas te saldrá bien.  Yo soy quien te manda que tengas valor y firmeza. No tengas miedo ni te desanimes porque yo, tu Señor y Dios, estaré contigo dondequiera que vayas.» Jos 1,7-9

Sin embargo, el que Dios esté con nosotros no significa que Él hará todo, nosotros debemos manifestar que queremos volver a su presencia, a ser gratos a sus ojos y para ello tenemos que hacer lo que nos corresponde, para que, así como tomamos la decisión de actuar en contra de su voluntad, tomemos acciones para volver a Él.

En primer lugar, debemos luchar contra el pecado en todas sus formas. Ese es el peor enemigo de nuestra relación con Dios, el que contiene todas las malas acciones; es el que nos aparta de Dios y también de los demás miembros del cuerpo de Cristo, porque destruye el amor y apaga la gracia. Entonces, conscientes de ello, debemos poner todo de nuestra parte para rechazar esos ídolos que nos llevan a pecar, a los cuales nos hemos rendido, y apartarnos de todo lo que nos dificulte ir por el camino que nos lleva a Dios, porque <Sin santidad, nadie verá a Dios> Hb 12,14.

En segundo lugar, debemos romper con el apego a las riquezas, que pueden ser otro ídolo muy poderoso, porque es un amo por el que realizamos cualquier cosa para obtener más y más; y luego, empezar a vivir con confianza plena en la providencia de nuestro Padre celestial. Si bien debemos trabajar para ganar nuestro sustento, no debemos enfocarnos y dedicarnos por completo, a la búsqueda de las cosas materiales. En 2ª Co 12,9a, Pablo narra que el Señor le dijo: <Mi amor es todo lo que necesitas.> Confiemos también nosotros, en que el amor de Dios es todo cuanto necesitamos, y Él por amor, nos conducirá y nos bendecirá para que siempre tengamos lo necesario para vivir dignamente, como hijos suyos. 

En Mt 6,24-34 leemos que, al respecto, Jesús dijo: <Nadie puede servir a dos amos, porque odiará a uno y querrá al otro, o será fiel a uno y despreciará al otro. No se puede servir a Dios y a las riquezas. “Por lo tanto, yo les digo: No se preocupen por lo que han de comer o beber para vivir, ni por la ropa que necesitan para el cuerpo. ¿No vale la vida más que la comida y el cuerpo más que la ropa? Miren las aves que vuelan por el aire: no siembran ni cosechan ni guardan la cosecha en graneros; sin embargo, el Padre de ustedes que está en el cielo les da de comer. ¡Y ustedes valen más que las aves! 

En todo caso, por mucho que uno se preocupe, ¿cómo podrá prolongar su vida ni siquiera una hora?  

“¿Y por qué se preocupan ustedes por la ropa? Fíjense cómo crecen los lirios del campo: no trabajan ni hilan. Sin embargo, les digo que ni siquiera el rey Salomón, con todo su esplendor, se vestía como uno de ellos. Pues si Dios viste así a la hierba, que hoy está en el campo y mañana se quema en el horno, ¡con mayor razón los vestirá a ustedes, gente falta de fe! 

Así que no se preocupen, preguntándose: ¿Qué vamos a comer? o ¿Qué vamos a beber? o ¿Con qué vamos a vestirnos? Todas estas cosas son las que preocupan a los paganos, pero ustedes tienen un Padre celestial que ya sabe que las necesitan. 

Por lo tanto, pongan toda su atención en el reino de los cielos y en hacer lo que es justo ante Dios, y recibirán también todas estas cosas.> 

Ya desde el Antiguo Testamento Nuestro Padre nos enseña que él es nuestro mayor tesoro, como dice Job 22,21-29, en donde leemos: <Ponte de nuevo en paz con Dios, y volverás a tener prosperidad. Deja que él te instruya, grábate en la mente sus palabras. Si te humillas, y te vuelves al Todopoderoso, y alejas el mal de tu casa, y si miras aun el oro más precioso como si fuera polvo, como piedras del arroyo, el Todopoderoso será entonces tu oro y tu plata en abundancia. Él será tu alegría, y podrás mirarlo con confianza. Si le pides algo, él te escuchará, y tú cumplirás las promesas que le hagas. Tendrás éxito en todo lo que emprendas; la luz brillará en tu camino. Porque Dios humilla al orgulloso y salva al humilde.>

 Entonces, ¿por qué afanarse en conseguir más y más dinero y cosas materiales cuando Dios, nuestro tesoro, nos provee de lo que necesitemos para vivir como sus hijos?

En tercer lugar, debemos renunciar al ídolo de los placeres sensuales que nos atan al mundo, para entonces revestirnos de Cristo y vivir según sus enseñanzas. Dice San Pablo en Ro 13,13-14 <Actuemos con decencia, como en pleno día. No andemos en banquetes y borracheras, ni en inmoralidades y vicios, ni en discordias y envidias.  Al contrario, revístanse ustedes del Señor Jesucristo, y no busquen satisfacer los malos deseos de la naturaleza humana.>

También debemos dejar de lado el orgullo y la vanidad, otro ídolo que nos hace buscar los primeros puestos y la autocomplacencia, para entonces vivir con la sencillez del niño que confía plenamente en su Padre. En Mt 18,1-4 leemos: <Los discípulos se acercaron a Jesús y le preguntaron: ¿Quién es el más importante en el reino de los cielos? Jesús llamó entonces a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: –Les aseguro, que, si ustedes no cambian y se vuelven como niños, no entrarán en el reino de los cielos.  El más importante en el reino de los cielos es el que se humilla y se vuelve como este niño.> Esto significa que debemos confiar y creer como hacen los niños. 

Por eso en Lc 14,7-11 nos narra el episodio de una cena a la que fue invitado nuestro Señor Jesús y sus discípulos y Él aprovechó para enseñarles, leo ahí:  <Al ver Jesús cómo los invitados escogían los asientos de honor en la mesa, les dio este consejo: Cuando alguien te invite a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, pues puede llegar otro invitado más importante que tú; y el que los invitó a los dos puede venir a decirte: ‘Dale tu lugar a este otro.’ Entonces tendrás que ir con vergüenza a ocupar el último asiento.  Al contrario, cuando te inviten, siéntate en el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, pásate a un lugar de más honor.’ Así recibirás honores delante de los que están sentados contigo a la mesa. Porque el que a sí mismo se engrandece, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido.>

Por último, debemos acabar también con el ídolo del amor propio, esas acciones por las que buscamos con afán, lo que nos satisface y nos gusta; para ello tenemos que morir a nosotros mismos para vivir como Cristo. En Mt 16,24-26 <Jesús dijo a sus discípulos: –Si alguno quiere ser discípulo mío, olvídese de sí mismo, cargue con su cruz y sígame. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda la vida por causa mía, la encontrará.  ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde la vida? Y en Jn 12,24 Jesús dice: “si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto”

Entonces debemos rendirnos ante el Señor y morir a nosotros, que significa morir a nuestro deseo de sobresalir; si lo hacemos, daremos mucho fruto, del fruto que el Señor desea que le ofrezcamos, los cuales brotarán de nosotros si nos mantenemos haciendo su voluntad, y que San Pablo menciona en Gal 5,22-23: <amor, alegría, paz, paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio.>

El camino para deshacernos de esas acciones y cualquier otra que vaya en contra del amor de Dios, podrá ser un camino arduo, pero, si renunciamos a los deseos de la carne, y tomados de la mano del Señor y con la dirección del Espíritu Santo, obedecemos sus normas y mandamientos; podremos avanzar por él, sobre todo, porque sabemos que la meta es maravillosa: nuestro encuentro con Dios, y porque podremos empezar a vivir aquí en la tierra, un poco como se vive en el cielo.

Pidámosle a Dios que nos de su luz, sabiduría y fortaleza para que con su dirección y el respaldo del Espíritu Santo logremos deshacernos de esos y cualquier otro ídolo que hayamos construido en nuestro corazón con nuestras acciones en contra de Su voluntad. 

Busquemos entonces, con el Sacramento de la Confesión, reconciliarnos con el Señor y fortalezcamos nuestro espíritu con el Sacramento de la Comunión. Y para no caer nuevamente en esas acciones que desagradan a nuestro amado Padre celestial, enfoquémonos en desarrollar las virtudes, en realizar obras de misericordia y seremos bendecidos.

 Que así sea, para gloria de Dios y bendición nuestra.

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