PRESENTEMOS A CRISTO
He comprobado que la evangelización, es el Espíritu Santo quien la realiza, pues es una labor que se lleva a cabo en el corazón de las personas. Sin embargo, debemos tener claro que si bien, es la tercera persona de nuestro Dios trino quien realiza esa obra en el corazón de las personas, es necesaria nuestra participación, porque alguien debe hablar de las maravillas de Dios, de sus promesas, de las bendiciones que tiene para todos; sobre todo presentar la salvación eterna que podemos alcanzar por medio de su hijo Jesucristo, y esta es la mayor bendición que podemos recibir y transmitir, que se entregó hasta la muerte para librarnos del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios Padre, pues como dice San Pablo, el apóstol de los gentiles en Ro 6,23: “La paga del pecado es la muerte. Pero el don de Dios es vida eterna en unión con Cristo Jesús, nuestro Señor.” Dar su vida, es la más grande manifestación de amor que alguien puede tener para con otra persona.
Quienes conocemos a Jesús y le reconocimos como nuestro Salvador y Señor, debemos tener claro que, hemos sido llamados por Él para ser sus instrumentos y transmitir a nuestro prójimo las buenas nuevas de salvación. Aunque tenemos que considerar que nuestras palabras, por más hermosas que sean, si no son dirigidas por el Espíritu Santo, es decir si no van llenas del poder de Dios, no transformarán el corazón del hombre.
Y si a esto le agregamos que hoy, más que nunca, el corazón del hombre se ha endurecido por el materialismo, por las ideas que el mundo está promoviendo, por el deseo de mantenerse cómodos y sin aceptar responsabilidades, sumado a las actividades que llenan las vidas, hacen que la evangelización sea un verdadero reto para los apóstoles de hoy, a quienes el Señor envía para dar a conocer la Buena Nueva; porque por nuestra vida siempre ocupada; aun cuando se trate de las cosas del Señor, difícilmente percibimos la necesidad de los demás, pues es común, que nos enfoquemos en el trabajo que queremos realizar y no en las personas y su necesidad. Necesidad que no siempre es material, pues hay mucha gente a nuestro alrededor que tiene problemas de soledad, de tristeza, de falta de amor, y que, si nos detenemos a observarlos, veremos en los rostros la tristeza y soledad que viven, aun cuando enmascaran con una sonrisa fingida y un aparente buen ánimo, los problemas graves que enfrentan, tal vez son personas que comparten con nosotros el trabajo en la oficina o el taller, o son nuestros compañeros de escuela o la universidad, o son vecinos del barrio, pero también pueden ser las personas que viajan con nosotros en el autobús cada día y que buscan iniciar una conversación, pero nosotros, muy ocupados con nuestros asuntos, con cumplir con la misión, nos olvidamos de lo verdaderamente importante, “las personas” a quienes debemos dar a conocer a Cristo y la salvación que nos dio con su sacrificio. Con esta actitud, nos asemejamos al fariseo y al levita, de la parábola del “Buen Samaritano”, que tal vez no eran malas personas, pero dejaron de lado al hermano necesitado que encontraron en su camino, lo dejaron atrás porque tenían otras cosas qué hacer, cosas que consideraron más importantes.
En este mundo individualista en el que vivimos, es importante que estemos conscientes de nuestra responsabilidad y abrirnos a los que van por la vida caminando con nosotros, incluso a los que se cruzan en nuestro camino solo por un instante.
Quienes decimos ser personas religiosas, hombres y mujeres que hemos conocido a Cristo, que mantenemos una relación estrecha con Él por medio de la oración y del estudio y meditación de las Sagradas Escrituras y que participamos de los Sacramentos, debemos tener una palabra de aliento y un momento para, con respeto establecer un vínculo con esas personas y abrirles nuestro corazón. Esto les permitirá desahogarse y podremos ver el suyo y comprender lo que están pasando, lo que necesitan, entonces podremos darles un minuto de comprensión, una palabra que los reanime, una oración para poner delante de Dios su necesidad, sabiendo que nuestro Padre celestial escucha y responde las oraciones hechas con fe. Como dice Jesús en Mr 11,24 “Por eso les digo: Todo lo que pidan en su oración, lo obtendrán si tienen fe en que van a recibirlo.”
Cuesta tan poco ser amables, sonreír, preguntar ¿cómo ha estado?, ¿cómo va su vida? y mejor aún, hablar de la vida cristiana y dar testimonio de lo que Dios ha hecho en nuestras vidas. Porque si nos detenemos a pensar, Dios ha hecho mucho por nosotros y en nosotros; y de nosotros depende que también haga con nosotros.
Es necesario que los cristianos dejemos nuestro individualismo, nuestra zona de confort y nos hagamos conscientes de que vivimos en un mundo que nos necesita, que junto a nosotros camina gente sin esperanza y oprimida por el dolor y por los problemas, para entonces, cumplir con la misión a la que el Señor Jesús nos ha enviado y hacer la parte que nos corresponde, que es mostrarlo a Él, el camino para llegar a encontrar la paz y el amor, para llegar al Padre celestial; a Él que es la verdad que libra de todas las mentiras con las que el mundo y satanás invaden la mente; a Él que es la vida, vida plena y abundante que Jesús vino a darnos con su sacrificio en la cruz. Jesús en Jn 8,12 dijo: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, tendrá la luz que le da vida, y nunca andará en la oscuridad.” Mostremos entonces la luz del Señor a quienes se encuentran en la oscuridad de una vida sin Dios.
Pero no debemos olvidar, que a pesar de todas las dificultades que encontremos en nuestro caminar, permanece firme la promesa del Señor de que “estará con nosotros todos los días hasta el fin del mundo” y nuestro trabajo es el de cumplir la orden que nos ha dado, “hacer discípulos suyos y enseñarles a guardar todo lo que él nos ha enseñado”, como leemos en Mt 28, 19-20, de ahí la importancia de conocer el Evangelio
Hay mucho qué hacer, pero, lejos de desanimarnos debemos sentirnos confortados porque podemos ver que, en efecto, cuando cumplimos la orden del Señor y presentamos a los demás las enseñanzas de Jesús, el poder de Dios actúa y hace lo que nos parece imposible: lleva a las personas a una vida, en la que el amor, la felicidad y la paz se desarrollan armoniosamente.
Porque, cuando el Espíritu Santo toca el corazón de una persona, toda su vida se inunda de amor y de paz, y todos sus deseos y aspiraciones, se trasladan a una nueva dimensión de gozo, a una nueva forma de ver la vida, a una nueva vida en la que lo importante es servir, compartir con los demás lo que se recibió, dejando de buscar egoístamente solo el bien personal. Y si tú, que estás escuchando no has disfrutado de esa vida nueva que da Cristo, da un paso de fe y confía en Él; invítalo a que llene tu corazón con su presencia de amor y paz, Él está esperando por ti, quiere sanarte, liberarte, darte una vida plena, abundante. Basta con que lo creas y con una oración que brote de tu corazón invoca al Señor Jesús, manifiesta tu necesidad de Él, pídele perdón por haber pecado, por haber ido contra su voluntad, reconoce que murió en la cruz para librarte del castigo que merecías por haber ofendido a Dios Padre y que con su sangre derramada en su pasión te limpió de tus pecados, acéptalo entonces, como tu Salvador y tu Señor, y descansa en Él. Búscalo cada día en oración, lee las Biblia, los Evangelios y busca la reconciliación en el Sacramento de la confesión para que lo tomes en Comunión. Hazlo de corazón y tu vida cambiará. De ser un necesitado de amor y paz, pasarás a dar testimonio de Su amor y misericordia para que otros le conozcan y también se abran a Él, porque el Señor Jesús dijo: “La mies es mucha y los operarios pocos. Oren pues al dueño de la mies, para que envíe operarios a sus campos.” Lc 10,2. Ese fue un llamado para que nos uniéramos a esa labor de levantar la cosecha.
San Pablo nos hace ver la importancia de nuestra labor en Ro 10,13-15 en donde leemos: “Todos los que invoquen el nombre del Señor, alcanzarán la salvación.” Pero ¿cómo van a invocarlo, si no han creído en él? ¿Y cómo van a creer en él, si no han oído hablar de él? ¿Y cómo van a oir, si no hay quien les anuncie el mensaje? ¿Y cómo van a anunciar el mensaje, si no son enviados?
El Señor ya dio la orden, a nosotros corresponde tomar la decisión, o nos levantamos y con Él llevamos a cabo la labor a la que nos llamó, o nos hacemos de oídos sordos y perdemos la oportunidad de trabajar para la expansión del Reino de Dios aquí en la tierra, y con ello, nos perderíamos de muchas bendiciones, de ser llenos de su presencia y de su amor, paz y gozo.
Desde que Jesús hizo ver la necesidad de la colaboración de sus seguidores para trabajar como obreros levantando la cosecha, ha pasado el tiempo y la situación es la misma, en el mundo no hay suficientes sacerdotes, religiosos y religiosas.
Por ello nos toca a los laicos colaborar como instrumentos de Jesús y su Iglesia. Es nuestra responsabilidad cono discípulos de Jesús que oremos por las vocaciones, para que los jóvenes a los que el Señor quiere en sus filas, no cierren sus oídos espirituales al llamado del Señor, pero también para que los laicos seamos los operarios que se necesitan para transmitir la Buena Nueva y presentemos a Jesucristo a cuantos podamos, para que, al conocerlo, le amen, le sigan y le obedezcan, para que “No vivan ya según los criterios del tiempo presente; al contrario, cambien su manera de pensar para que así cambie su manera de vivir y lleguen a conocer la voluntad de Dios, es decir, lo que es bueno, lo que le es grato, lo que es perfecto” como dice Pablo en Ro 12,2 y entonces, se salven y disfruten de la presencia de nuestro Dios Trino por la eternidad. Que es lo que deseo para ti querido oyente.
El Espíritu Santo lleva dos mil años tocando corazones y transformando vidas. A nosotros nos corresponde abrirnos para que toque los nuestros y entonces, transformados, colaborar para que continúe en todo el mundo, en donde vivimos, en donde nos movemos, en donde trabajamos, con todas las personas con las que tengamos contacto; en primer lugar con nuestra familia, nuestro prójimo más cercano; y que la primera forma de evangelizar sea con nuestro testimonio, nuestra forma de vivir, de hablar, de comportarnos.
Si queremos que nuestra sociedad cambie, que el mundo cambie para bien, hagamos nuestra parte y cambiemos primero. Si todos los seguidores de Cristo, a quienes les ha dado una vida nueva, trabajamos bajo su dirección podemos lograrlo. Hagamos bien nuestra labor y lograremos que la humanidad conviva en armonía, con el amor, el gozo y la paz que trae consigo Jesús cuando le abrimos el corazón para que sea nuestro Señor. Así que recibe a Jesús en tu corazón y comparte su amor. Comparte a Jesús.
Que así sea para gloria de Dios, para tu bendición y de todas las personas a quienes les presentes a Cristo.
