JESÚS NOS MOSTRÓ SU AMOR SUFRIENDO
MUCHOS DESPRECIOS DURANTE SU PASIÓN.
Para programa Faro de Luz N°1101 del 19032011
Hoy vamos a meditar sobre los desprecios y ofensas que sufrió nuestro Señor, de los cuales no se quejó ni se opuso, por amor a nosotros, pues sabía que era el inicio del padecimiento que venía, el cual terminaría con su muerte en la cruz, sacrificio que se llevaría a cabo para rescatarnos del pecado y evitarnos el castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios. El contenido de este tema, en gran medida fue sacado de las Meditaciones sobre la Pasión de Jesucristo de San Alfonso María de Ligorio.
Jesús luego de haber sido traicionado por uno de sus más allegados seguidores, fue apresado y nos mostró su amor sufriendo tanta ofensas y desprecios durante su pasión que inició cuando fue abandonado por todos, luego al ser llevado a prisión, para luego ser conducido al palacio de Caifás. Fue escupido y abofeteado, tratado como un loco y escogido para sustituir el castigo de Barrabás, para recibir después nuevas afrentas, ultrajes y ofensas.
Debemos tomar en cuenta que, como dijo San Belarmino: “Los corazones nobles y generosos son más sensibles a los menosprecios e ignominias que a los dolores del cuerpo; porque si los dolores del cuerpo martirizan la carne, aquellos atormentan el alma; y así como el alma vence en nobleza y dignidad al cuerpo, así también siente más las penas.”
Jesús fue tratado con tanta vileza e inhumanidad como si fuese el último y más infame de todos los mortales. San Hervé, un Monje ermitaño, ciego de nacimiento, nacido en Bretaña, Francia en el siglo VI, afirmaba “Jesucristo quiso padecer en su pasión tantas deshonras y ofensas, que llegó hasta los últimos límites de la humillación.”
Entre los años 743-698 a.C. que es el tiempo que duró su ministerio de profeta, Dios le dijo a Isaías lo que acontecería; leemos en Is 53,3: «Lo despreciamos y lo rechazamos. Era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como a alguien que no merece ser visto, lo despreciamos, no lo tuvimos en cuenta.»
Si nos preguntamos, ¿Cuáles son esas ofensas que padeció Jesucristo? La primera es que hasta sus mismos discípulos le abandonaron y afrentaron, uno de ellos lo traicionó y lo vendió por un puñado de monedas; otro renegó de él y afirmó públicamente que no le conocía, confesando así que se avergonzaba de conocerle; y los demás discípulos al verle preso y maniatado, huyeron y le abandonaron.
Luego Jesús fue llevado como un malhechor a la prisión, esa ofensa empezó cuando Judas, cuando llegó al Huerto de los Olivos con una compañía de soldados; se adelantó, abrazó a su Maestro y lo besó. Jesús lo permitió, pero conociendo su desleal intención, amorosamente se quejó echándole en cara su traición, como se lee en Lc 22,48, le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”
Y entonces, maniatado, Jesús fué conducido prisionero a la casa de Anás y luego al palacio de Caifás. Este malvado Sacerdote, le hizo preguntas relacionadas con sus discípulos y con la doctrina que había predicado, a las preguntas Cristo respondió diciendo «Yo he hablado públicamente delante de todo el mundo; siempre he enseñado en las sinagogas y en el templo, donde se reúnen todos los judíos; así que no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me preguntas a mí? Pregúntales a los que me han escuchado, y que ellos digan de qué les he hablado. Ellos saben lo que he dicho.» Jn 18,20-21
Luego de un largo interrogatorio en el que al final, le preguntaron: «Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios, y Él respondió: Tú lo has dicho. Y yo les digo también que ustedes van a ver al Hijo del hombre sentado a la derecha del Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo. Entonces el sumo sacerdote se rasgó las ropas en señal de indignación, y dijo: ¡Las palabras de este hombre son una ofensa contra Dios! ¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Ustedes han oído sus palabras ofensivas; ¿qué les parece? Y los que estaban allí contestaron: Es culpable, y merece la muerte”». Y comenzaron a escupirle la cara y maltratarlo a puñetazos, luego los soldados considerando a Cristo como hombre infame condenado a muerte, pasaron toda la noche abofeteándolo, pateándolo y arrancándole la barba a mechones. Se burlaban de Él llamándolo “falso profeta” y diciéndole “Tú que eres el Mesías, ¡adivina quién te pegó!” Entonces le escupieron el rosto.» Mt 16,66-68.
Todo lo que le estaban haciendo lo profetizó el Señor por medio de Isaías que escribió Is 50,6: «Ofrecí mis espaldas para que me azotaran y dejé que me arrancaran la barba. No retiré la cara de los que me insultaban y escupían.»
Querido oyente, te pregunto ¿Puede haber mayor insulto u ofensa que escupirle el rostro a alguien?
Sin embargo, como cordero inocente, Jesús lo sufría todo sin expresar queja alguna, ofreciéndolo a su Padre Eterno para así, alcanzar el perdón de nuestros pecados.
A la mañana siguiente, los judíos condujeron a Jesucristo ante Pilato, exigiéndole que lo condenara a muerte. Pero él lo declaró inocente, diciéndoles: «No encuentro en este hombre ninguna razón para condenarlo.» Lc 23,4; y para librarse de las molestias de los judíos que seguían pidiendo la muerte de nuestro Salvador, lo envió a Herodes.
«Al ver a Jesús, Herodes se puso muy contento, porque durante mucho tiempo había querido verlo, pues había oído hablar de él y esperaba verlo hacer algún milagro. Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le contestó nada. También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, que lo acusaban con gran insistencia. Entonces Herodes y sus soldados lo trataron con desprecio, y para burlarse de él lo vistieron con ropas blancas lujosas, como de rey. Luego Herodes lo envió nuevamente a Pilato.» Lc 23,8-11
Se estaban burlando de él, y lo visitieron con ropas blancas lujosas, como de rey, sin saber que con ello en efecto estaban mostrándolo como el Rey de Reyes y Señor de Señores que menciona Ap17,14, pues esas son las ropas que le correspondía llevar y que son vestiduras blancas con las que se manifestó a Pedro, Santiago y Juan en su transfiguración como el Hijo de Dios (Mt 17), y las que vestirá cuando vuelva Jesús, y el Anciano que menciona Dn 7,9-14. Y con las que como el jinete vestido de blanco, agitando unas armas de oro, dirigió a Macabeo y al ejército de Israel a la Victoria contra Lisias que iba contra Jerusalen (2 Mac 11).
Herodes lo despreció como a un impotente, porque no hizo ningún milagro; como a un ignorante porque no respondió a sus preguntas y como a un estúpido porque no se defendió; y burlándose de Él como si fuera un loco, lo visitió de gala, de blanco como llevaban los príncipes, queriendo así Herodes, burlarse de las pretensiones de Jesús a la realeza. Pero era tanto el afán de Cristo de salvarnos, que por amor a nosotros quiso ser criticado y humillado, ultrajado y maldidecido como dice Lam 3,30: “Ofrecerá la mejilla a quien le hiera, y recibirá el máximo de ofensas.
Entonces, Jesús fue llevado de nuevo ante Pilato, y el gobernador lo presentó al pueblo para preguntarle a cuál de los dos debía liberar aquella Pascua: a Jesús o a Barrabás, el homicida. «El pueblo contestó a gritos, ¡a Barrabás! Pilato les preguntó: ¿Y qué voy a hacer con Jesús, al que llaman el Mesías? Todos contestaron: ¡Crucifícalo! Pilato les dijo: Pues ¿qué mal ha hecho? Pero ellos volvieron a gritar: ¡Crucifícalo!» Pidiendo lo que se había profetizado, para que muchas naciones queden admiradas; y los reyes, al verlo, no puedan decir palabra, porque verán y entenderán algo que nunca habían oído. Según leemos en Mat 27,22-23 e Is 52,13-15
Y hoy, muchos son los que siguen gritando “crucifícalo” cada vez que desprecian a Jesucristo por un placer carnal, por obtener a toda costa honra humana o por un desahogo de cólera , manifestándola con ira.
Por ello, querido oyente, te pido que consciente de que actuaste en contra de Jesús, te invito a que me acompañes en esta pequeña oración: Señor Jesús, reconozco que con mis actos grité crucifícalo; que te insulté y ofendí, cuando preferí seguir mis gustos a tu gracia. Perdóname Señor porque estoy arrepentido del mal que hice en el pasado, a tí y a los demás.
En los próximos programas hablaremos de los ultrajes que recibió Jesucristo hasta que acabó su vida en el Calvario; pues como dice San Pablo en Heb 12,2b: “Jesús soportó la cruz, sin hacer caso de lo vergonzoso de esa muerte.”
Entre tanto, consideremos con qué exactitud se cumplió en nuestro amoroso Redentor lo que predijo el Salmista Sal 22,6 por las palabras que puso en sus labios el Hijo de Dios: “Yo no soy un hombre, sino un gusano; ¡soy el hazmerreír de la gente!” Y colocado entre dos malhechores, murió deshonrado y ajusticiado a manos de un verdugo, para que “fuera confundido con los malvados” como predijo Isaías” en Is 53,12b.
San Bernardo preguntó: ¿Quien logró que el Señor de todo lo creado se haya humillado hasta ocupar el ultimo lugar? Y responde. Lo ha conseguido el amor; el amor que Dios tiene a todos los hombres; con lo cual quiere manifestarles que les ama y que, a su ejemplo, deben sufrir con paz y alegría los desprecios y las injurias, como dijo San Pedro en 1Pe 2,21 «Pues para esto los llamó Dios, ya que Cristo sufrió por ustedes, dándoles un ejemplo para que sigan sus pasos.»
Ahora tomémonos un tiempo para responder a las siguientes preguntas:
Señor Jesús, ¿Cómo, sabiendo que el Hijo de Dios fue ultrajado por amor a mí, no sé sufrir por tí el más pequeño desprecio?
¿Por qué salto como perro rabioso ante cualquier ataque “a la elevada imagen de grandeza” que tengo de mi?
¿Cómo puedo ser a la vez pecador y soberbio?
¿Cómo, habiéndote ofendido tanto y de tantas formas pretenda que me traten con respeto y me agraden en todo, sin que opongan ningún obstáculo a mi voluntad?
Meditemos en esto unos momentos.
Ahora, para cerrar el tema y habiendo meditado en lo dicho, te invito a inclinar tu cabeza en señal de respeto y que cierres tus ojos, para estar en intimidad con el Señor Jesús. Oremos
¡Oh Jesús mío! ¿Cómo siendo tú tan humilde soy yo tan soberbio, tan orgulloso? Ilumíname Señor y dame a entender quién eres tú y quién soy yo para que comprendiéndolo, tome el lugar que me corresponde, sin pretender grandezas.
¡Oh mi Señor, ultrajado, ofendido! Tú el Rey del Cielo y el Hijo del Altísimo, lejos de merecer ofensas y humillaciones, eres digno de que todas las criaturas te adoren y te bendigan. Yo te adoro, te bendigo y te doy gracias; te amo y me arrepiento de haberte ofendido. Señor, ten compasion de mi y dame la gracia de sufrir con paciencia y alegría las injurias y ofensas que reciba.
Hoy me propongo, ayudado por tu divina gracia, no lamentarme más de mi suerte, y aceptar con rostro alegre todas las ofensas que me hagan. Y para agradarte y complacerte, me propongo también, hacer todo el bien posible al que me desprecie; y tenerlo presente en mis oraciones.
Y te pido, te ruego, mi amado Salvador y Señor, que colmes de gracias a todos los que me han ofendido, Que así sea.