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JESÚS ÚNICO CAMINO AL PADRE

JESÚS ÚNICO CAMINO AL PADRE

Todos queremos recibir bendiciones de Dios, pero, para que eso suceda, debemos cumplir con sus normas y mandamientos, como dice Dt 28,1-11 que nos describe las bendiciones para quien obedece. De ahí leemos lo que por medio de Moisés dice Dios:

“Si de veras obedeces al Señor tu Dios, y pones en práctica todos sus mandamientos que yo te ordeno hoy, entonces el Señor te pondrá por encima de todos los pueblos de la tierra.

Además, todas estas bendiciones vendrán sobre ti y te alcanzarán por haber obedecido al Señor tu Dios: Serás bendito en la ciudad y en el campo. Serán benditos tus hijos y tus cosechas, y tú serás bendito en todo lo que hagas.  

  “El Señor pondrá en tus manos a tus enemigos cuando te ataquen. Avanzarán contra ti en formación ordenada, pero huirán de ti en completo desorden. 

  “El Señor enviará su bendición sobre tus graneros y sobre todo lo que hagas, y te hará vivir feliz en el país que va a darte. 

  “Si cumples sus mandamientos y sigues sus caminos, el Señor tu Dios te mantendrá como pueblo consagrado a él, tal como te lo ha jurado. 

Y te abrirá su rico tesoro, que es el cielo, para darle a tu tierra la lluvia que necesite; y hará prosperar todo tu trabajo. Podrás prestar a muchas naciones, pero tú no tendrás que pedir prestado a nadie. 

El Señor te pondrá en el primer lugar, y no en el último; siempre estarás por encima de los demás, y nunca por debajo, con tal de que atiendas a los mandamientos del Señor tu Dios, que yo te ordeno hoy, y los pongas en práctica, sin apartarte de ellos por seguir a otros dioses y rendirles culto.  

Estas y otras muchas promesas las da Dios a quienes lo conocen, le escuchan y le obedecen; pero si tu no has disfrutado de ellas porque no tienes una relación con Dios Padre, en este Faro de Luz, vamos a reflexionar sobre el cómo podemos descubrir y acercarnos a Dios a través de su Hijo Jesucristo, que es el único camino que nos lleva a Él; porque nadie ha conocido a Dios, sino su único Hijo. El Padre se ha hecho visible en Jesucristo, y Él es quien lo da a conocer, pues los hombres tenemos necesidad de Dios. Y fue Dios mismo quien puso esa necesidad en nuestro corazón para que lo busquemos, (Hch 17,27), pero, al crear nuestras propias formas de buscarlo, nos perdimos, nos alejamos más. Pero Dios, por amor, determinó la manera en la que podríamos encontrarlo, pues, si no queremos llegar a encontrarnos en la condición del rey Nabucodonosor, que manifestó su arrogancia y soberbia por lo que Dios lo castigó, debemos buscar a Dios, establecer con Él una relación para escucharlo y obedecerlo.

Leemos en Dn 4,30-33: El rey Nabucodonosor dijo: “¡Miren qué grande es Babilonia! Yo, con mi gran poder, la edifiqué como capital de mi reino, para dejar muestras de mi grandeza.” 

Todavía estaba hablando el rey cuando se oyó una voz del cielo, que decía: “Oye esto, rey Nabucodonosor. Tu reino ya no te pertenece; serás separado de la gente y vivirás con los animales; comerás hierba como los bueyes durante siete años, hasta que reconozcas que el Dios altísimo tiene poder sobre todas las naciones de la tierra, y que es él quien pone como gobernante a quien él quiere.”  

En ese mismo instante se cumplió la sentencia anunciada, y Nabucodonosor fue separado de la gente; comió hierba, como los bueyes, y el rocío empapó su cuerpo, hasta que el pelo y las uñas le crecieron como si fueran plumas y garras de águila.”

Con el ejemplo que nos proporciona esta lectura entendemos, que separados de nuestro Padre celestial podemos llenarnos de orgullo y de soberbia y con ello recibiremos el castigo por no darle la gloria a Dios, que es el único que la merece. 

Entonces ¿Cómo podemos llegar a Dios nuestro padre para que vivamos cerca de Él y podamos escuchar su dirección y obedecerle para que lo honremos en todo cuanto hagamos? La respuesta nos la da Jesús, cuando dice “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Solamente por mí se puede llegar al Padre, Jn 14,6

Debemos tener esto muy claro, pues las personas en su desesperación por la situación que viven al estar separados de Dios, buscan en otras personas, en la naturaleza o hasta en el espiritismo, las respuestas a sus necesidades, sin ningún éxito real, pues nuestro enemigo el Diablo, que anda como león rugiente esperando a quien devorar, aprovecha esa desesperación y se presenta como la respuesta a esa necesidad disfrazado como ángel de luz; pero la respuesta que proporciona es pasajera, y después la persona resulta estar en una situación peor a la que se encontraba. 

Pero Jesús, que vino a enseñarnos que Dios es el Padre amoroso que nos creó, que se interesa en nosotros y nos cuida, como dice San Pedro en su primera carta 5,7. Nuestro amoroso Padre, siempre está atento a nuestras necesidades. Lo que debemos hacer entonces es buscarlo de corazón y clamar a Él en oración, como nos enseñó Jesucristo en el Padrenuestro. Pero no solo debemos hablarle a Dios, debemos también escucharlo y obedecerle.

Por su parte, Dios, nuestro Padre celestial, también nos manda que escuchemos a su Hijo, cuando dice: Este es mi Hijo amado, a quien he elegido: escúchenlo.” Mt 17,5. Esa orden del Padre, la dio en el monte de la transfiguración cuando Pedro vio la gloria de Jesús conversando con Moisés y Elías, ésto significa que ya no era el tiempo de la ley, represantada por Moisés; ni el tiempo de los profetas, representado por Elías; sino que había llegado el tiempo de Dios Padre que nos habla por medio de su Hijo, como leemos en Heb 1,2.

También la Santísima Virgen María, enseñó que debemos hacer lo que Jesús diga, cuando en las bodas de Caná, le dice a los sirvientes y con ellos a nosotros: “Hagan todo lo que él les diga”. Ella misma es ejemplo de obediencia a Dios, pues cuando recibió la visita del ángel Gabriel, quien le llevó la noticia de que había sido escogida por Dios para ser la madre de su Hijo Jesús, ella, a pesar de que podría ocasionarle problemas, aceptó al llamado y respondió: Yo soy esclava del Señor; que Dios haga conmigo como me has dicho.

San Juan, en el Evangelio, nos cuenta varios momentos en los que Jesús revela al Padre. Por ejemplo en Jn 10, 30, cuando Jesús afirma: El Padre y yo somos uno. Y en diálogo con sus enemigos, que consideraban sus palabras como blasfemas, Él les dice: “si no hago las obras de mi Padre, no me crean; pero, si las hago, aunque a mí no me crean, crean por las obras, y así sabrán y conocerán que el Padre está en mí y yo estoy en el PadreJn 10, 37-38

Por esa unión tan íntima entre Jesús y el Padre, se puede decir que las palabras que pronuncia Jesús o las obras que Él realiza, son también palabras y obras del Padre. Por eso Jesús puede decir: “Las palabras que les digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras.” Jn 14,10 También vemos la forma en la que se revela a sus discípulos, cuando esperaban expectantes la respuesta que daría a Felipe, cuando le dijo a su maestro: “¡Señor, muéstranos al Padre!; y la respuesta de Jesús fue: ¡el que me ha visto a mí, ha visto al Padre! Jn 14,8-9

Por esta revelación de Jesús, sus discípulos entendieron la relación íntima, inseparable y de amor mutuo entre el Dios Padre y su Hijo, que los hace Uno. Y cuando en Jn 14,11 Jesús le dice a sus discípulos: Créanme, yo estoy en el Padre y el Padre está en mí; también nos lo está diciendo a nosotros.

Jesús es el único punto de encuentro del hombre para tener acceso y encontrar a Dios Padre, por eso decimos con toda certeza, que Jesús es el único camino para conocer al Padre y para ir a Él, porque Dios Padre vive en Jesús.

En los evangelios sinópticos, de Mateo, Marcos y Lucas, el Padre nos es presentado como quien ve en lo secreto, que conoce hasta los cabellos de nuestra cabeza, que escucha y perdona; alguien que cuida de nosotros, pero su morada está “en el cielo”. Por eso, nuestra relación con Él, por intensa que sea, será una relación lejana. 

Pero en la revelación que nos hace el evangelio de Juan, el Padre no está en el cielo, está frente a nosotros; podemos verlo, compartir con Él y honrarlo en persona; porque el Padre se ha hecho visible en Jesús. La revelación de Dios que nos hace el cuarto evangelista es que Él es el Padre de Jesús. Hay, por tanto, una manera de ver al Padre, de encontrarnos con Él y es por Jesús. Podemos, por lo tanto, decir que el único camino para ir al Padre es Jesús, como él afirma en Jn 14,10 cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

Ver al Padre no está reservado únicamente para quienes estuvieron con Jesús. Nosotros podemos acercarnos a Jesús, entrar en Él y tomarlo en la Eucaristía, porque Jesús en Jn 14,12 nos dice: Quien me recibe a mí, recibe también a mi Padre. Por lo mismo, cuando recibimos a Jesús en la Eucaristía, podemos hacer nuestras las palabras de Cristo y decir: “Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí

A diferencia de la Biblia, en la Eucaristía, no encontramos únicamente ideas o verdades sobre el Padre, sino que “nos encontramos” con el Padre, pues el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son una única e inseparable naturaleza divina, son Uno.  

-Un Santo Padre dijo: “Cristo está en el Padre en virtud de su divinidad mientras que nosotros estamos en Cristo en virtud de su nacimiento humano y Él está en nosotros por la comunión sacramental… por ello, también nosotros llegamos a la unidad con el Padre

Al comprender esto, nos daremos cuenta, que en la Comunión Eucarística es donde encontramos el más claro cumplimiento de las palabras de Cristo que leemos en Jn 14,25: “Al que me ama, mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos nuestra morada en él”. Esto significa que, al unirnos a Jesús al comulgar, también nos unimos al Padre que está en Jesús. 

Hoy, Dios nos está hablando al corazón y nos invita a que escuchemos a Jesús, pero que además le creamos y le obedezcamos, porque no basta con oír, lo cual es necesario para que tengamos fé, como dice San Pablo en Ro 10,17: “la fe viene de la predicación, y la predicación, por la palabra de Cristo” es decir, por la lectura del Evangelio. Pero es necesario que hagamos vida lo que dice nuestro Señor Jesús, es decir que obedezcamos sus enseñanzas y lo imitemos en nuestra entrega en servicio de amor al prójimo.

Stg 2,14-17 nos hace ver que la fe debemos manifestarla con hechos, cuando dice: Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno decir que tiene fe, si sus hechos no lo demuestran? ¿Podrá acaso salvarlo esa fe?

Supongamos que a un hermano o a una hermana les falta la ropa y la comida necesarias para el día; si uno de ustedes les dice: “Que les vaya bien; abríguense y coman todo lo que quieran”, pero no les da lo que su cuerpo necesita, ¿de qué les sirve?  Así pasa con la fe: por sí sola, es decir, si no se demuestra con hechos, es una cosa muerta.”

Otra enseñanza nos da Jesús cuando estaba por terminar el sermón del monte, en Mt 7,24-27, cuando presenta el ejemplo de dos personas que construyen una casa, el primero construyó sobre la roca que simboliza construir una nueva vida en base a las enseñanzas de Jesús, y el segundo, que construyó sobre la arena, simboliza una vida construida en base a los conceptos humanos

Al final dice Jesús: “El que me oye y no hace lo que yo digo, es como un tonto que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia, crecieron los ríos, soplaron los vientos y la casa se vino abajo. ¡Fue un gran desastre!” 

El resultado que obtuvieron los dos constructores fue totalmente opuesto, el que construyó sobre la roca triunfó, se mantuvo firme ante las dificultades y los problemas; el otro terminó en desastre pues no pudo sostenerse y ante las dificultades, los problemas llevaron al divorcio, a deudas, a adicciones, a enfermedades, a pobreza y hasta la muerte.

Llegado a este punto, debes analizar tu vida y responderte ¿Cómo estás construyendo tu vida, en base a las Sagradas Escrituras, o en base a tus propios puntos de vista? ¿Qué frutos has obtenido?

Aun si has construido sobre arena, no todo está perdido si te vuelves a Dios. “Si lo buscas de corazón, Él se dejará encontrar” dice en Jer 29,13, y San Pablo en 1 Tim 2,5 afirma: “No hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús.” Y Él, nuestro Señor Jesús, está a la diestra del Padre, y le ha sido dado todo poder y autoridad (Mt 28,18) y quiere llevarte al Padre. Puede hacerlo porque es nuestro abogado que intercede por nosotros ante el Padre. Con su muerte en la cruz, rompió el velo que no permitía que llegáramos hasta el Padre y abrió el camino para que, si nos arrepentimos de nuestros pecados y acudimos, por medio del Sacramento de la Reconciliación a pedir perdón a Dios, EL  Padre nos perdone y nos reciba como a sus hijos. Esto implica que debemos creer que Jesucristo es su hijo y que por su sacrificio en la cruz nos consiguió el perdón del castigo que merecíamos por haber ofendido a Dios, y que su sangre derramada en su pasión limpió nuestros pecados, entonces, como dice Jn 1,12 a quienes lo recibieron y creyeron en él, les concedió el privilegio de llegar a ser hijos de Dios.”

Lo que debes hacer entonces, es lo que dice San Pablo en Ro 10,9-10, “Si con tu boca reconoces a Jesús como Señor, y con tu corazón crees que Dios lo resucitó, alcanzarás la salvación. Pues con el corazón se cree para alcanzar la justicia, y con la boca se reconoce a Jesucristo para alcanzar la salvación.”

Por lo tanto, si crees que Jesucristo es el Hijo de Dios que vino para darte libertad y vida nueva, te invito a que hagas conmigo la siguiente oración: 

Señor Jesús, te reconozco como Dios, el Hijo de Dios Padre, que fuiste enviado para llevar a cabo el Plan de Salvación de Dios para la humanidad, para lo cual viniste al mundo y te encarnaste de la Virgen María y te hiciste hombre, que voluntariamente moriste por mí clavado en una cruz, pero al tercer día resucitaste. Por eso hoy te declaro mi Salvador y te reconozco como mi Señor. 

Te abro mi corazón para que hagas de él tu trono desde donde reines en mi vida, me entrego a ti con todo lo que soy y lo que tengo, porque reconozco que todo te pertenece. Me arrepiento de haberte ofendido al llevar mi vida según mis términos, por eso te pido que me perdones y me dirijas de hoy en adelante, por tus caminos de paz y justicia, de amor y bondad. Te pido que me concedas la gracia de acudir al Sacramento de la Confesión para que, por ti, pueda reconciliarme con Dios Padre; y al Sacramento de la Eucaristía, para que, al tomarte en la Comunión, me fortalezcas espiritualmente y pueda mantenerme en la voluntad del Padre para agradarlo, honrarlo y glorificarlo. Ayúdame Señor a mantenerme obedeciendo los mandamientos, las normas y preceptos de Dios Padre que están en las Sagradas Escrituras para que mi vida esté construida firme sobre la roca que eres tú.  Que así sea.

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